En esta etapa las
capacidades físicas e intelectuales alcanzan su máximo rendimiento, se inicia y
termina la carrera profesional, en donde sentirse productivo alcanza una gran
satisfacción que influye en la configuración de su propia identidad.
Erikson (1985)
califica este periodo como etapa de la intimidad, porque se trata de la
capacidad de amar, entregarse y construir un proyecto de vida, es una época en
la que se crean vínculos sociales más
estables, activos, y el fruto de esta etapa resuelta es el amor (Garrido,
1997).
Existe una búsqueda
de identidad definitiva que caracteriza a esta etapa en el joven, abarcando
dimensiones psicosociales, existenciales y espirituales. Esto se manifiesta
cuando la persona está más madura para responder a la pregunta por la propia
identidad: ¿Quién soy?, lo cual implica muchas veces una crisis de autoimagen,
de ideal del yo que comienza a resquebrajarse. No es raro que en esta etapa se
desencadene la crisis de autoimagen y salten en pedazos los proyectos del
pasado adolescente y la sensación de ansiedad hace que el joven quiera tener
una respuesta inmediata respecto a su futuro (Garrido, 1997).
Lo normal es que lo
anterior suceda por la confrontación que tiene con la realidad, cuando tiene
que salir a la calle y dialogar con otros modelos ideológicos; cuando la
relación de pareja obliga a desenmascarar zonas no conocidas de su personalidad
-hasta entonces bien resguardadas-; cuando algún acontecimiento rompe los
sistemas de seguridad del joven, frágiles casi siempre o simplemente porque
llega la edad de tomar decisiones y asumir un rol activo y estable en la
sociedad.
Otra característica de esta
etapa está constituida por una dimensión existencial más compleja, puede haber
preguntas como: ¿Qué quiero ser? o ¿Estoy contento con lo que soy? ¿Estoy
tomando mi vida en mis manos o me refugio en falsos sistemas de seguridad que
construyo? ¿Qué realidades de mi persona son mías y cuales he ignorado o
negado? ¿Por qué me cuesta ser coherente con lo que pienso, siento y hago? Se supone que un joven
creyente tiene un ideal, pero con frecuencia enmascara la falta de identidad
personal, debido a que en lugar de fundamentar su vida en la verdad de ser él
mismo, se aferra al ideal como auto-justificación o proyección ilusoria de
deseos infantiles. Es como si, inconscientemente, hubiese tomado la decisión de
no llegar a adulto, es decir, de no aceptar su propia libertad en confrontación
con la realidad.
Por último, Erikson (1985)
atribuye dos virtudes importantes a la persona que se ha enfrentado con éxito
al problema de la intimidad: afiliación (formación de amistades) y amor
(interés profundo en otra persona). En caso de no desarrollar ninguna de estas
aptitudes y optar por evitar la intimidad, temiendo el compromiso y las
relaciones, se conduce
al aislamiento, a la soledad, y en ocasiones, a la depresión.
Ps. Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite
Director General de Areté.
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