viernes, 11 de noviembre de 2016

La Familia Escuela de Afectividad


 Familia, Puesta De Sol, Playa, La Felicidad, Verano

Se conoce de la importancia de los padres y de la familia en cada persona, la influencia es muy grande. Cada persona es, lo que son sus padres. Las familias influyen en cada persona para bien o para mal. Los padres educan o mal educan en los aspectos más importantes de la vida y de la personalidad de cada quién. No es menos importante el rol de los padres en la formación y educación de la afectividad de cada uno de los integrantes de la familia.

Moya (2007) dice: “ Ellos son los que han dejado en nosotros una impronta mayor, aunque han de pasar años para advertir hasta qué punto esto es así, y nunca llegamos a darnos cuenta del todo,  porque es difícil conocerse bien a sí mismo; quizás lo advierten mejor otras personas que conocen a ellos y a nosotros”. (p 83 -84).

Polaino y Del Pozo (2007) afirman que a lo largo del proceso de socialización de cualquier niño, él mismo adquiere ciertas pautas de comportamiento, creencias y actitudes de su familia y del grupo social y cultural al que pertenece. Es un proceso que configura y define distintos rasgos de su personalidad, como consecuencia de la interacción entre diversos agentes socializantes tales como familia, compañeros, medio escolar, medios de comunicación, etc. De todas ellas la familia es, sin duda alguna, la más relevante.

Se puede hablar en este punto de 3 tipos de familia según las pautas o estilos de crianza: las familias autoritarias, las familias permisivas y las familias participativas o democráticas.

A continuación las características principales de los estilos de crianza:

Autoritaria
Permisiva
Participativa
-No expresan afecto a los hijos.

-A la vez les exigen obediencia absoluta.

-Comunicación aceptable.

-Se relación a través del elevado control, un escaso vinculo y una obediencia no abierta al diálogo.

-Bastante disciplina buscando responsabilidad.
-No ejercen ningún control a los hijos.

-Nivel de exigencia es muy bajo a los hijos.

-Suelen ser muy afectuosos.

-Le permiten casi todo a sus hijos.

-Elevado control y exigencia.

-Afecto y comunicación.


-Los hijos suelen sentirse seguros y son autónomos.

-Exigentes pero sobre exigiéndose ellos  mismos



Polaino (2010), afirma que “el vínculo afectivo singular que se establece entre los padres y cada uno de sus hijos es el lugar donde se acunan los primeros sentimientos del niño, de los que tanto dependerá en el futuro su personal estilo afectivo. Ese vínculo es natural, espontáneo e innato en el niño y además, necesario, no renunciable, y algo conforme a la naturaleza de su condición, sin cuya presencia el niño no puede crecer” (p.35).



Psi.Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Areté

lunes, 24 de octubre de 2016

Dimensiones y facultades de la persona humana

 Holiday, Mujer, Sólo, Puesta De Sol, Solar, Romántica

La persona humana es, por su propia naturaleza, una unidad bio (cuerpo), psiche (alma), espiritual (espíritu). El ser humano constituye una Unidad inseparable. Es por eso que la mirada objetiva y adecuada de la persona es la mirada integral, considerándola como unidad; reflexionando sobre la integración de sus tres dimensiones fundamentales y considerando que la palabra unidad hace entender que el ser humano no es un compuesto, una suma de partes o elementos. No son tres naturalezas ni tres personas, sino una. Esta visión trial es presentada ya en el Nuevo Testamento por San Pablo: «Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma, y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes. 5, 23). Entonces, al entender la unidad integral de cuerpo, alma y espíritu, que se afectan entre sí, la persona comprende que tiene tres dimensiones: la dimensión corporal, la dimensión psicológica y la dimensión espiritual.

Comprendiendo esto y al explorar cada una de las dimensiones, se puede notar que, gracias a la corporalidad (dimensión corporal), la persona puede manifestarse, representarse y expresarse. Es el cuerpo la instancia que media la relación entre el yo y el mundo (Polaino, 1975). De modo que, sin el cuerpo sería imposible estar en el mundo y establecer relaciones con él. En lo que se refiere a la dimensión psicológica, se encuentra la vivencia interior de la persona; ideas, criterios, emociones, sentimientos, pasiones, motivaciones, deseos, sensibilidad y percepción, entre otros. Es en esta dimensión donde se estructura la aproximación a la realidad, debido a que le permite a la persona entrar en contacto con el mundo que le rodea.

Por último, la dimensión espiritual es la que le permite al hombre transcender su naturaleza y es por ella capaz de abrirse a Dios. El espíritu (pneuma) es el núcleo, la dimensión más profunda del ser del hombre que San Pablo describe con propiedad como “el interior” o el “hombre interior” (II Cor. 4,16). Es el punto de contacto con Dios y con los valores trascendentales. La persona posee una realidad espiritual que permanece en su interior a pesar de los cambios físicos o psicológicos que pueda experimentar, y es lo que subsiste después de la muerte. Es importante no confundir la dimensión espiritual con lo religioso, pues no son equivalentes, sin embargo, lo religioso se constituye un ámbito de despliegue de ese mismo espíritu.

Al abordar la inteligencia, afectividad y voluntad es importante entender que toda acción humana trae detrás una emoción o sentimiento y esto, a su vez, depende de un criterio, creencia, idea o pensamiento. Salvo las reacciones reflejas, como el dolor físico, todo acto humano contiene los elementos mencionados.

¿Qué significa esto?
Que un hecho, situación o acontecimiento en la vida de una persona genera un diálogo interior, una emoción o sentimiento y un comportamiento o conducta. Estamos frente a lo que la espiritualidad cristiana ha llamado mente, corazón y acción. Leyendo a Burgos (2009) se encuentra que el conocimiento, la afectividad y el dinamismo son elementos, dimensiones o facultades de la persona humana que son unificadas, armonizadas e integradas por el yo o mismidad con lo que el mencionado autor menciona como tres niveles de perfección: cuerpo, psique y espíritu. “El cuerpo se identifica con cada uno de ellos. La psique comprende la sensibilidad, las tendencias y parte de la afectividad. Y el espíritu comprende parte de la afectividad, el conocimiento intelectual, la libertad y el yo”. (p. 64).

Domínguez (2011), afirma: “Las capacidades de la persona no son autónomas, no son meras facultades operativas, sino capacidades-de-esta-persona. Estas capacidades son o naturales (fortaleza física, temperamento) o adquiridas (conocimientos, virtudes, carácter) En todo caso, como estas capacidades le han sido donadas desde el nacimiento o bien se le ha dado la posibilidad para adquirir las que son sobrevenidas, podemos llamar a estas capacidades de la persona sus dones, su dote”.

Esta dote, este conjunto de capacidades, está estructurada formando un sistema, una estructura, de modo que cada capacidad y característica afecta a todas las demás. Cada elemento en la persona está vinculado a todo el sistema y le afecta. La psique lo es de este cuerpo y el cuerpo lo es de nuestra psique.

Así, la persona no tiene cuerpo, sino que es corporal. Y las características del cuerpo afectan a la totalidad. Todo el pensamiento es sexuado, y también la afectividad. Asimismo, la inteligencia es afectuosa y mediada corporalmente. Es decir, cada nota característica de la persona es nota de todas las demás, afectando a todas las demás y definiéndonos físicamente en función de todas las demás. Del mismo modo, diremos que la inteligencia es afectuosa o que la voluntad es inteligente. (p. 54-55)

Olivera (2007) nos introduce al tema de la madurez humana que es proceso, desarrollo y crecimiento. Este proceso nunca es rectilíneo. La vida humana avanza como un barco, algunas veces con viento a favor y otras contra viento y marea. Y no faltan olas para remontar y escollos para sortear. El hombre está invitado a lograr la madurez en sus tres dimensiones y en sus tres facultades. Estamos hablando de una madurez integral como persona humana, como ser para el encuentro. La maduración de la persona conoce diferentes niveles y dimensiones y puede ser considerada en forma global o parcial. En el primer caso hablaremos de una persona madura, en el segundo caso hablaremos de madurez intelectual, madurez espiritual, madurez psicológica, madurez afectiva y madurez social entre otros.

“El proceso de maduración es algo relativo; muchas veces sucede que un nivel puede haber madurado más que otro, alguien puede ser intelectualmente maduro y ser al mismo tiempo afectivamente inmaduro. También puede suceder que la madurez personal no sea correlativa con la edad cronológica; todos conocemos algún adulto totalmente infantil. La madurez no es algo absoluto, depende de muchas variables, tales como la edad, los estudios, el tipo de vida, el nivel social y económico, la pertenencia social y cultural.” (p. 35).

En este contexto es importante hablar del lugar central y de enlace que ocupa la madurez afectiva, es fundamental. La madurez afectiva permite simultáneamente la madurez psicológica y social. Una persona afectivamente inmadura es probablemente una persona con dificultades en sus relaciones sociales, asertividad, etc. La madurez afectiva implica armonía y estabilidad emocional, implica señorío de si, maestría personal, auto posesión y equilibrio interior.

“Una persona madura se distingue por un cierto equilibrio y estabilidad afectiva. Esto implica que la racionalidad, con sus fuerzas intelectivas y volitivas, y la afectividad, con su tensión estimulante, están bien integradas y cooperan armónicamente al servicio de la realización personal”. (p. 36-37)

Psi.Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Areté


miércoles, 5 de octubre de 2016

Las necesidades psicológicas

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Los dinamismos complementarios de permanencia y despliegue, se expresan psicológicamente en las necesidades de seguridad y significación, que son constitutivas de la persona y complementarias entre sí.

La necesidad de seguridad afirmó en mi libro Reconciliación de la historia personal: “explica que el hombre requiere una base, un piso, una raíz, un sustento”. (p. 19)

La necesidad psicológica de significación es la expresión de la aceptación de sí, la valoración personal y el amor. Es la necesidad de otorgarle sentido a lo que se hace cotidianamente para descubrir su proyección trascendente, y a su vez, está vinculada profundamente al despliegue, porque en ella se vive la aceptación de sí mismo, que vuelca a desarrollar sus potencialidades en el amor cristiano hacia los demás. Sin embargo, cuando esta necesidad no se satisface, se suele producir en la persona una experiencia de sinsentido y, poco a poco, se percibirá como alguien que no merece ser amado, pensando erradamente que nadie ama a alguien que no vale. Siendo esa razón, justamente la sensación que la persona proyecta cuando no satisface esta necesidad.

De esta manera, el hombre contemporáneo normalmente trata de satisfacer ambas necesidades con cosas inferiores a su dignidad de persona, es casi como ponerse unos zapatos dos tallas más pequeñas. Porque, quien pretende encontrar seguridad y significación en el placer o el mero bienestar de hacer siempre su gusto, en el tener cosas y fama, o en el dominio que pueda ejercer sobre los demás, lógicamente y, aunque esté convencido que será feliz así, terminará negando su propia dignidad y, por ende, la de los demás. Sólo verá en ellos unos objetos capaces de darle placer, admiradores sin rostro, ocasiones de ser alabado, o seres inferiores a él.

Por este motivo, quien vive así no se conoce a sí mismo, no se acepta, no se ama, vive sometido a la tiranía de sus pasiones desordenadas y se ha hecho literalmente esclavo de ellas, debido a que ha dejado de verse a sí mismo como persona, mutilando su corazón y su mente.


Psi.Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Areté


miércoles, 28 de septiembre de 2016

La Persona, ser para el encuentro


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La persona es un ser único e irrepetible; por tanto un don para el mundo, porque fue creado a Imagen y Semejanza de Dios, quien es el Ser por excelencia, es el Ser supremo. Es un Ser de amor, de entrega, donación, y amistad; que comparte su “ser de amor” con el Ser humano. Éste es invitado a vivir el amor y la comunión como la Santísima Trinidad, al ser creada persona humana, participa de la naturaleza divina.

Así mismo, la persona permanece y se despliega porque ama, sirve y se dona. Es lo más perfecto que existe en la naturaleza y, como tal, debe tratarse a sí misma y a los demás. Por lo que, cada persona posee una identidad propia y particular, en donde no hay dos hombres iguales en cuanto a su mismidad, es decir, a su ser más profundo.

Un tema fundamental dentro del destino y sentido de la existencia humana, es que el hombre se realiza como ser humano en la medida en que ama y es capaz de donarse y entregarse. Así que, la persona existe para amar y comunicarse, es feliz en la medida en que plenifique su existencia amando a Dios y a sus semejantes, porque ha sido creado para vivir el amor y, con una vocación particular, está invitado a vivir la libertad siendo capaz de optar, de elegir entre lo bueno y lo mejor, entre lo bueno y lo perfecto. De acuerdo a esto, Polaino (2007), comparte que:

“La persona necesita del diálogo interpersonal. La persona no se basta a sí misma, sino que su interioridad está abocada a compartirla con los demás”. (pág. 46)

Así que en la mismidad del ser humano existen dos dinamismos complementarios, la permanencia y el despliegue. El primero hace referencia a la “propiedad” por la cual la identidad del ser humano “sigue existiendo” a pesar de los cambios, porque cada ser humano tiende a permanecer, y en su mismidad sigue siendo el mismo, aunque con el tiempo engorde, pierda perlo, envejezca, le salgan arrugas, etc. Mientras la persona sea auténtica, libre y funde su vida en Dios, podrá permanecer. El segundo término hace referencia a la capacidad de amar, entrega, donación y servicio que todo ser humano posee en lo más íntimo de su persona y que está invitado a vivirlo cotidianamente. Asimismo, la experiencia de permanencia y despliegue se expresa en términos psicológicos en las necesidades de seguridad y significación.

También hay que tener en cuenta la existencia del pecado, que conduce al hombre a decodificar erradamente los dinamismos fundamentales; esa herida fundamental es la causante de que el ser humano lleve consigo lo que la tradición católica llama “la concupiscencia”, entendida como la tendencia a pecar, a olvidarse del Creador y su Designio. Existen tres manifestaciones de ella: el poder, el tener y el poseer-placer. A causa del pecado original se oscurece la imagen y se pierde la semejanza. Cuando desaparece la semejanza, se pierde la capacidad de amar correctamente; valorar con objetividad; desplegarse en el amor; relacionarse desde la mismidad en la entrega sincera de amor y valoración. Esto conlleva a la inseguridad existencial, al miedo a no saber en qué afirmar la existencia. El ser humano actual experimenta todo eso: ha perdido contacto con su mismidad, perdiendo su semejanza y la capacidad de reconocer en su interior la imagen de Dios. Lo anterior genera que el hombre busque permanecer en otras realidades que no corresponden a lo auténtico de su ser y desde allí se da un despliegue errado y enfermo.


Psi.Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Areté


martes, 30 de agosto de 2016

Historia personal y Heridas Afectivas

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En la vida e historia personal hay distintos hechos y acontecimientos que influyen en el desarrollo y vivencia de la afectividad que no necesariamente se buscan, tal vez por la corta edad, la ingenuidad, impulsividad e inconsciencia. Simplemente se dieron. En dichos acontecimientos juegan un papel fundamental los padres. Sarráis (2013) explica cómo la adecuada conjunción de cariño y normas estables crea el ambiente educativo más favorable para la educación de la madurez.

Como se entiende la familia es la primera escuela de amor y afectividad. Se reconoce el rol fundamental de los padres en la educación de la afectividad de los hijos. Son los padres los primeros invitados a educar integralmente a sus hijos, y claro está que la educación de los sentimientos ocupa un lugar fundamental. Sin embargo, los padres no necesariamente están formados para educar la afectividad de sus hijos. Es más, hoy existe bastante ausencia emocional por parte de los padres, que están dedicados a trabajar y trabajar en busca de los recursos económicos necesarios para el sostenimiento del hogar; se constatan problemas de comunicación entre los padres o de los padres con los hijos; infidelidad conyugal; abuso emocional de padres a hijos; sobreprotección, más que todo materna, etc.

Hay otros dos puntos importantes para la educación de la afectividad de cualquier persona: la relación con sus hermanos o familiares más cercanos, después de los padres, los hermanos y primos cercanos son los primeros amigos; y el espacio de afectividad y amistad en la escuela o colegio, donde la relación con profesores y compañeros se convierte en otro espacio privilegiado para educar la afectividad.

Al revisar la propia historia personal, el ser humano descubre distintos hechos y acontecimientos que influyen en la vida actual y, claro está, marcaron la afectividad. Si quiere ser feliz, está invitado a madurar integralmente como unidad Bio-Psico-Espiritual. Dicha madurez implica un conocimiento personal, una aceptación y reconciliación de la historia personal para vivir el instante presente con libertad interior. No puede cambiar el pasado, pero sí puede aceptarlo y ponerlo en manos de Dios. Tampoco puede dominar el futuro: aunque puede planear y prever, sabe que no necesariamente las cosas van a salir como las planifica. Lo único que le pertenece es el momento actual: sólo en el instante presente establece un auténtico contacto con la realidad.

Por todo ello es que resulta fundamental vivir una actitud de aceptación y de reconciliación frente al pasado; de esta manera, vive con libertad el instante presente. Rojas (2011) afirma que el hombre maduro es aquel que ha sabido reconciliarse con su pasado. Ha podido superar, digerir e incluso cerrar las heridas del pasado. Y, a la vez, ensaya una mirada hacia el futuro prometedor e incierto. (Pág. 203)

Psi. Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Areté

martes, 16 de agosto de 2016

Apertura a la Misericordia y a la Reconciliación


 

Un punto importante dentro del itinerario o proceso de reconocimiento, aceptación y perdón es la apertura al amor de Dios en nuestras vidas. No es raro que estemos cerrados a Dios, a su Plan y, claro está, a su amor misericordioso. Así que en este punto es clave que te hagas las siguientes preguntas: ¿Cómo es tu relación con el Señor? ¿Qué tan amigo eres del Señor? ¿Qué tanto le amas? ¿Qué tanto confías en su amor y misericordia? Si acepto al Señor en mi vida, me aceptaré a mí mismo. Si me acepto como soy, acepto también el amor que Dios me da. Pero, si por el contrario, me rechazo, si me desprecio, también me cierro o niego el amor que Dios me procura (Philippe, 2012).

La acogida y aceptación del perdón, la misericordia del amor de Dios en mi vida me conducen a la apertura de la cuádruple reconciliación (con Dios, conmigo mismo, con los demás y con la naturaleza). Reconciliar significa volver a juntar, reunir, unir dos partes que están alejadas, sanar, curar y juntar algo que se rompió, etc. Para efectos de la psicoterapia de la reconciliación se empieza, se acentúa la reconciliación con uno mismo, dado que la persona llega normalmente con un dolor o sufrimiento psíquico. Se recomienda entonces abrirse no sólo a la reconciliación consigo mismo sino también a las demás dimensiones de ella.

Es clave aclarar que se ha insistido en el tema de la apertura y acogida porque entendemos que éste es un proceso de apertura a la gracia de Dios, quien siempre tiene la iniciativa; y A la presencia del Espíritu. Ellos son quienes lograrán sanar y reconciliar con la cooperación de la persona. De esta manera, el presente trabajo busca ofrecer distintos medios para cooperar y avanzar en la reconciliación que finalmente se logrará por gracia de Dios.


Psi. Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite
Director General de Areté.




lunes, 8 de agosto de 2016

¿A quién se dirige el perdón?


En primer lugar a uno mismo, después a los miembros de la familia, a los conocidos y a los amigos, a los extraños, a las instituciones, y, finalmente a Dios. Desarrollemos un poco los distintos sujetos de perdón en diálogo con el libro Cómo Perdonar de Jean Monbourquette:

Perdonar a los miembros de la familia
Es el más importante; por el vínculo afectivo entre las partes y también por el tipo de conflictos que se dan en la convivencia diaria y cotidiana:

A esos padres que te decepcionaron cuando fuiste consciente de sus defectos.
A esa madre sobreprotectora que no te deja crecer.
A ese padre ausente emocional y silencioso.
A ese padre o madre alcohólica que te avergonzaba.
A ese padre o madre que te abandonó y conformó otra familia.
A ese hermano o hermana que ha ocupado tu lugar en la familia.
A ese hermano que se niega a ayudarte en un momento de apuro.
A ese hermano o hermana que fue indiferente o que te pegó, aprovechando que es más grande y fuerte.
A ese esposo ebrio que te pegaba.
A ese esposo o esposa que te fue infiel.
A tu cónyuge por sus observaciones humillantes y que siempre intenta dominarte.
A esa suegra celosa y entrometida.
A ese hijo que exige más dedicación de la que puedes darle.
A ese hijo adolescente cuya conducta delictiva te avergüenza.
A ese hijo o esa hija que se niega a plegarse a tu disciplina e incluso es violento contigo.

Perdonar a los amigos y allegados
Es frecuente esperar mucho de los amigos y conocidos, lo que suele resultar en una inmensa fuente de decepciones:

A los amigos que te han herido injustamente.
A ese amigo que te abandonó cuando lo necesitabas o al que no estuvo.
Al amigo que fue indiscreto y chismoso al revelar tu secreto.
A ese ser querido que te ha abandonado, cambiando de casa o muriéndose.
Al amigo que olvida sus promesas.
A la amiga que nunca confía en ti.
Al profesor que fue injusto y rígido.
Al rector o director que necesitaba afirmarse humillándote.
Al compañero de trabajo que te desacredita ante el jefe.
Al jefe que te hace observaciones desagradables en público.
Al superior o superiora que te dio una orden ilógica e injusta.

Perdonar a los extraños y desconocidos
Que te encuentras con ellos en la cotidianidad y te traen daños y dolores imprevistos e imprevisibles:

A ese conductor ebrio que mató a un ser querido.
A ese médico cuyo diagnóstico equivocado te ha hecho perder tu tiempo, tu dinero y tu salud.
A ese ladrón que ha violado la intimidad de tu domicilio o el que te arrebató, en un descuido, un bien tuyo.
A ese conductor que rayó o golpeó tu carro y se fue.

Perdonar a las instituciones
Resulta más difícil perdonar a una institución o asociación por su anonimato; en todo caso, tienes representantes a los cuales puedes dirigir tu perdón:

A esa empresa que te despide después de muchos años de servicio fieles.
A la Iglesia que tiene sacerdotes incoherentes.
A la comunidad religiosa, que no se preocupa por uno.

También existe el “perdón a los enemigos” que un país ha conocido en el curso de su historia, y quizá se quiera justificar la negativa pretextando la imposibilidad de ponerse en el lugar de las víctimas. Y aunque suene un poco extraño hay quienes culpan a Dios de distintos hechos de su vida. No cabe duda de que es por una teología personal negativa y por falta de conocimiento de la realidad de Dios como un ser misericordioso y justo que nos ama sin límites.

Hemos dejado para el final el perdón de uno mismo, no porque sea el menos importante o porque sea el último que debamos abordar. Hay que considerar que siempre que hay un rencor o resentimiento con alguien, normalmente también los hay con nosotros mismos. Hay algo de eso que nos pasó o nos hicieron, de lo cual yo me siento culpable o responsable. Por ello es que es importante hacerme siempre la pregunta: ¿Hay algo de esto de lo que soy culpable? ¿Me tengo que perdonar algo? ¿Qué tan responsable soy? ¿De qué me echo la culpa? ¿Qué tan objetivo es? Es clave perdonarse a uno mismo. Si Dios ya perdonó, si Dios ya dio la vida por mí, ¿Por qué yo no me perdono?

Este es un tema fundamental, debido a que no es extraño que viva según perfeccionismos y, por tanto, no admita o no acepte haber hecho algo mal. Por ejemplo, cuando una persona ve el hecho de perdonar como un fracaso, no entiende por qué falló o por qué no actuó de tal o cuál manera. También, cuando me cuesta mucho perdonarme, quiere decir que en el fondo no quiero aceptar que soy un ser humano limitado y frágil como cualquier otro. Monbourquette (1995) afirma que el perdón de sí mismo es el momento decisivo del proceso del perdón como tal, pues el perdón a Dios y al prójimo habrá de pasar por el perdón que tú mismo te concedas.

Te puede ayudar el preguntarte: ¿Por qué no te perdonas? O ¿Qué es lo que no te perdonas? Trata de resolver esas preguntas con sencillez y humildad, de manera que te puedas reconocer como un hijo de Dios con muchos dones y capacidades, pero también con debilidades y fragilidades. De igual manera, se trata de mirar y enfrentar la realidad con la mirada de Dios, con los ojos de Dios, que son ojos de amor y misericordia. Dios perdona absolutamente todo, no hay pecado que Él no perdone, no hay falta o defecto que Él no perdone, para Dios no hay nada imposible. Entonces, si Dios perdona absolutamente todo, ¿Por qué yo no me voy a perdonar?


Psi. Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Areté



lunes, 1 de agosto de 2016

El Padre Ausente




Cuándo llegue a vivir a Colombia ya hace más de 12 años escuche una frase que me llamo mucho la atención; “Madre solo hay una y Padre cualquier hijo de tantas”, no puedo negar la fuerte impresión que dejo en mi dicha frase. Obvió que venía de una cultura (la limeña) que siendo igual de latina que la antioqueña tiene notables diferencias. Todo esto en aquella ocasión me llevo a preguntar y a reflexionar sobre el concepto de hombre y de mujer, al igual que reflexionar sobre la paternidad y maternidad aquí en Antioquia y toda Colombia. 

Resulta que el tema del padre ausente o la negación de la importancia de la paternidad es un tema globalizado, universal digamos. Hoy en día está muy extendida la idea de que para la educación y crianza de los hijos la madre basta y sobra, que el padre es prescindible, innecesario, a veces incluso un estorbo. (Pág. 13, Padres destronados. M.Calvo)

Efectivamente es una idea que se remonta al mayo francés del 68, donde desde entonces y hasta ahora nuestra sociedad ha ido desproveyendo de VALOR la función del padre, no se les tiene en cuenta, su autoridad ha sido ridiculizada, las mujeres prescinden de ellos de forma manifiesta, lo que provoca que los hijos les pierdan absolutamente el respeto.

Se niega al padre, se niega la paternidad. Estamos ante una crisis de paternidad, y por tanto de autoridad. Dicha crisis de paternidad y de autoridad socaba obviamente la unidad y la funcionalidad de la familia. ¡No hay padre, No hay familia!

Es importante mencionar que la crisis en el concepto de paternidad es en el fondo una crisis en la identidad del Ser Humano, provocada como dice María Calvo por el desprecio hacia la alteridad sexual y la negación de la existencia de un hombre y una mujer naturales. Hoy por hoy se está imponiendo el concepto de género sobre el de sexualidad; donde se plantea que el género es producto de la cultura y el pensamiento humano, una construcción social que crea la “verdadera naturaleza” de toda persona.  No se cree en la naturaleza dada, sino en la construcción cultural creada según los roles y estereotipos que en cada sociedad se asignan a los sexos; “roles socialmente construidos”. Se niega el fundamento antropológico esencial del ser humano: la alteridad sexual.

Estamos ante una sociedad y cultura que ya no espera que la mayoría de los hombres sean padres y maridos fiables, promueve una visión degradada de la masculinidad, profundamente en desacuerdo con la dignidad humana de los hombres y de las mujeres, y contraria a las necesidades de los hijos.

Es importante mencionar que el esfuerzo valido por conseguir la emancipación de la mujer parece haber traído el oscurecimiento e invalidación de lo masculino. La imagen e idea de hombre fuerte, noble, atento, caballero, servicial, seguro de sí y con autoridad ha quedado descartada y ha sido sustituida por la de hombres blandos, sensibles, incluso se podría decir maternales.

 Se considera fundamental entender el lugar del padre y de la madre, el lugar del hombre y de la mujer en la vida de cualquier Persona Humana, incluso ante quienes quieren relativizar la naturaleza e identidad más hondo del Ser Humano.

Dios mediante seguiremos profundizando esté tema en otros artículos y en los “Audios Areté”.


Psi. Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Areté

lunes, 25 de julio de 2016

El conocimiento y la recta valoración personal




La persona humana va a encontrar la felicidad y libertad en la medida en que posea una recta valoración de sí mismo, pero esto implica saber responder primero a la pregunta ¿quién soy? junto con esto, también es importante encontrar el sentido o el fin de su vida, es decir, ¿para qué existo? Responder a estas preguntas conduce a encontrar su lugar en el mundo y a vivir en coherencia con ello; también se relaciona con encontrar la propia vocación como hijo e hija de Dios que es, en últimas, el lugar y misión que tiene dentro del Plan de Dios.

Pero, ¿Qué es la vocación? Comúnmente se suele confundir vocación con profesión, siendo cosas diferentes porque, se puede desde una misma vocación, desempeñarse en distintos oficios, roles o profesiones. La vocación, según Aguiló (2009) incluye todo lo que la persona se ve llamado a hacer, lo que le da sentido a su vida. Es el llamado que Dios le hace, un llamado a ocupar un lugar, un puesto que no puede ocupar nunca otro. En este contexto, resulta clave el conocimiento personal, conocerse auténticamente e integralmente. Y para esto, no basta con saber solamente una lista de defectos y virtudes.

En la medida en que uno se conozca, se va encontrando consigo mismo. Esto es similar al hecho de verse al espejo: si en principio está sucio y polvoriento, se puede ver la imagen completa, pero de manera algo distorsionada. Al limpiarlo, poco a poco se puede ver auténticamente la imagen real; provocando una aceptación de la persona tal cual es, para así poder valorarse auténticamente para encontrar el sentido de su existencia.

En el tema de la recta valoración de sí mismo es importante también la valoración que el Ser humano recibe de los demás, relacionada, por ejemplo, con las amistades que tiene; el lugar que se ocupa en la familia o entre el grupo de amigos; si se encuentra sentido a su trabajo; si los demás valoran lo que hace en el grupo de referencia o trabajo. En síntesis, si la familia o amigos le valoran, es más fácil para él valorarse.

Psi. Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Areté

viernes, 22 de julio de 2016

La Tolerancia de los intolerantes

Manos, Amistad, Amigos, Niños, Diversión, La Felicidad
Hay entre nosotros una palabra, un valor que está muy de moda; esté es la llamada “Tolerancia”.  Es por eso que el día de hoy quiero dedicarle un espacio para conocer, profundizar y reflexionar sobre dicho concepto. Esto lo hago incluso por curiosidad de saber exactamente qué significa este término tan popular en nuestra sociedad hodierna, también lo hago porque no es raro ver por diversos ámbitos cierta incoherencia en distintas personas que invocan la tolerancia siendo ellos mismos intolerantes. Por eso el título del presente artículo.

¿Que es la Tolerancia?

Hay quienes afirman que es uno de los valores más respetados de nuestra sociedad actual y que guarda relación con la aceptación de aquellas personas, situaciones o cosas que se alejan de lo que cada persona posee o considera dentro de sus creencias.

Tolerancia proviene del latín “tolerare”, la que se traduce al español como “sostener”, o bien, “soportar”.

Sin embargo sabemos que “Tolerar” va más allá de soportar y está más relacionado con la aceptación de algo con lo que no se está de acuerdo o que no se adecua a mis creencias o valores. Me parece fundamental recordar que aceptar es admitir y asumir que algo se ha dado, que algo es, que algo ocurre o ha ocurrido. Aceptar no es estar de acuerdo. Aceptar efectivamente va más allá de lo moral. Aceptar es reconocer que algo es o algo pasó, más allá de que me guste o no, más allá de que me parezca o no, esté de acuerdo o no. Es, pasó, sucedió, se da, se dio, existe, o no se dio, o se dio de esta manera, etc. 

Tal como se plantea hoy en día la tolerancia se convierte en un valor que nos permite convivir con personas de diferentes creencias, doctrinas, religiones y culturas. Es la que nos permite vivir en armonía con personas muy distintas.
Me parece muy interesante relacionar y entender que la tolerancia es aceptar incondicionalmente al otro incluso más allá de que sea distinto a mi persona, tenga creencias o valores diferentes, etc.

Pienso que estamos invitados a valorar a cada ser humano como un ser único e irrepetible, como un don para el mundo. De esa manera vamos a celebrar las diferencias, puesto que entendemos que cada ser humano es valioso porque ha sido creado con una dignidad de persona humana, invitada a la felicidad y a realización personal en una misión trascendente.

Me parece interesante nutrir “La Tolerancia” no solamente de otros valores sino sobre otras virtudes que nos conducen a buscar el bien y la verdad de nosotros mismos. Tales como por ejemplo; la caridad, la reverencia, la fe y la esperanza. Digo esto puesto que no podemos correr el riesgo de relativizar el bien o la verdad sobre el Ser Humano. No se trata solo de soportar o aguantar. Pienso que tampoco es negar nuestra jerarquía de valores o nuestros principios morales. Se trata de aceptar al otro incondicionalmente. Se trata de aceptar la realidad y el momento presente, consciente de que es lo único que nos pertenece; sólo en este medio nos podemos plantear actos libres; sólo en el instante presente establecemos un auténtico contacto con la realidad.

Para concluir hay que decir que “Tolerar” no significa estar de acuerdo, significa asumir y admitir que una realidad es. En ese contexto se señala lo importante que es abrirse a distintas realidades buscando la verdad del Ser Humano por tanto no hay que tener miedo a pensar distinto, a disentir o a tener otras opiniones. “Tolerar” no significa decir las cosas por miedo o quedarse callado. Que la famosa tolerancia no nos quite la conciencia de ser levadura en la masa, signo de contradicción en nuestra sociedad contemporánea. 



Psi. Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Areté

viernes, 17 de junio de 2016

El adulto mayor


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Alrededor de los 60 años se producen cambios importantes, entre los cuales están: probable retiro profesional y soledad familiar, disminución física, se vive de recuerdos, impotencia para iniciar algo nuevo, la muerte es una realidad. Se desarrolla entonces la crisis de la impotencia que consiste en plantearse numerosas preguntas: ¿para qué vivir si el destino es morir? ¿merece la pena creer, esperar o amar?

En este  cansancio, una de las tentaciones más frecuentes a esta edad es la  evasión, es decir, se siente la experiencia de miedo, de insatisfacción, pero siempre como algo difuso, porque nada concreto molesta. En este momento, la idea de pérdida se hace constante. También Dios se revela como el gran tema de la existencia en su misterio insondable, en su cercanía misericordiosa o en su terror paralizante. Garrido (1997) describe esta etapa como la “Hora del creyente” porque todo saber sobre el hombre ha de ser entregado al Señor de la vida y de la muerte. Para un hombre educado en el idealismo y cuyo proyecto de vida estuvo configurado por el Señor Jesús, la sensación de fracaso es inexorable. Sin embargo, la paradoja de esta edad estriba en sostener los extremos. Erikson (1985) habla de esta etapa como una dicotomía entre la integridad del yo, -en términos nuestros reconciliación de la historia personal- y la aceptación de sí mismo, frente a la desesperación y el sinsentido.

El hombre reconciliado con lo real, con su finitud, puede conocer una plenitud insospechada; el hombre/mujer maduro tiene experiencia, conoce el valor real de las ideas, es realista. No obstante, el realismo puede deslizarse hacia el escepticismo y la mediocridad, pero también expresar la consistencia y riqueza de la libertad personal, de la obra bien hecha, del gozo de las cosas sencillas, de la esperanza activa y paciente, de la humildad responsable, del amor lúcido. Por estos motivos, una vida bien reconciliada y aceptada, equivale a una edad altamente productiva, sobre todo en trabajos que necesitan manejar la complejidad de lo auténtico, porque se comienza a ser sabio:, ese arte del juicio práctico, el discernimiento y, por supuesto, este momento está enraizado en la existencia a través de lazos permanentes.

Ps. Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite
Director General de Aretè. 


martes, 31 de mayo de 2016

Adulto maduro: de los 40 a los 55 años

 

En esta etapa, normalmente, el futuro aparece cada vez más como barrera, mas no como horizonte abierto, ahora el proyecto de vida es lo previamente creado, conocido, aquello que sabemos que da de sí. No se trata de conquistar ya la realidad, sino de aceptarla, porque ha impuesto ya su ley, la de la limitación a nuestros deseos (Garrido, 1997).

En el ciclo vital anterior, la crisis del realismo ha desconcertado a la persona, pero en éste se ha exacerbado y, de nuevo, como en una segunda adolescencia, el hombre maduro se siente confuso, inseguro, desilusionado. Aparece entonces la crisis de reducción que no consiste en no alcanzar los ideales, sino en el sentido de haberse propuesto tales ideales, debido a que en este momento se cierra o delimita el proyecto de vida a lo alcanzado y empiezan ciertas reducciones en las dimensiones de la vida, salud, relaciones humanas, protagonismo social.

De manera que la esperanza, hecha confianza en sí y experiencia de fe, se siente amenazada por la ambigüedad radical con que uno percibe el propio obrar, porque tiende a relativizarse todo lo pensado, querido y trabajado, porque la muerte antes ignorada, comienza a revelarse tremendamente real.

Según Erikson (1985) alcanzar insatisfactoriamente la etapa de generatividad, da lugar a un empobrecimiento personal. En este momento, si el individuo siente que la vida es monótona y vacía, que simplemente transcurre el tiempo y envejece sin cumplir sus expectativas, quiere decir que ha fracasado en las habilidades personales para hacer de la vida un flujo siempre creativo de experiencia. También puede que las personas se sientan apáticas y cansadas, a diferencia de las personas generativas que encuentran significado en el empleo de sus conocimientos y habilidades para su propio bien y el de los demás; a ellas, por lo general, les gusta su trabajo y lo hacen bien.

Lo más significativo a esta edad, son los rasgos de la persona que ya están configurados. Aunque los ojos mantengan un aire juvenil y hasta ingenuo, ciertas arrugas, ciertos rasgos en la frente o alrededor de los gestos, definen una vida entera. De este modo, se experimenta la decadencia bio-psíquica y se empieza a experimentar que la salud ya no es tan buena como antes, es decir, la sensación de declive es inevitable. Algunos factores que evidencian esta situación, por ejemplo, son la menopausia en la mujer y la andropausia el hombre, donde el declinar biológico es, con frecuencia, el desencadenante de la crisis existencial y probablemente la persona se sienta enferma, disminuida y más frágil.

Ps. Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite
Director General de Areté.


viernes, 27 de mayo de 2016

Adulto joven: Entre los 25 y 40 años

 

Entorno a los 25 años se toman las decisiones grandes de la vida. En esta etapa la persona tiene un proyecto estable de vida, asumido no como un adolescente producto de sueños e ideaciones poco objetivas, sino con un proceso de fundamentación y madurez. La persona está invitada a vivir sus aspiraciones, porque es tiempo de iniciativas, asumir responsabilidades, crear vínculos afectivos propios (hijos, ámbitos profesionales, vocación a la vida religiosa o consagrada) y además, tener la sensación de vivir a tope, es decir, sumergido en la actividad (Garrido, 1997).

¿Cómo se da el ciclo vital en estos años? se recogen en él los frutos de años anteriores. Sin embargo, en este momento el adulto joven no mira hacia atrás. Es una etapa de vitalidad y confianza en el futuro. Además, el trabajo adquiere la importancia que le corresponde como ámbito de realización y valoración social; el hecho de amar adquiere una densidad especial, más profunda y madura para ligar la entrega y donación de sí.

No obstante, cuando uno ha fundamentado mal su opción, puede sentirse desbordado por la realidad y eso genera diversas reacciones: inhibición ante las responsabilidades; choque ante la complejidad de un mundo para el que no había sido preparado; pérdida del sentido religioso; incapacidad para asumir nuevos roles afectivos.

La dinámica de esta fase cambia según las experiencias configuradoras, es decir, según el proyecto realmente vivido, porque hasta esta edad existen, sin duda, experiencias que marcan el modo de ser y de vivir de la persona. Pero la experiencia configuradora es la que hace que el adulto sienta la realidad como suya, por eso necesita tiempo y es necesario que haya gozado y sufrido, amado y odiado. En este momento, el tiempo ha de ser experimentado como duración y concentración.

El ritmo vital cambia según va acercándose a los 40 años, en donde habrá ambigüedades que se presentan en el camino: al principio sensación global de despliegue y luego de confrontación. Al principio, la persona se caracteriza por una esperanza arriesgada y luego es más calculadora. Al principio, se tiene un proyecto apostólico optimista, luego, el mundo se resiste demasiado; al principio, el amor es audaz, entusiasta, pero luego es más fiel y más verdadero; al principio, se lleva a cabo la oración y acción de la mano, luego, activismos y tensiones; al principio, visiones globales y luego, importa más lo cotidiano.

En esta etapa se da el inicio de la crisis del realismo que empieza aproximadamente a los 35 años, esta crisis compromete el fundamento de la vida. Consiste en darse cuenta de que el mundo en que hemos intentado hacer real nuestro proyecto de vida, no se amolda ni se amoldará jamás a nuestros planes y deseos (Garrido, 1997). Entendiendo por mundo, aquel conjunto de realidades en torno a las cuales se ha configurado mi historia y he puesto mis seguridades; es allí donde he puesto mi esperanza en el caso del no creyente, y a lo que me he entregado. Este mundo del que hablamos, puede ser  el mundo de lo interpersonal, la vida entregada a Dios o la obra en que me he sentido realizado,  la conquista de la perfección moral o sacar adelante una familia no es muy común.

¿Cómo salir de esta crisis de realismo? Es peligrosa la tentación de leer la propia historia en clave de idealismo inmaduro. Pero si se es creyente y se ha tenido la experiencia fundante de la Gracia de Dios, la luz interior lleva a no perder la paz en este momento. Por el contrario, si no se ha tenido esta experiencia, la crisis puede ser aguda, mientras que la persona se queda estancada en un talante adolescente, o desplaza la fe hacia la prudencia sabiamente egoísta, o reconoce que es el momento propicio para la experiencia apremiante de la Gracia.


Ps. Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite
Director General de Areté.