miércoles, 18 de noviembre de 2015

El concepto de sí mismo


Prada (2007), define el concepto de sí mismo como el proceso dinámico cognitivo-afectivo de diferenciación, integración, organización y consolidación del ser humano en contacto con los otros y con el mundo; a través del cual expresa su individualidad y unicidad personal, lo que siente, piensa y actúa y lo que quiere llegar a ser. A esta definición se le puede agregar que el proceso está permanentemente en interacción con el Creador.

Sintetizando, se puede decir que el concepto de sí mismo es como la imagen personal, la imagen real, quien es el ser humano en realidad. Muchas veces está relacionado con cómo se ve o percibe. Sin embargo, estas percepciones pueden ser engañosas de vez en cuando, es grave que se perciba erradamente y es aún más problemático que no responda adecuadamente a la pregunta “¿Quién soy?”; pues en el fondo se está ante la pregunta por su propia identidad.

Todo ser humano tiene una imagen ideal y una imagen real de sí mismo, tema en el que muchos teóricos, como Carl Rogers, han indagado. La primera habla de lo que el ser humano quisiera ser, lo que muchas veces cree que es, lo que cree que proyecta. Mientras que la segunda, la imagen real, nos habla de lo que él es en verdad. El punto que normalmente el ser humano no se conoce o no sabe si lo que alimenta es su imagen real o ideal. Podría preguntarse el lector: ¿Qué sucede cuando constato la diferencia real y la ideal? Se alimentan ciertos procesos de compensación, evasión o negación de la realidad, y es aquí donde suelen surgir ciertos pensamientos negativos, sentimientos de inferioridad, etc. Es lo que Rogers (1980) llama también “incongruencia”, entendida ésta como la no correspondencia existente en el sí mismo, entre las cualidades que la persona cree poseer y las que tiene realmente.

Este proceso de formación del concepto de sí se inicia desde el comienzo de la vida en relación con la madre, con esquemas sensomotores emocionales no verbales, se desarrolla en esquemas pre lógicos y lógicos, y se abre a interrelaciones cada vez más complejas y auto trascendentes (Prada, 2007). Este concepto es sobre todo aprendido en el cerebro humano, el cual cuenta con un sistema de procesamiento de la información que permite almacenar  infinitos datos, siendo esa información que se almacena en la experiencia social, la que se guarda en la memoria en forma de creencias, pensamientos, ideas y teorías.

Estamos en este punto ante la percepción y conocimiento del mundo por parte del hombre. Esta percepción y conocimiento, equivocado o no, permite predecir, anticipar y prepararse para enfrentar lo que vaya a suceder. De la misma manera en que se construye una representación interna del mundo que le rodea, también se construye teorías y conceptos sobre sí mismo, estableciendo una relación con el mundo que no sólo permite conocer el ambiente, sino también el comportamiento que tiene frente a él.

Las experiencias de relación o comunicación con personas y cosas del mundo, desarrollan una idea de cómo se es en realidad. Los fracasos y éxitos, los miedos e inseguridades, las sensaciones físicas, los placeres y disgustos, la manera de enfrentar los problemas, lo que dicen, lo que no dicen, los castigos, entre otros, confluye y se organiza en una imagen interna sobre su propia persona. De este modo, se puede pensar que el ser humano es torpe, feo, interesante, inteligente, o malo, etc. Y cada uno de estos calificativos es el resultado de una historia previa, donde se ha ido gestando una “teoría”,  una visión sobre sí mismo.

Ps. Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Aretè







miércoles, 4 de noviembre de 2015

Importancia de la familia en el Desarrollo de la persona



La familia es el primer núcleo social y el que más impronta deja en la persona. Es dentro de la familia donde el ser humano alcanza la plenitud personal, que consiste en tener la capacidad de pensar (inteligencia), la capacidad de actuar (voluntad), la capacidad de decidir (libertad) y la capacidad de darse (amar). San Juan Pablo II (1980) señala que:

El hombre no tiene otro camino hacia la humanidad más que a través de la familia. Y la familia debe ser puesta como el fundamento mismo de toda solicitud para el bien del hombre y de todo esfuerzo para que nuestro mundo humano sea cada vez más humano”. De esta manera, la familia está llamada a ser una comunidad de vida y amor.

Ser amado y poder amar son necesidades primordiales de todo ser humano. Con esto se ve la importancia de los padres como agentes socializadores y propiciadores de estas necesidades en los infantes. En la familia se aprenden normas de convivencia y se construyen vínculos afectivos entre cada uno de sus miembros. Este proceso de socialización comienza desde el momento del embarazo y continúa en la infancia, la adolescencia y la juventud, es decir, en la mayor parte de su ciclo vital.  Y es con esto que se comprende que el amor de los dos padres es indispensable para el desarrollo físico espiritual, social y emocional de los hijos. A partir de esta premisa, es deber de los padres amar incondicionalmente a los hijos, es decir, amarlos con sus capacidades y limitaciones. La presencia segura y el amor de las primeras figuras de afecto producen un impacto significativo en la vida actual y futura de los niños.

Pasando a otro punto, existe una base fundamental para la construcción propia de la persona dentro de la familia y es el tipo de apego (vínculo) que se establece desde edad temprana con los padres, de allí la necesidad de la familia y la enorme importancia de éste. El concepto de apego infantil es propuesto originalmente por Freud (1938), pero es John Bowlby (1940), quien lo reformula para señalar que todo niño nace con la tendencia a buscar una proximidad con una persona y que la calidad del apego va a tener un impacto significativo en el resto de su vida. Según la teoría, la madre representa el vínculo primario más importante en la vida de un niño, debido a que ella es quien en gran parte se ocupa de cuidarlo en sus primeros años de vida.

Siguiendo a Polaino (2008) definimos el apego como una vinculación afectiva, estable y consistente que se establece entre un niño y su madre, como el resultado de la interacción entre ambos. Dicha vinculación es promovida no sólo por el repertorio de conductas innatas con las que el niño viene al nacer (conductas de apego: llanto, risa, succión, etc.), sino también por la sensibilidad y actuación materna. Se puede ver aquí la importancia de la acogida de la madre hacia el hijo y del padre hacia el hijo. Siguiendo a dicho autor, hay una característica propia del apego, y es la necesidad del niño de buscar y mantener proximidad y contacto físico con sus figuras vinculares. Es decir, dependiendo de la calidad de esta interacción será la futura forma y manera de vinculación del niño con otros.

Existen entonces algunos tipos de apego que corresponden a esas formas particulares de interacción del niño con sus padres y viceversa. Pero antes de abordar esta situación, hay que revisar las diferentes etapas de la vida y tomar criterio frente a los tipos de apegos que se establecen en esos primeros años vinculares con los padres o cuidadores.

Uno de estos tipos es el apego seguro, según Polaino (2008), que se da cuando el niño posee una percepción de la madre como una base segura y mantiene una actitud de búsqueda activa de contacto corporal y proximidad con la madre. El niño en presencia de su madre maneja una con­ducta de toma de iniciativas y de saludo activo en la interacción. Sroufe (1985), sintetiza, en breves trazos, las conductas característi­cas de este grupo de niños: exploración de los juguetes que hay en su en­torno, manifestaciones de afecto compartido durante el juego y acepta­ción de los extraños en presencia de la madre. Esto se manifiesta, por ejemplo, cuando el niño está estresado y busca con prontitud el contacto materno para eliminar dicho estrés. De esta forma, independientemente que la madre sea así o no, el hecho es que -por su forma de comportarse- el niño la percibe y «se construye» como una persona disponible y respondiente, que en situaciones adversas es sensible, accesible y colaboradora (Ainsworth, 1989). Gracias a esta seguridad, el niño se atreve a explorar el mundo y a mostrarse más cooperativo.

El apego inseguro-evitativo o ansioso-evitativo se manifiesta cuando el infante posee una percepción de la madre como una base que no es segura; desempeña un juego exploratorio con independencia de ella; presenta una actitud negativa ante el contacto corporal con la madre; llora muy rara vez cuando se se­para de ella; evita a la madre cuando se reúne con el resto de la familia; alterna sus conductas de búsqueda, proximidad y evitación. Sroufe (1985) estudió pormenorizadamente las conductas de los ni­ños de este grupo, encontrando otras características, como las siguientes: distanciamiento de la madre y evitación de la mirada; aceptación de la persona extraña con independencia de que esté presente o no la madre y disminución del afecto compartido entre ellos. Pero, independientemente de que la madre sea así o no, el hecho es que -por su modo de comportarse- el niño la percibe y «construye a la madre» como una persona evitativa y, en consecuencia, se conduce como si se defendiera del rechazo, supuesto o real, de su madre.

El apego inseguro-resistente o ansioso-ambivalente posee la percepción de la madre como una base inconsistente. Las manifestaciones de este tipo de apego, son: ansiedad de separación; dificultades para el juego exploratorio; actitud similar a encontrarse a la espera de nuevas situaciones y en presencia de extraños; se presenta una actitud negativa ante la separación (angustia) que no desaparece al reunirse con la madre, sino que se prolonga en conductas de enfado o pasividad. Por esas razones, la llegada de la madre no les proporciona confort ni estimula el juego exploratorio, sino que continúan ansiosos por la anterior separación (Cassidy y Berlín, 1994). Es probable que la autoestima o recta valoración de este grupo de niños sea baja o tienda a la subestimación, es decir, que les cueste tomar la iniciativa y se muestren relativamente desconfiados respecto a cualquier futuro proyecto, porque dependen de algún modo de la aprobación de los demás y de la forma en que les estiman y, generalmente, son muy vulnerables ante el temor a ser rechazados o abandonados (Polaino, 2008).

El apego ansioso-desorientado-desorganizado, posee comportamientos que se diferencian por las siguientes particularidades: percepción de la madre como una base ambivalente y desorganizada; ansiedad de separación; confusión o aprensión ante el juego exploratorio; evitación del contacto ocular; comportamiento ambivalente ante la separación/reunión con la madre y desorganización del comportamiento de apego. Se puede observar que en el proceso de estructuración de los apegos anteriormente mencionados, la madre no les proporciona la necesaria seguridad desde la cual poner en marcha el juego exploratorio, sino que en su presencia, los niños continúan desorganizados y ansiosos, sin que puedan acabar de estructurar su comportamiento.

Siguiendo a Polaino (2008), es válido aclarar que el apego no es determinante en la recta valoración de sí mismo, aunque tal vez sí es condicionante en la medida en que las relaciones futuras y vínculos afectivos son la prolongación del tipo de apego llevado en la infancia. Es importante plantear que nada determina a la persona y a su vinculación futura, todo es posible de reestablecer y cambiar; siempre y cuando se haga un trabajo continuo y constante de reconciliación y sanación de esos vínculos primarios, teniendo en cuenta la apertura a sí mismo y a la gracia de Dios.

Continuemos ahora con la revisión de las distintas etapas de la vida, basándonos en la aproximación que hace Erikson sobre el desarrollo psicosocial, pero alejándonos de su base teórica y conceptual, realizando pinceladas desde una visión más holística de la persona. Esto llevará a la evaluación de la historia personal y a tener una mirada integral del desarrollo de la dimensión psíquica en las distintas etapas. Cabe mencionar que el desarrollo psíquico va a depender de dos factores: la herencia y el ambiente. En relación a lo que se hereda son las disposiciones y rasgos potenciales que la persona va desarrollando a lo largo de su vida y esto dependerá, en gran medida, del ambiente en el cual la persona humana se desenvuelve (Monge, 2004).

Esto nos lleva a pensar que si en alguna etapa hubo una interrupción o se presentó alguna herida es preciso revisar la etapa en la que ocurrió y ver ese ambiente en el que vivió la persona. Posteriormente, teniendo consciente y aceptada la herida en la etapa específica, la persona pueda elaborar un proceso de perdón y reconciliación con Dios, consigo mismo, con los demás y con lo creado.


Psi. Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Areté

jueves, 15 de octubre de 2015

El perdón


Fuentes (2008), dice que perdonar es más que aceptar lo que sucedió,  se puede aceptar una ofensa con el fin de seguir adelante pero en el fondo vivir una “fría indiferencia” frente al que ha ofendido. Es más que cesar en el enojo, eso sería sólo una parte del proceso. Con el tiempo, el perdonador tendría que tener un cambio real de actitud hacia el ofensor, porque es más que tener una actitud neutral hacia el otro. Desafortunadamente, algunos creen que el perdón se reduce a no guardar resentimiento, o que sólo hay que procurar hacer algo para sentirse bien. Todo esto no es suficiente, aunque objetivamente no sea malo, porque el propósito del proceso del perdón es que el perdonador experimente pensamientos y sentimientos positivos hacia el ofensor, por supuesto, esto puede llevar tiempo. La neutralidad, en este sentido, puede ser un gran paso en el proceso, pero nunca el desenlace definitivo.

Por una parte, el perdón aumentará la salud emocional y el bienestar del perdonador. Por ejemplo, mucha gente comienza el proceso del perdón justamente porque está cansada de sentirse mal y quiere sentirse mejor. Sin embargo, esto sólo no alcanza y a menudo resulta contra-producente el haber centrado las esperanzas en un estado puramente sentimental.

Por otra parte, es importante tener en cuenta que perdonar no es excusar al ofensor o agresor. La esposa injustamente golpeada puede excusar la violencia de su marido, echándose ella misma la culpa de haberlo provocado con sus palabras o acciones, aun cuando esto no sea verdad o no sea toda la verdad (como sucede en las personas co-dependientes). Sin embargo, esta actitud desvirtúa el verdadero perdón, haciendo pensar que perdonar significa conformarse con ser una persona golpeada, usada o abusada y permitiendo que estas situaciones continúen sin solución. Pero no es así,  perdonar significa admitir que lo que sucedió estuvo mal, y que no debería repetirse.

Perdonar tampoco equivale a olvidar los malos recuerdos, el perdón no produce amnesia. Por el contrario, hay veces en que es necesario recordar particularidades muy concretas de eventos que nos han herido con el fin de sanar nuestra memoria. Si esto se hace bien, el perdón cambiará el modo en que recordamos el pasado, éste dejará de estar signado por la angustia, el temor, y la ansiedad.

Tampoco es cuestión de calmar los nervios, porque sencillamente alguien puede serenar el nerviosismo que le causan determinadas situaciones ingratas o injustas, sin perdonar a los causantes de las mismas. Además, se puede aprender a dominar los nervios que provoca el compañero que día a día humilla con sus burlas, sin perdonarlo. Este dominio del carácter, o la capacidad de relajarse, es un paso importante para poder perdonar, pero no es el perdón.

Decir “te perdono” cuando las palabras de perdón suenan como desprecio, como hace el personaje de Alberto Blest Gana, en Martín Rivas: “¡Cobarde! te tengo lástima y te perdono” no es muestra de perdón sincero, pues este se convierte en un estoque tan hiriente como el desdén. Finalmente, tampoco se identifica, aunque se relaciona estrechamente, con la reconciliación.

La opción por el  perdón es un paso en el proceso de la reconciliación, ya que ésta, sin el perdón, se convertiría en una simple tregua donde cada parte está buscando la oportunidad para reiniciar las hostilidades. La reconciliación real requerirá el perdón de ambas partes, ya que en muchos casos habrá daños en ambos lados; requiere una confianza renovada, y a veces esto no es posible. La reconciliación requiere que ambas partes estén preparadas para retomar la relación (en algunos casos), y a veces sólo una de las partes está preparada para hacer este esfuerzo. De aquí que pueda suceder que alguien perdone sin reconciliarse (a veces porque la otra parte no quiere dar este paso), pero nunca podría reconciliarse de verdad sin perdonar.

Según Fuentes (2008), el perdón es:

1º El abandono del resentimiento que tenemos hacia quien nos ha ofendido o herido injustamente.

2º La renuncia a la revancha a la que, siendo objetiva la injusticia de la herida, tenemos derecho según la justicia humana.

3º El esfuerzo en responder con benevolencia al agresor, es decir, con compasión, generosidad y amor.

4°El perdón es un acto de misericordia que nos regala Dios para toda nuestra vida y existencia.

5° El perdón es gratuito, no ligado al pedido del otro y tampoco a su arrepentimiento.

6° El perdón es un gesto de humildad que no humilla.

Quien perdona no se detiene a esperar al otro o a escrutar los signos de arrepentimiento, está dispuesto a dar el primer paso y en todo caso, no pone condiciones a quien le ha ofendido ni espera eterno reconocimiento. El perdón es tan discreto y silencioso que el perdonado podría incluso haberlo dado por descontado o no saber cuánto ha costado.

El verdadero perdón, también es sincero, expresa una voluntad real de acogida y comunión, un deseo eficaz de pasar por encima de lo que ha sucedido para reconstruir la relación sobre bases nuevas. El perdón es un estilo de vida humilde y sencilla, es un modo de ponerse frente al otro y a su debilidad. La persona misericordiosa no puede olvidar que ella también ha caído tantas veces sin sufrir condena pues quien perdona, no reprocha al otro el pasado; quizás es posible que olvide, mientras que reconoce en el presente su necesidad de un tú. O, por lo menos, es tan realista que prefiere humillarse y no hacerlo pagar, antes que aislarse y privarse del bien de la relación, para así poder construir un futuro nuevo.

Juan Pablo II (2001), enuncia que el perdón es una de las formas más nobles del ejercicio de la caridad, y siguiendo con Philippe (2011) si no entendemos la importancia del perdón y no lo integramos a nuestra convivencia con los demás, nunca alcanzaremos la libertad interior, la felicidad y la reconciliación, permaneceremos entonces prisioneros de nuestros rencores. Cuando nos negamos a perdonar algo de lo que hemos sido víctimas, no hacemos más que añadir mal sobre el mal, no seamos pues cómplices de la propagación del mal. En relación a esto último, entendemos que cuando perdonamos a alguien le hacemos un bien a esa persona (liberándola de una deuda), pero ante todo, como hemos dicho, nos hacemos un bien a nosotros, pues recobramos la libertad  que el rencor y el resentimiento estuvieron a punto de hacernos perder.

Ps. Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite
Director General Areté

lunes, 5 de octubre de 2015

El hombre como ser siendo - desplegándose


Entiéndase que Dios es el Ser por excelencia, es el Ser supremo. Es un Ser de amor, de entrega, donación, y amistad; que comparte su “ser de amor” con el Ser humano. Éste es invitado a vivir el amor y la comunión como la Santísima Trinidad, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por esta razón, al ser creada, la persona participa de la naturaleza divina. A continuación, se ampliarán dos conceptos mencionados anteriormente:

¿Qué es la Imagen? Es la huella, la marca, el sello de Dios que suscita la nostalgia de infinito, de reconciliación, el hambre de Dios. ¿Qué es la Semejanza? Es la capacidad de comunicación, de amistad  con Dios, la relación con Dios. De la Imagen de Dios surge el dinamismo de permanencia, y de la Semejanza surge el dinamismo de despliegue como esa capacidad de entrega y amor a los demás.

¿Qué son los dinamismos fundamentales? Habría que comenzar diciendo que ambos  tienen su fundamento en Dios. El dinamismo de Permanencia es el que lleva al ser humano a asegurar la permanencia en el ser  y en la propia identidad; es un impulso que lleva al ser del hombre a querer permanecer siendo, que le permite ser el mismo siempre. El dinamismo de Despliegue es el de la realización, de la entrega, del servicio, donación, amor y comunicación. El hombre es, permanece en la medida en que ame, viva la comunión y se comunique con el amor que signa este dinamismo y manifiesta esa característica de apertura hacia alguien o hacia algo.

Es importante mencionar que ambos dinamismos se complementan entre sí y constituyen el ser más profundo del hombre, es decir, la vida del ser humano, la identidad del hombre. A su vez, los dinamismos fundamentales se traducen psicológicamente en dos necesidades: Necesidad de seguridad y de significación, que el hombre busca satisfacer, ya que no puede ser feliz si no las colma. Hay que precisar que ambas necesidades están íntimamente relacionadas entre sí y, como los dinamismos fundamentales, se complementan entre sí.

Por un lado, la necesidad de seguridad explica que el hombre requiera una base, un piso, una raíz, un sustento. ¿Cómo se plasma esto? ¿Qué le da seguridad a la vida? Por ejemplo, el amor de unos padres, el cariño de una familia, la presencia y comunicación de padres y hermanos. Por otro lado, la necesidad de significación se manifiesta como la exigencia de un sentido para la vida, de saberse valorado y aceptado, de saber que existe para algo y para alguien; lo cual resulta importante en vistas a la recta valoración de sí mismo o el recto amor a sí mismo. Otra dimensión de la necesidad de significación es la de la afectividad, que no es otra cosa que la facultad de amarse a uno mismo, amar a los demás y amar al creador. Dicha afectividad es también la capacidad de resonar interiormente de la persona, donde existen sentimientos, emociones,  ilusiones, motivaciones y pasiones.

Psi. Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite.

Director General de Areté.

martes, 29 de septiembre de 2015

El hombre es “Unidad: Bio-Psico-Espiritual”


La persona humana es por su propia naturaleza una unidad bio (cuerpo), psiche (alma), espiritual (espíritu). El ser humano constituye una Unidad inseparable. Es por eso que la mirada objetiva y adecuada de la persona es la mirada integral, considerándola como unidad; reflexionando sobre la integración de sus tres dimensiones fundamentales.

La palabra “unidad” hace entender que el ser humano no es un compuesto, una suma de partes o elementos. No son tres naturalezas ni tres personas, sino una. Esta  visión trial es presentada ya en el Nuevo Testamento por San Pablo: «Que Él, el Dios de la  paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma, y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes. 5, 23). Entonces, al entender la unidad integral de cuerpo, alma y espíritu, que se afectan entre sí, la persona comprende que tiene tres dimensiones: la dimensión corporal, la dimensión psicológica y la dimensión espiritual.

Al explorar cada una de esas dimensiones, se puede notar que gracias a la corporalidad (dimensión corporal) la persona puede manifestarse, representarse y expresarse. Es el cuerpo la instancia que media la relación entre el yo y el mundo (Polaino, 1975). De modo que sin el cuerpo sería imposible estar en el mundo y establecer relaciones con él. En lo que se refiere a la dimensión psicológica, se encuentra la vivencia interior de la persona; ideas, criterios, emociones, sentimientos, pasiones, motivaciones, deseos, sensibilidad y percepción, entre otros. Es en esta dimensión donde se estructura la aproximación a la realidad, debido a que le permite a la persona entrar en contacto con el mundo que le rodea.

Por último, la dimensión espiritual es la que le permite al hombre transcender su naturaleza y es por ella capaz de abrirse a Dios. El espíritu (pneuma) es el núcleo, la dimensión más profunda del ser del hombre que San Pablo describe con propiedad como “el interior” o el “hombre interior” (2 Cor. 4,16). Es el punto de contacto con Dios y con los valores trascendentales. La persona posee una realidad espiritual que permanece en su interior a pesar de los cambios físicos o psicológicos que pueda experimentar, y es lo que subsiste después de la muerte. Es importante no confundir la dimensión espiritual con lo religioso, pues no son equivalentes, sin embargo, lo religioso se constituye un ámbito de despliegue de ese mismo espíritu.

En este contexto, resulta importante explicar ¿Que es la mismidad? la cual viene inscrita en lo más íntimo del ser del hombre desde su concepción, es la que lo define como persona única e irrepetible, y que si bien es cierto, comparte con otros distintas características, su mismidad no es igual a la de nadie más.

  
¿Qué es la identidad personal?

Schnake (2012), en la conferencia sobre la identidad personal, personalidad y sexualidad en el I Seminario Psicología y Persona Humana, dice que la identidad personal es aquello que nos identifica con nuestro ser más íntimo, que nos permite reconocernos como persona humana única en el tiempo y que nos orienta en la dirección del desarrollo de la plenitud de nuestro ser”. Hay que decir entonces que la identidad personal está conformada por distintos elementos y dimensiones que la persona va descubriendo, madurando y desplegando. La mismidad es el núcleo, el sello más íntimo, más profundo de la identidad. Pero, ésta es más amplia, pues está conformada por tres aspectos que tiene todo ser humano: ser persona, ser cristiano y la vocación particular. La identidad es aquello que otorga continuidad a la persona en el tiempo, es lo que hace que siga siendo ella misma, a pesar de los cambios que pueden ir afectándola.

El ser humano es unidad y la dimensión espiritual es la más importante, pero no anula a las demás dimensiones, sino que existe una jerarquía. De manera que es lo espiritual lo que dirige y nutre la realidad corporal y psicológica. Quien pretenda la realización humana sólo saciando las necesidades físicas o buscando la armonía psicológica sin la vida espiritual, permanecerá frustrado, incluso en el ámbito físico y psicológico.

Un gran problema en la actualidad es el reduccionismo, esto significa que el ser humano al tratar de entenderse a sí mismo, se inclina a tomar una parte de lo que ve y convertirla en la explicación global de su realidad personal y del mundo que le rodea. En este sentido, se pueden distinguir cuatro ilusiones con las que la persona tiende a reducirse; estas son: identificar el ser y la realización con el cuerpo, pensamientos, sentimientos o con mis realizaciones y personajes. Estas serán estudiadas a continuación.

Primero, cuando el ser humano sólo se constituye el cuerpo en parte central de su vida se cumple la ilusión de: “Me creo mi cuerpo”, lo idolatra y le rinde culto como si fuese lo más importante de su vida. Tres claras manifestaciones de culto a la dimensión física de la persona son los vicios hermanos de la gula, la pereza y la lujuria. Segundo, cuando el hombre cae en el “me creo mi pensamiento”, está aferrado a sus ideas, pensamientos y razonamientos. Se deja envanecer y ensoberbecer con sus planes y proyectos personales, sin importar los de los otros; no escucha  a nadie, se cree la medida de todas las cosas. Tercero, cuando está presente el “me creo mis sentimientos o emociones”, el individuo “endiosa” su mundo emocional y sólo sabe reaccionar desde sus gustos y caprichos. Cuarto, cuando el ser humano opta por el “me creo mis realizaciones y personajes”, vive esclavizado a sus roles, personajes y máscaras. Reduce su vida al “rol” o “personaje” y se olvida de quién es.

Psi. Humberto Del Castillo Drago.
                                               Sodálite
                                                                              Director General de Aretè

lunes, 10 de agosto de 2015

¿Qué es la perseverancia?


1  1.    Introducción:
Hoy más que nunca pareciera que la perseverancia no es una virtud que el hombre común quiera vivir, al contrario, estamos en la cultura de usar y botar todo, es decir, del utilitarismo y del pragmatismo, en donde la sociedad de consumo nos impone la costumbre de desechar todo lo que no sirve y es poco útil. Es así como vivimos en la “cultura de lo desechable”, asumiendo el cambio por el cambio, con poca reflexión e, incluso, llegando a cosificarnos a nosotros mismos y a los demás y buscando en el otro algo para lo que nos sirva o sea útil. De esta manera, reducimos nuestra existencia a la búsqueda del placer por el placer, a lo carnal, etc.

Es este el contexto en el que se me pide escribir sobre la perseverancia. Y es que hoy más que nunca nos cuesta ser perseverantes y constantes, incluso podríamos decir que actuamos según distintos estímulos, siendo más reactivos que proactivos. Así que es muy importante recordar que la proactividad es el hábito que nos lleva a actuar según principios y valores; es el hábito que nos invita a vivir responsablemente, según nuestras creencias y convicciones.

2. ¿Qué es la Perseverancia?
Ante este panorama intentemos aproximarnos a la perseverancia: ¿Qué es? Es la firmeza y constancia en la ejecución de los propósitos y en las resoluciones del ánimo”Pero, ¿qué significa esto? Significa que la perseverancia es aquel buen hábito, aquella virtud que nos conduce a cumplir nuestros planes y objetivos.

Sí, la perseverancia nos mantiene firmes y centrados en las metas que nos hemos trazado y, por ende, nos permite ser constantes e insistir una y otra vez. Se trata entonces de perseverar cada vez más, se trata de conquistar nuestra voluntad, se trata de estar firme en nuestras decisiones y saber que van a venir muchos obstáculos, problemas, barreras, etc.; pero que lo más importante es ser constante, firme y decidido en lo que queremos lograr.
Asimismo, perseverar es seguir adelante, es no desfallecer una vez que se ha iniciado el camino, se trata de no renunciar al ideal, y será importante poner todos los medios para cumplir con la tarea o misión encomendada. Se trata de seguir adelante pase lo que pase, y claro está, eso implica una cuota de esfuerzo importante, incluso de dolor y sufrimiento.

Leyendo algunos artículos para escribir el presente, encontré que el P. Ricardo Ruvalcaba, afirma lo siguiente:

La perseverancia es duración. Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida, decía Juan Pablo II. En la vida hay que elegir entre lo fácil y lo correcto.

Se trata de perseverar siempre, de insistir pase lo que pase, de asumir las consecuencias de las decisiones tomadas y los objetivos trazados. Sabemos que obstáculos, dolor, pruebas, sufrimientos, dificultades van a existir siempre y de todas maneras. Pero lo que realmente tiene que importar es el hecho de responder con generosidad y entrega, en donde ponemos lo mejor de nosotros para ser fieles a nuestros anhelos e ideales más grandes. Así que, lo bueno cuesta, las cosas importantes y buenas implican esfuerzo y lucha constante, y es hora de asumir el reto para alcanzar grandes metas a lo largo de nuestra vida.

3. Conclusión:
Se trata entonces de aprender a ser perseverantes en el día a día, en la vida cotidiana. Es decir, en las pequeñas cosas, buscando perseverar en los pequeños proyectos y en las tareas más sencillas y simples. “Quien es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho”. Por lo que se necesita poner distintos medios concretos en el día a día, con el objetivo de aprender a ser perseverantes y enseñar a perseverar.

Pero, ¿Por dónde empezar? Primero, pensar en un objetivo o meta sencilla y común de tu vida cotidiana. Dicha meta u objetivo implicará dos o tres medios para realizarlo. Consiste en perseverar en dichos medios, compromisos, tareas o resoluciones hasta lograr el objetivo. En este momento, recuerda avanzar, crecer, levantarse una y otra vez. Si caes 5 veces; tienes que levantarte 6 veces, eso sí que es perseverar.

Por otro lado, es necesario tener en cuenta que los medios concretos son fundamentales para vivir la perseverancia y, claro está, para educarnos en dicha virtud, por lo que es importante que revises estas recomendaciones que te dejo en este escrito y las lleves a la práctica en tu vida cotidiana.


Ps. Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Areté

viernes, 24 de julio de 2015

Humildad y confianza


Son dos virtudes que ayudan eficientemente para avanzar en el proceso de reconciliación personal. Se trata de reconocer que se necesita de Dios y su gracia para avanzar y crecer en su santificación y en la apertura al don de la reconciliación en las existencias. 

Por ejemplo, vivir la humildad es reconocer todo lo bueno que hay en la vida: las cualidades, lo bien que puede llevarlas ponerlas al servicio de los demás, como un don de Dios; de alegrarse del bien que está presente en la vida, pero sin “bajar la guardia” ante lo que podría alimentar un orgullo más o menos consciente. El humilde no se desanima porque tiene confianza en Dios y una sana desconfianza en sí mismo. Otro aspecto importante de la humildad es la aceptación honesta, tal y como es. Como dice Santa Teresa, “Humildad es andar en verdad”, esto consiste en  reconocer y aceptar al Ser humano tal como es. Se trata de aceptar la historia personal, la familia que Dios le regaló, la vocación que Dios le dio, la comunidad y la espiritualidad a la que le llamó, los amigos que tiene, etc.

Lo mencionado anteriormente se evidencia hoy en día, cuando no es raro que casi sin darse cuenta la persona se cree “la víctima de las circunstancias”. Con esto se quiere decir que lo más fácil es echarle la culpa a la familia, al superior, al profesor, al amigo, al hermano, al padre ausente, a la madre sobreprotectora, de las cosas que le suceden antes de asumir la responsabilidad de los propios actos. Y es que hoy  está  muy difundida la victimización, el creerse y hacerse las víctimas de los otros y de las circunstancias. En el fondo, no se está aceptando que las cosas sucedieron, que se dieron así, que hay cosas que no se pueden controlar. También son muchas las veces que no acepta que actué de tal o cual manera y no se responsabiliza de los actos.

Se trata también de aprender a confiar en Dios, sabiendo que existe un designo Divino y que por alguna razón suceden las cosas; por alguna razón Dios permite que pasen las cosas, porque hoy en día pareciera que no fuera tan fácil cultivar la confianza en Dios, su plan y en su divina providencia. Por ejemplo, hace un tiempo en un viaje a los Estados Unidos, tenía que llegar a tres ciudades distintas a dar charlas y talleres. Cuando terminaba las cosas que tenía que hacer en la primera ciudad sobrevino una tormenta de nieve que impidió que llegara a la otra ciudad y, por tanto, no llegaría a una charla y a una entrevista. Podía percibir en ese momento que el Señor me decía: “No es tu Plan, es el mío”, “No es lo que tú quieres hacer, es lo que yo quiero”. Así que permanecí asombrado de la providencia de Dios. Estuve muy alegre de percibir la pedagogía de Dios, educándome en aprender a confiar cada día más en él y su Plan. Percibí que Dios me invitaba a abrirme a su paternidad providente y es que Dios siempre sale a  nuestro encuentro aunque muchas veces yo no me dé cuenta. Es importante descubrir y abrirse a la paternidad de Dios en mi vida, para que de esa manera crezca en amor y confianza en Él.

En este momento, sería muy bueno que usted, lector, se cuestione y pregunte sobre su relación con Dios Padre. A veces se acostumbra a establecer una relación con Jesucristo y se deja de lado al Dios Padre y, en muchos casos, también al Espíritu Santo vivificador. Dios es el Padre providente, amoroso, tierno, dulce, el cual sale constantemente al encuentro, para amar una y otra vez.

Todos tienen un padre y una madre. Está inscrito en el Plan de Dios que se tenga unos padres determinados. No se eligen, sino que ellos son el medio por el cual se ha sido engendrado, los padres son la imagen de Dios Padre para cada uno, quiera o no, y la relación que se tiene con los padres ayuda a reflexionar sobre la relación con Dios Padre. Cada uno sabe muy bien cómo es su padre y madre  y cómo se ha relacionado con él o ella, no es ajeno para ellos haber vivido relaciones difíciles con sus padres, donde ha habido indiferencias, maltratos, faltas de atención: o bien una severidad y dureza excesivas. Los padres biológicos también son hombres y mujeres frágiles y heridos.

Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Psicólogo
Director General de Areté

viernes, 3 de julio de 2015

La recta valoración y afectividad


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Los dinamismos complementarios de permanencia y despliegue se expresan, psicológicamente, en las necesidades de seguridad y significación que son constitutivas de la persona y complementarias entre sí.

La necesidad psicológica de significación es la expresión de la aceptación de sí, valoración personal y amor. Corresponde a la necesidad de otorgarle sentido a lo que se hace cotidianamente para descubrir su proyección trascendente. Está vinculada profundamente al despliegue y es su expresión psicológica más auténtica, porque en ella se vive la aceptación de sí mismo que vuelca a desarrollar sus potencialidades en el amor  cristiano hacia los demás. Sin embargo, cuando esta necesidad no se satisface, se suele producir en la persona una experiencia  de sinsentido y, poco a poco, se percibe como alguien que no merece ser amado, pensando erradamente  o que nadie ama a alguien que no vale. Esa es justamente la sensación que la persona proyecta cuando no satisface esta necesidad.

De esta manera, el hombre contemporáneo normalmente trata de satisfacer ambas necesidades con cosas inferiores a su dignidad de persona, es como ponerse unos zapatos dos tallas más pequeñas. Quien pretende encontrar seguridad y significación en el placer o el mero bienestar de hacer siempre su gusto; en el tener cosas y fama; en el dominio que pueda ejercer sobre los demás y realmente cree que será feliz así; terminará negando su propia dignidad y la de los demás. Sólo verá en ellos unos objetos capaces de darle placer, admiradores sin rostro, ocasiones de ser alabado o seres inferiores a él. Quien vive así no se conoce a sí mismo, no se acepta, no se ama, vive sometido a la tiranía de sus pasiones desordenadas y se ha hecho literalmente esclavo de ellas; porque ha dejado de verse a sí mismo como persona, mutilando su corazón y su mente.

Es importante entender que el amor y la afectividad tienen mucho que ver con la recta valoración de sí mismo, debido a que tanto la afectividad como la  recta valoración de sí son procesos que tienen que ver con el otro y con el mundo. Son dos caras de la misma moneda, puesto que la afectividad mira más a las emociones y sentimientos, es decir, al sentir, al experimentar, a la inmediatez; mientras que la valoración de sí mismo se refiere a la identidad, a la integración, al sentido de la vida o existencia, etc. Pero no se excluyen sino que se complementan, se integran, son interdependientes y se explican mutuamente.

Ahora bien, no puede existir positiva madurez afectiva sin una recta valoración de sí mismo; como no puede existir un rector amor de sí mismo sin una positiva madurez afectiva que haga sentir y percibir a la persona aceptada, amada y segura. Por eso, es menester tener una valoración objetiva, real, espiritual y auténtica de sí mismo; para que la persona no se quede encerrada en ella misma, pudiéndose abrir al mundo, a los demás y a Dios. Inicialmente, ambos procesos se entrelazan al final del primer año de vida, y en ambos tiene un papel decisivo la relación de apego o vínculo a la “figura materna”.

Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Psicólogo

Director General de Areté

viernes, 12 de junio de 2015

La recta valoración de sí mismo

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Muchos autores llaman a este concepto autoestima. Izquierdo (2008), la entiende como la suma de la confianza y el respeto que se debe sentir por sí mismo, que refleja el juicio de valor que cada uno hace de su persona, para enfrentarse  a los desafíos que presenta la existencia. Pero, se considera que es más adecuado hablar de recta valoración de sí mismo, o incluso de recto amor a sí mismo o caridad con uno mismo, debido a que la palabra “autoestima” puede reducir a una dimensión muy práctica y utilitaria, algo que es muy importante para la felicidad del ser humano. Es decir, la recta valoración de uno mismo no pasa solamente por sentirse bien o no, o porque le traten bien o no, tampoco por si se tiene éxito o no. Incluso, muchas veces se ha tratado esta realidad de forma superficial y/o demasiado artificial.

El término autoestima es la traducción del término inglés self-esteem, que inicialmente se introdujo en el ámbito de la psicología social y en el de la personalidad, el cual denota la íntima valoración que una persona hace de sí misma. De ahí su estrecha vinculación con otros términos afines como el auto concepto (self-concept) o la auto eficacia (self-efficacy), en los que apenas se ha logrado delimitar, con el rigor necesario, lo que cada uno de ellos pretende significar (González & Tourón, 1992).

Si bien hay una connotación positiva al hablar de autoestima, autovaloración y otros términos similares que hacen referencia al origen etimológico de la palabra -donde ciertamente el hombre debe valorarse a sí mismo, para su auténtica realización- resulta interesante analizar este concepto para saber de qué se trata actualmente. Esta motivación surge porque trae detrás de sí una fuerte carga que implica toda una opción de vida, opción por un camino que en el fondo es irrealizable bajo dicha óptica actual. Ésta habla de la idea de un hombre que en el fondo se cree autosuficiente para su propia realización, es decir, cree poder lograr sólo por sus propios medios la felicidad anhelada desde lo más hondo de su ser, no necesita de otro y, en últimas, no necesita de Dios para ser feliz. Y he aquí apreciado lector, el corazón de la crisis del hombre y de la crisis del mundo: la independencia del hombre de su Creador.

También aquí se llega a una importante hipótesis, en donde el hombre vive desconectado de sí mismo y de su creador. Por ello, en muchas ocasiones, no sabe quién es, no se entiende, no se conoce y, por tanto, es infeliz. Resulta entonces válido afirmar que la recta valoración de sí mismo parte de un hecho objetivo y es que Dios lo creó por amor y, según su amor, es invitado a amarse  y valorarse a sí mismo y a los demás. De esta manera, se introduce el tema del “sentido” que tiene la vida y existencia, en contraposición al hombre contemporáneo, que se esfuerza por construir la felicidad de espaldas a Dios y a sí mismo y, por ende, va a construir una valoración de sí mismo o autoestima no acorde a lo que es y a lo que está llamado a ser.

En este sentido, Polaino-Lorente (1997), ensaya tres definiciones que son consideradas muy acertadas en este proceso. La primera definición habla de la convicción de ser digno de ser amado por sí mismo -y por ese mismo motivo por los demás-, con independencia de lo que se sea, tenga o parezca. Luego la segunda, habla de la capacidad de la que está dotada la persona para experimentar el propio valor intrínseco, con independencia de las características, circunstancias y logros personales que, parcialmente, también la definen e identifican. Por último, la tercera, el eje auto constitutivo sobre el que componer, vertebrar y rectificar el yo que, en el camino zigzagueante de la vida, puede deshacerse al tratar de hacerse a sí mismo; la condición de posibilidad de rehacerse a partir de los deshechos fragmentarios, grandes o pequeños, saludables o enfermizos, buenos o malos, que como huellas vestigiales desvelan al propio yo.

Por tanto, la recta valoración de sí mismo se define como la visión integral y adecuada que cada ser humano tiene de sí mismo; es la aceptación positiva de la propia identidad y se sustenta  en el concepto de su valía y capacidad personal.

Dicha valoración parte de la apertura a la verdad sobre sí mismo; se trata entonces de abrirse al don único e irrepetible que es, mirarse integralmente y desde arriba, como hijo de Dios, y mirar también sus fragilidades e inseguridades. Se trata además de mirar objetivamente, teniendo una visión integral, real, objetiva y positiva de sí mismo, debido a que no es raro que el hombre contemporáneo viva desconectado de sí mismo y del Creador. Asimismo, podemos decir que el recto amor o recta valoración de sí mismo es una conquista personal en el sentido del esfuerzo cooperante con la gracia que está invitado a hacer, para abrirse a su realidad de ser.

Para terminar, Cencini (1985), dice que una adecuada estima o valoración de sí mismo hace que la seguridad y confianza en sí mismo crezca, y esto se vuelve fundamental para afrontar los compromisos de la vida y las relaciones con los demás. De esta manera, sólo si se está seguro de sí, el hombre puede verdaderamente darse y amar, o sea, abandonarse y donarse, sin necesidad de defensas y de apoyos artificiales de la propia identidad.

Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Psicólogo
Director General de Areté

sábado, 30 de mayo de 2015

La Aceptación de los demás

 

Un tema importante y que está relacionado a la aceptación de sí mismo es la aceptación de los demás. muchas veces es una consecuencia. ¿Qué se quiere decir con esto? Que si el individuo no se acepta a sí mismo, no es raro que no acepte al otro. Si vive peleado consigo, en ruptura con su ser, vivirá en ruptura con los demás. Esta es una perspectiva importante en lo que se refiere a la aceptación de los otros.

La idea es seguir avanzando en lo que es la aceptación del otro como persona humana única e irrepetible, don para el mundo. Como dice Edgardo Sosa (1983) en su libro El principito y su revolución psicológica, que cada ser humano es una palabra de Dios que nunca se repite. Se puede encontrar personas parecidas en lo físico, inclusive homónimos o personas parecidas en cuanto a carácter o personalidad, pero en lo más íntimo, su mismidad, no existe nadie igual. Esto sirve para abrirse a la realidad del otro como ser único.

El Ser humano es distinto a otro y, claro está, se aproxima a la realidad de manera distinta. El problema es que a veces no se acepta que el otro sea distinto a sí. Se olvida de celebrar las diferencias, de valorar que es distinto. Que sea diferente y distinto es una gran oportunidad de enriquecer, de edificar y ayudar el uno al otro. ¿Por qué se quiere que el otro sea igual a sí? ¿Por qué se quiere controlar al otro? ¿Por qué se quiere que el amigo piense como él? Valga repetirlo: la diferencia, la heterogeneidad es un valor, una oportunidad, un regalo de la vida para crecer y desarrollarse. Philipe (2011)  señala la necesidad de educarse para aceptar a los demás como son, para comprender que la sensibilidad y los valores que lo sustentan no son idénticos a los de todos; para ensanchar y  domar el corazón y el pensamiento en consideración hacia ellos.

Se trata de aceptar al otro tal como es, con sus virtudes y cualidades pero, también con sus defectos y debilidades. Ya se ha leído que aceptar no significa estar de acuerdo. Y es que no se puede estar de acuerdo con algo malo que hace el otro, o con algún defecto o pecado; pero se trata de aceptarlo, respetarlo, amarlo y ayudarlo poniendo todo lo que está a su alcance para que pueda mejorar. .

¿Qué pasaría si un día un hijo descubre que su padre no era todo lo honesto y honrado que se pensaba y que más bien ha vivido engañando a distintas personas? ¿Dejaría de ser su padre? ¿Lo aceptaría? ¿Estaría dispuesto a perdonarlo?

¿Qué pasa si se descubre que la madre no es todo lo modélica que se pensaba sino que durante años ha vivido una doble vida y que incluso tiene otro hijo con otro señor que no es el padre?   ¿Qué es lo que no se acepta de ella o de todo este hecho? ¿Qué estaría invitado a hacer el hijo?

En los no pocos años de vida consagrada y en el contacto con distintos hermanos y hermanas de distintas comunidades,   no ha sido raro encontrar algunos que están desencantados de sus comunidades, de algunos hermanos mayores, inclusive de sus superioras o fundadores. ¿Esto les quita la vocación? ¿Esto es un motivo suficiente para abandonar el llamado que Dios les hizo desde la eternidad? Se considera más bien que es un llamado a aceptar los límites de las personas y comunidades, a mirar con misericordia los defectos de los demás, a entender que es ser humano débil y perfectible y que todos pueden cambiar y mejorar. Pero, claro está que es fundamental aceptar incondicionalmente al otro, se trata de aceptarlo tal como es. Ese es el primer paso, que será completado con el perdón, como podrá ver el lector más adelante.


Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Psicólogo

Director General de Areté