martes, 22 de diciembre de 2015
miércoles, 18 de noviembre de 2015
El concepto de sí mismo
Prada (2007), define el concepto de
sí mismo como el proceso dinámico
cognitivo-afectivo de diferenciación, integración, organización y consolidación
del ser humano en contacto con los otros y con el mundo; a través del cual expresa su individualidad
y unicidad personal, lo que siente, piensa y actúa y lo que quiere llegar a
ser. A esta definición se le puede agregar que el proceso está permanentemente
en interacción con el Creador.
Sintetizando, se
puede decir que el concepto de sí mismo
es como la imagen personal, la imagen real, quien es el ser humano en realidad. Muchas veces
está relacionado con cómo
se ve o percibe. Sin embargo, estas percepciones pueden ser engañosas de vez en
cuando, es grave que se perciba erradamente y es aún más problemático que no
responda adecuadamente a la
pregunta “¿Quién soy?”; pues en el fondo se está ante la pregunta por su propia
identidad.
Todo ser humano
tiene una imagen ideal y una imagen real de sí mismo, tema en el que muchos
teóricos, como Carl Rogers, han indagado. La primera habla de lo que el ser
humano quisiera ser, lo que muchas veces cree que es, lo que cree que proyecta.
Mientras que la segunda, la imagen real, nos habla de lo que él es en verdad.
El punto que normalmente el ser humano no se conoce o no sabe si lo que
alimenta es su imagen real o ideal. Podría preguntarse el lector: ¿Qué sucede cuando
constato la diferencia real y la ideal? Se alimentan ciertos procesos de
compensación, evasión o
negación de la realidad,
y es aquí donde suelen surgir ciertos pensamientos negativos, sentimientos de
inferioridad, etc. Es lo que Rogers (1980) llama también “incongruencia”,
entendida ésta como la no correspondencia existente en el sí mismo, entre las cualidades
que la persona cree poseer y las que tiene realmente.
Este proceso de formación del concepto de sí se
inicia desde el comienzo de la vida en relación con la madre, con esquemas
sensomotores emocionales no verbales, se desarrolla en esquemas pre lógicos y
lógicos, y se abre a interrelaciones cada vez más complejas y auto
trascendentes (Prada, 2007). Este concepto es sobre todo aprendido en el
cerebro humano, el cual cuenta con un sistema de procesamiento de la
información que permite almacenar
infinitos datos, siendo esa información que se almacena en la
experiencia social, la que se guarda en la memoria en forma de creencias,
pensamientos, ideas y teorías.
Estamos en este punto ante la percepción y
conocimiento del mundo por parte del hombre. Esta percepción y conocimiento, equivocado o no,
permite predecir, anticipar y prepararse para enfrentar lo que vaya a suceder.
De la misma manera en que se construye una representación interna del mundo que
le rodea, también se construye teorías y conceptos sobre sí mismo,
estableciendo una relación con el mundo que no sólo permite conocer el
ambiente, sino también el comportamiento que tiene frente a él.
Las experiencias de relación o comunicación con
personas y cosas del mundo, desarrollan una idea de cómo se es en realidad. Los
fracasos y éxitos, los miedos e inseguridades, las sensaciones físicas, los
placeres y disgustos, la manera de enfrentar los problemas, lo que dicen, lo
que no dicen, los castigos, entre otros, confluye y se organiza en una imagen
interna sobre su propia persona. De este modo, se puede pensar que el ser
humano es torpe, feo, interesante, inteligente, o malo, etc. Y cada uno de
estos calificativos es el resultado de una historia previa, donde se ha ido
gestando una “teoría”, una visión sobre
sí mismo.
Ps. Humberto Del
Castillo Drago
Sodálite
Director General de
Aretè
miércoles, 4 de noviembre de 2015
Importancia de la familia en el Desarrollo de la persona
La familia es el primer núcleo social y el que más
impronta deja en la persona. Es dentro de la familia donde el ser humano
alcanza la plenitud personal, que consiste en tener la capacidad de pensar
(inteligencia), la capacidad de actuar (voluntad), la capacidad de decidir
(libertad) y la capacidad de darse (amar). San Juan Pablo II (1980) señala que:
El hombre no tiene otro camino hacia la humanidad
más que a través de la familia. Y la familia debe ser puesta como el fundamento
mismo de toda solicitud para el bien del hombre y de todo esfuerzo para que
nuestro mundo humano sea cada vez más humano”. De esta manera, la familia está llamada a ser una comunidad de vida
y amor.
Ser amado y poder amar son necesidades primordiales
de todo ser humano. Con esto se ve la importancia de los padres como agentes
socializadores y propiciadores de estas necesidades en los infantes. En la
familia se aprenden normas de convivencia y se construyen vínculos afectivos
entre cada uno de sus miembros. Este proceso de socialización comienza desde el
momento del embarazo y continúa en la infancia, la adolescencia y la juventud,
es decir, en la mayor parte de su ciclo vital.
Y es con esto que se comprende que el amor de los dos padres es
indispensable para el desarrollo físico espiritual, social y emocional de los
hijos. A partir de esta premisa, es deber de los padres amar incondicionalmente
a los hijos, es decir, amarlos con sus capacidades y limitaciones. La presencia segura y el amor de las
primeras figuras de afecto producen un impacto significativo en la vida actual
y futura de los niños.
Pasando a otro punto, existe una base fundamental
para la construcción propia de la persona dentro de la familia y es el tipo de
apego (vínculo) que se establece desde edad temprana con los padres, de allí la
necesidad de la familia y la enorme importancia de éste. El concepto de apego
infantil es propuesto originalmente por Freud (1938), pero es John Bowlby
(1940), quien lo
reformula para señalar que todo niño nace con la tendencia a buscar una
proximidad con una persona y que la calidad del apego va a tener un impacto
significativo en el resto de su vida. Según la teoría, la madre representa el
vínculo primario más importante en la vida de un niño, debido a que ella es
quien en gran parte se ocupa de cuidarlo en sus primeros años de vida.
Siguiendo a Polaino (2008) definimos el apego como una vinculación
afectiva, estable y consistente que se establece entre un niño y su madre, como
el resultado de la interacción entre ambos. Dicha vinculación es promovida no
sólo por el repertorio de conductas innatas con las que el niño viene al nacer
(conductas de apego: llanto, risa, succión, etc.), sino también por la
sensibilidad y actuación materna. Se puede ver aquí la importancia de la
acogida de la madre hacia el hijo y del padre hacia el hijo. Siguiendo a dicho
autor, hay una característica propia del apego, y es la necesidad del niño de
buscar y mantener proximidad y contacto físico con sus figuras vinculares. Es
decir, dependiendo de la calidad de esta interacción será la futura forma y
manera de vinculación del niño con otros.
Existen entonces algunos tipos de apego que
corresponden a esas formas particulares de interacción del niño con sus padres
y viceversa. Pero antes de abordar esta situación, hay que revisar las
diferentes etapas de la vida y tomar criterio frente a los tipos de apegos que
se establecen en
esos primeros años vinculares con los padres o cuidadores.
Uno de estos tipos es el apego seguro, según
Polaino (2008), que se da cuando el niño posee una percepción de la madre como
una base segura y mantiene una actitud de búsqueda activa de contacto corporal
y proximidad con la madre. El niño en presencia de su madre maneja una conducta
de toma de iniciativas y de saludo activo en la interacción. Sroufe (1985), sintetiza, en breves
trazos, las conductas características de este grupo de niños: exploración de
los juguetes que hay en su entorno, manifestaciones de afecto compartido
durante el juego y aceptación de los extraños en presencia de la madre. Esto
se manifiesta, por ejemplo, cuando el niño está estresado y busca con prontitud
el contacto materno para eliminar dicho estrés. De esta forma,
independientemente que la madre sea así o no, el hecho es que -por su forma de
comportarse- el niño la percibe y «se construye» como una persona disponible y
respondiente, que en situaciones adversas es sensible, accesible y colaboradora
(Ainsworth, 1989). Gracias a esta seguridad, el niño se atreve a explorar el
mundo y a mostrarse más cooperativo.
El apego inseguro-evitativo o ansioso-evitativo se
manifiesta cuando el infante posee una percepción de la madre como una base que
no es segura; desempeña un juego exploratorio con independencia de ella;
presenta una actitud negativa ante el contacto corporal con la madre; llora muy rara vez cuando se separa
de ella; evita a la madre cuando se reúne con el resto de la familia; alterna
sus conductas de búsqueda, proximidad y evitación. Sroufe (1985) estudió pormenorizadamente las
conductas de los niños de este grupo, encontrando otras características, como
las siguientes: distanciamiento de la madre y evitación de la mirada;
aceptación de la persona extraña con independencia de que esté presente o no la
madre y disminución del afecto compartido entre ellos. Pero, independientemente
de que la madre sea así o no, el hecho es que -por su modo de comportarse- el
niño la percibe y «construye a la madre» como una persona evitativa y, en
consecuencia, se conduce como si se defendiera del rechazo, supuesto o real, de
su madre.
El apego inseguro-resistente o ansioso-ambivalente
posee la percepción de la madre como una base inconsistente. Las
manifestaciones de este tipo de apego, son: ansiedad de separación;
dificultades para el juego exploratorio;
actitud similar a encontrarse a la espera de nuevas situaciones y en presencia
de extraños; se presenta una actitud negativa ante la separación (angustia) que
no desaparece al reunirse con la madre, sino que se prolonga en conductas de
enfado o pasividad. Por esas razones, la llegada de la madre no les proporciona
confort ni estimula el juego exploratorio, sino que continúan ansiosos por la
anterior separación (Cassidy y Berlín, 1994). Es probable que la autoestima o recta
valoración de este grupo de niños sea baja o tienda a la subestimación, es
decir, que les cueste tomar la iniciativa y se muestren relativamente
desconfiados respecto a cualquier futuro proyecto, porque dependen de algún
modo de la aprobación de los demás y de la forma en que les estiman y,
generalmente, son muy vulnerables ante el temor a ser rechazados o abandonados
(Polaino, 2008).
El apego ansioso-desorientado-desorganizado, posee
comportamientos que se diferencian por las siguientes particularidades:
percepción de la madre como una base ambivalente y desorganizada; ansiedad de
separación; confusión o aprensión ante el juego exploratorio; evitación del
contacto ocular;
comportamiento ambivalente ante la separación/reunión con la madre y
desorganización del comportamiento de apego. Se puede observar que en el
proceso de estructuración de los apegos anteriormente mencionados, la madre no
les proporciona la necesaria seguridad desde la cual poner en marcha el juego
exploratorio, sino que en su presencia, los niños continúan desorganizados y
ansiosos, sin que puedan acabar de estructurar su comportamiento.
Siguiendo a Polaino (2008), es válido aclarar que
el apego no es determinante en la recta valoración de sí mismo, aunque tal vez
sí es condicionante en la medida en que las relaciones futuras y vínculos
afectivos son la prolongación del tipo de apego llevado en la infancia. Es
importante plantear que nada determina a la persona y a su vinculación futura,
todo es posible de reestablecer y cambiar; siempre y cuando se haga un trabajo
continuo y constante de reconciliación y sanación de esos vínculos primarios,
teniendo en cuenta la apertura a sí mismo y a la gracia de Dios.
Continuemos ahora con la revisión de las distintas
etapas de la vida, basándonos en la aproximación que hace Erikson sobre el
desarrollo psicosocial, pero alejándonos de su base teórica y conceptual,
realizando pinceladas desde una visión más holística de la persona. Esto
llevará a la evaluación de la historia personal y a tener una mirada integral
del desarrollo de la dimensión psíquica en las distintas etapas. Cabe mencionar que el desarrollo psíquico
va a depender de dos factores: la herencia y el ambiente. En relación a lo que
se hereda son las disposiciones y rasgos potenciales que la persona va
desarrollando a lo largo de su vida y esto dependerá, en gran medida, del
ambiente en el cual la persona humana se desenvuelve (Monge, 2004).
Esto nos lleva a pensar
que si en alguna etapa hubo una interrupción o se presentó alguna herida es
preciso revisar la etapa en la que ocurrió y ver ese ambiente en el que vivió
la persona. Posteriormente, teniendo consciente y aceptada la herida en la
etapa específica, la persona pueda elaborar un proceso de perdón y
reconciliación con Dios, consigo mismo, con los demás y con lo creado.
Psi. Humberto Del
Castillo Drago
Sodálite
Director General de
Areté
jueves, 15 de octubre de 2015
El perdón
Fuentes
(2008), dice que
perdonar es más que aceptar lo que sucedió, se puede aceptar una ofensa con el fin de
seguir adelante pero en el fondo vivir una “fría indiferencia” frente al que ha
ofendido. Es más que cesar en el enojo, eso sería sólo una parte del proceso.
Con el tiempo, el perdonador tendría que tener un cambio real de actitud hacia
el ofensor, porque es más que tener una actitud neutral hacia el otro.
Desafortunadamente, algunos creen que el perdón se reduce a no guardar
resentimiento, o que sólo hay que procurar hacer algo para sentirse bien. Todo
esto no es suficiente, aunque objetivamente no sea malo, porque el propósito
del proceso del perdón es que el perdonador experimente pensamientos y
sentimientos positivos hacia el ofensor, por supuesto, esto puede llevar
tiempo. La neutralidad, en este sentido, puede ser un gran paso en el proceso,
pero nunca el desenlace definitivo.
Por una
parte, el perdón aumentará la salud emocional y el bienestar del perdonador.
Por ejemplo, mucha gente comienza el proceso del perdón justamente porque está
cansada de sentirse mal y quiere sentirse mejor. Sin embargo, esto sólo no
alcanza y a menudo resulta contra-producente el haber centrado las esperanzas
en un estado puramente sentimental.
Por otra
parte, es importante tener en cuenta que perdonar no es excusar al ofensor o agresor.
La esposa injustamente golpeada puede excusar la violencia de su marido,
echándose ella misma la culpa de haberlo provocado con sus palabras o acciones,
aun cuando esto no sea verdad o no sea toda la verdad (como sucede en las
personas co-dependientes). Sin embargo, esta actitud desvirtúa el verdadero
perdón, haciendo pensar que perdonar significa conformarse con ser una persona
golpeada, usada o abusada y permitiendo que estas situaciones continúen sin
solución. Pero no es así, perdonar
significa admitir que lo que sucedió estuvo mal, y que no debería repetirse.
Perdonar
tampoco equivale a olvidar los malos recuerdos, el perdón no produce amnesia. Por el contrario, hay
veces en que es necesario recordar particularidades muy concretas de eventos
que nos han herido con el fin de sanar nuestra memoria. Si esto se hace bien,
el perdón cambiará el modo en que recordamos el pasado, éste dejará de estar
signado por la angustia, el temor, y la ansiedad.
Tampoco es
cuestión de calmar los nervios, porque sencillamente alguien puede serenar el
nerviosismo que le causan determinadas situaciones ingratas o injustas, sin
perdonar a los causantes de las mismas. Además, se puede aprender a dominar los
nervios que provoca el compañero que día a día humilla con sus burlas, sin
perdonarlo. Este dominio del carácter, o la capacidad de relajarse, es un paso
importante para poder perdonar, pero no es el perdón.
Decir “te
perdono” cuando las palabras de perdón suenan como desprecio, como hace el
personaje de Alberto Blest Gana, en Martín
Rivas: “¡Cobarde! te tengo lástima y te perdono” no es muestra de perdón
sincero, pues este se convierte en un estoque tan hiriente como el desdén. Finalmente, tampoco se
identifica, aunque se relaciona estrechamente, con la reconciliación.
La opción
por el perdón es un paso en el proceso
de la reconciliación, ya que ésta, sin el perdón, se convertiría en una simple
tregua donde cada parte está buscando la oportunidad para reiniciar las
hostilidades. La reconciliación real requerirá el perdón de ambas partes, ya
que en muchos casos habrá daños en ambos lados; requiere una confianza
renovada, y a veces esto no es posible. La reconciliación requiere que ambas
partes estén preparadas para retomar la relación (en algunos casos), y a veces
sólo una de las partes está preparada para hacer este esfuerzo. De aquí que
pueda suceder que alguien perdone sin reconciliarse (a veces porque la otra
parte no quiere dar este paso), pero nunca podría reconciliarse de verdad sin
perdonar.
Según
Fuentes (2008), el perdón es:
1º El
abandono del resentimiento que tenemos hacia quien nos ha ofendido o herido
injustamente.
2º La
renuncia a la revancha a la que, siendo objetiva la injusticia de la herida,
tenemos derecho según la justicia humana.
3º El
esfuerzo en responder con benevolencia al agresor, es decir, con compasión,
generosidad y amor.
4°El
perdón es un acto de misericordia que nos regala Dios para toda nuestra vida y
existencia.
5° El
perdón es gratuito, no ligado al pedido del otro y tampoco a su arrepentimiento.
6° El
perdón es un gesto de humildad que no humilla.
Quien
perdona no se detiene a esperar al otro o a escrutar los signos de
arrepentimiento, está dispuesto a dar el primer paso y en todo caso, no pone
condiciones a quien le ha ofendido ni espera eterno reconocimiento. El perdón
es tan discreto y silencioso que el perdonado podría incluso haberlo dado por
descontado o no saber cuánto ha costado.
El
verdadero perdón, también es sincero, expresa una voluntad real de acogida y
comunión, un deseo eficaz de pasar por encima de lo que ha sucedido para reconstruir la
relación sobre bases nuevas. El perdón es un estilo de vida humilde y sencilla,
es un modo de ponerse frente al otro y a su debilidad. La persona
misericordiosa no puede olvidar que ella también ha caído tantas veces sin
sufrir condena pues quien perdona, no reprocha al otro el pasado; quizás es
posible que olvide, mientras que reconoce en el presente su necesidad de un tú.
O, por lo menos, es tan realista que prefiere humillarse y no hacerlo pagar,
antes que aislarse y privarse del bien de la relación, para así poder construir un
futuro nuevo.
Juan
Pablo II (2001),
enuncia que el perdón es una de las formas más nobles del ejercicio de la
caridad, y
siguiendo con Philippe (2011) si no entendemos la importancia del perdón y no
lo integramos a nuestra convivencia con los demás, nunca alcanzaremos la
libertad interior, la felicidad y la reconciliación, permaneceremos entonces
prisioneros de nuestros rencores. Cuando nos negamos a perdonar algo de lo que
hemos sido víctimas, no hacemos más que añadir mal sobre el mal, no seamos pues
cómplices de la propagación del mal. En relación a esto último, entendemos que
cuando perdonamos a alguien le hacemos un bien a esa persona (liberándola de
una deuda), pero ante todo, como hemos dicho, nos hacemos un bien a nosotros,
pues recobramos la libertad que el
rencor y el resentimiento estuvieron a punto de hacernos perder.
Ps. Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite
lunes, 5 de octubre de 2015
El hombre como ser siendo - desplegándose
Entiéndase que Dios es el Ser por excelencia, es el Ser supremo. Es un Ser de amor, de entrega, donación, y amistad; que comparte su “ser de amor” con el Ser humano. Éste es invitado a vivir el amor y la comunión como la Santísima Trinidad, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por esta razón, al ser creada, la persona participa de la naturaleza divina. A continuación, se ampliarán dos conceptos mencionados anteriormente:
¿Qué es la Imagen?
Es la huella, la marca, el sello de Dios que suscita la nostalgia de
infinito, de reconciliación, el hambre de Dios. ¿Qué es la Semejanza? Es la capacidad de comunicación, de amistad con Dios, la relación con Dios. De la Imagen
de Dios surge el dinamismo de permanencia, y de la Semejanza
surge el dinamismo de despliegue como
esa capacidad de entrega y amor a los demás.
¿Qué son los dinamismos fundamentales? Habría que
comenzar diciendo que ambos tienen su
fundamento en Dios. El dinamismo de Permanencia
es el que lleva al ser humano a asegurar la permanencia en el ser y en la propia identidad; es un impulso que
lleva al ser del hombre a querer permanecer siendo, que le permite ser el mismo
siempre. El dinamismo de Despliegue
es el de la realización, de la entrega, del servicio, donación, amor y
comunicación. El hombre es, permanece en la medida en que ame, viva la comunión
y se comunique con el amor que signa este dinamismo y manifiesta esa
característica de apertura hacia alguien o hacia algo.
Es importante mencionar que ambos dinamismos se
complementan entre sí y constituyen el ser más profundo del hombre, es decir,
la vida del ser humano, la identidad del hombre. A su vez, los dinamismos
fundamentales se traducen psicológicamente en dos necesidades: Necesidad de seguridad y de significación,
que el hombre busca satisfacer, ya que no puede ser feliz si no las colma. Hay que precisar que
ambas necesidades están íntimamente relacionadas entre sí y, como los dinamismos fundamentales, se
complementan entre sí.
Por un lado, la necesidad
de seguridad explica que el hombre requiera una base, un piso, una raíz, un
sustento. ¿Cómo se plasma esto? ¿Qué le da seguridad a la vida? Por ejemplo, el
amor de unos padres, el cariño de una familia, la presencia y comunicación de
padres y hermanos. Por
otro lado, la necesidad de significación se
manifiesta como la exigencia de un sentido para la vida, de saberse valorado y
aceptado, de saber que existe para algo y para alguien; lo cual resulta importante en vistas a la
recta valoración de sí mismo o el recto amor a sí mismo. Otra dimensión de la
necesidad de significación es la de la afectividad, que no es otra cosa que la
facultad de amarse a uno mismo, amar a los demás y amar al creador. Dicha
afectividad es también la capacidad de resonar
interiormente de la persona, donde existen sentimientos, emociones, ilusiones, motivaciones y pasiones.
Psi. Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite.
Director General de Areté.
martes, 29 de septiembre de 2015
El hombre es “Unidad: Bio-Psico-Espiritual”
La persona humana
es por su propia naturaleza una unidad bio (cuerpo), psiche (alma), espiritual
(espíritu). El ser humano constituye una Unidad inseparable. Es por eso que la
mirada objetiva y adecuada de la persona es la mirada integral, considerándola
como unidad; reflexionando sobre la integración de sus tres dimensiones
fundamentales.
La palabra “unidad”
hace entender que el ser humano no es un compuesto, una suma de partes o
elementos. No son tres naturalezas ni tres personas, sino una. Esta visión trial es presentada ya en el Nuevo
Testamento por San Pablo: «Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo
vuestro ser, el espíritu, el alma, y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la
Venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes. 5, 23). Entonces, al entender la unidad integral de
cuerpo, alma y espíritu, que se afectan entre sí, la persona comprende que
tiene tres dimensiones: la
dimensión corporal, la dimensión psicológica y la dimensión espiritual.
Al explorar cada
una de esas dimensiones, se puede notar que gracias a la corporalidad
(dimensión corporal) la persona puede manifestarse, representarse y expresarse.
Es el cuerpo la instancia que media la relación entre el yo y el mundo (Polaino, 1975). De
modo que sin el cuerpo sería imposible estar en el mundo y establecer
relaciones con él. En lo que se refiere a la dimensión psicológica, se encuentra la
vivencia interior de la persona; ideas, criterios, emociones, sentimientos,
pasiones, motivaciones, deseos, sensibilidad y percepción, entre otros. Es en esta
dimensión donde se estructura la aproximación a la realidad, debido a que le
permite a la persona entrar en contacto con el mundo que le rodea.
Por último, la
dimensión espiritual es la que le permite al hombre transcender su naturaleza y
es por ella capaz de abrirse a Dios. El espíritu (pneuma) es el núcleo, la
dimensión más profunda del ser del hombre que San Pablo describe con propiedad
como “el interior” o el “hombre interior” (2 Cor. 4,16). Es el punto de contacto con Dios y
con los valores trascendentales. La persona posee una realidad espiritual que
permanece en su interior a pesar de los cambios físicos o psicológicos que
pueda experimentar, y es lo que subsiste después de la muerte. Es importante no
confundir la dimensión espiritual con lo religioso, pues no son equivalentes,
sin embargo, lo religioso se constituye un ámbito de despliegue de ese mismo
espíritu.
En este contexto, resulta importante
explicar ¿Que es la mismidad? la cual
viene inscrita en lo más íntimo del ser del hombre desde su concepción, es la
que lo define como persona única e irrepetible, y que si bien es cierto, comparte con otros
distintas características, su mismidad no es igual a la de nadie más.
¿Qué es la identidad personal?
Schnake (2012), en la conferencia
sobre la identidad personal, personalidad
y sexualidad en el I Seminario Psicología y Persona Humana, dice que “la identidad personal es aquello que nos
identifica con nuestro ser más íntimo, que nos permite reconocernos como
persona humana única en el tiempo y que nos orienta en la dirección del
desarrollo de la plenitud de nuestro ser”. Hay que decir entonces que la identidad personal está
conformada por distintos elementos y dimensiones que la persona va
descubriendo, madurando y desplegando. La mismidad es el núcleo, el sello más
íntimo, más profundo de la identidad. Pero, ésta es más amplia, pues está
conformada por tres aspectos que tiene todo ser humano: ser persona, ser
cristiano y la vocación particular. La identidad es aquello que otorga
continuidad a la persona en el tiempo, es lo que hace que siga siendo ella
misma, a pesar de los cambios que pueden ir afectándola.
El ser humano es
unidad y la dimensión espiritual es la más importante, pero no anula a las
demás dimensiones, sino que existe una jerarquía. De manera que es lo
espiritual lo que dirige y nutre la realidad corporal y psicológica. Quien
pretenda la realización humana sólo saciando las necesidades físicas o buscando
la armonía psicológica sin la vida espiritual, permanecerá frustrado, incluso
en el ámbito físico y psicológico.
Un gran problema en
la actualidad es el reduccionismo, esto significa que el ser humano al tratar
de entenderse a sí mismo, se inclina a tomar una parte de lo que ve y
convertirla en la explicación global de su realidad personal y del mundo que le
rodea. En este
sentido, se pueden distinguir cuatro ilusiones con las que la persona tiende a
reducirse; estas son: identificar el ser y la realización con el cuerpo,
pensamientos, sentimientos o con mis realizaciones y personajes. Estas serán
estudiadas a continuación.
Primero, cuando el
ser humano sólo se constituye el cuerpo en parte central de su vida se cumple
la ilusión de: “Me creo mi cuerpo”, lo idolatra y le rinde culto como si fuese
lo más importante de su vida. Tres claras manifestaciones de culto a la
dimensión física de la persona son los vicios hermanos de la gula, la pereza y
la lujuria. Segundo, cuando el hombre cae en el “me creo mi pensamiento”, está aferrado a sus
ideas, pensamientos y razonamientos. Se deja envanecer y ensoberbecer con sus
planes y proyectos personales, sin importar los de los otros; no escucha a nadie, se cree la medida de todas las cosas.
Tercero, cuando está presente el “me creo mis sentimientos o emociones”, el individuo
“endiosa” su mundo emocional y sólo sabe reaccionar desde sus gustos y
caprichos. Cuarto, cuando el ser humano opta por el “me creo mis realizaciones y personajes”, vive esclavizado a
sus roles, personajes y máscaras. Reduce su vida al “rol” o “personaje” y se olvida de quién es.
Psi.
Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite
Director General de Aretè
lunes, 10 de agosto de 2015
¿Qué es la perseverancia?
1 1. Introducción:
Hoy
más que nunca pareciera que la perseverancia no es una virtud que el hombre
común quiera vivir, al contrario, estamos en la cultura de usar y botar todo,
es decir, del utilitarismo y del pragmatismo, en donde la sociedad de consumo
nos impone la costumbre de desechar todo lo que no sirve y es poco útil. Es así
como vivimos en la “cultura de lo desechable”, asumiendo el cambio por el
cambio, con poca reflexión e, incluso, llegando a cosificarnos a nosotros
mismos y a los demás y buscando en el otro algo para lo que nos sirva o sea
útil. De esta manera, reducimos nuestra existencia a la búsqueda del placer por
el placer, a lo carnal, etc.
Es
este el contexto en el que se me pide escribir sobre la perseverancia. Y es que
hoy más que nunca nos cuesta ser perseverantes y constantes, incluso podríamos
decir que actuamos según distintos estímulos, siendo más reactivos que
proactivos. Así que es muy importante recordar que la proactividad es el hábito
que nos lleva a actuar según principios y valores; es el hábito que nos invita
a vivir responsablemente, según nuestras creencias y convicciones.
2. ¿Qué es la
Perseverancia?
Ante
este panorama intentemos aproximarnos a la perseverancia: ¿Qué es? “Es la
firmeza y constancia en la ejecución de los propósitos y en las resoluciones
del ánimo”. Pero, ¿qué significa
esto? Significa que la perseverancia es
aquel buen hábito, aquella virtud que nos conduce a cumplir nuestros planes y
objetivos.
Sí, la perseverancia nos mantiene
firmes y centrados en las metas que nos hemos trazado y, por ende, nos permite
ser constantes e insistir una y otra vez. Se trata entonces de perseverar cada
vez más, se trata de conquistar nuestra voluntad, se trata de estar firme en
nuestras decisiones y saber que van a venir muchos obstáculos, problemas,
barreras, etc.; pero que lo más importante es ser constante, firme y decidido
en lo que queremos lograr.
Asimismo, perseverar es seguir adelante, es no desfallecer una vez que se ha iniciado
el camino, se trata de no renunciar al ideal, y será importante poner todos los
medios para cumplir con la tarea o misión encomendada. Se trata de seguir
adelante pase lo que pase, y claro está, eso implica una cuota de esfuerzo
importante, incluso de dolor y sufrimiento.
Leyendo algunos artículos para escribir el presente, encontré
que el P. Ricardo Ruvalcaba, afirma lo siguiente:
La
perseverancia es duración. Es fácil ser coherente por un día o algunos días.
Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en
la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo
puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida,
decía Juan Pablo II. En la vida hay que elegir entre lo fácil y lo correcto.
Se trata de perseverar siempre, de
insistir pase lo que pase, de asumir las consecuencias de las decisiones
tomadas y los objetivos trazados. Sabemos que obstáculos, dolor, pruebas,
sufrimientos, dificultades van a existir siempre y de todas maneras. Pero lo
que realmente tiene que importar es el hecho de responder con generosidad y
entrega, en donde ponemos lo mejor de nosotros para ser fieles a nuestros
anhelos e ideales más grandes. Así que, lo bueno cuesta, las cosas importantes
y buenas implican esfuerzo y lucha constante, y es hora de asumir el reto para
alcanzar grandes metas a lo largo de nuestra vida.
3. Conclusión:
Se trata entonces de aprender a ser perseverantes en el día a
día, en la vida cotidiana. Es decir, en las pequeñas cosas, buscando perseverar
en los pequeños proyectos y en las tareas más sencillas y simples. “Quien es
fiel en lo poco, es fiel en lo mucho”. Por lo que se necesita poner distintos
medios concretos en el día a día, con el objetivo de aprender a ser
perseverantes y enseñar a perseverar.
Pero, ¿Por dónde empezar? Primero, pensar en un objetivo o
meta sencilla y común de tu vida cotidiana. Dicha meta u objetivo implicará dos
o tres medios para realizarlo. Consiste en perseverar en dichos medios,
compromisos, tareas o resoluciones hasta lograr el objetivo. En este momento, recuerda
avanzar, crecer, levantarse una y otra vez. Si caes 5 veces; tienes que levantarte
6 veces, eso sí que es perseverar.
Por otro lado, es necesario tener en cuenta que los medios
concretos son fundamentales para vivir la perseverancia y, claro está, para
educarnos en dicha virtud, por lo que es importante que revises estas
recomendaciones que te dejo en este escrito y las lleves a la práctica en tu
vida cotidiana.
Ps. Humberto
Del Castillo Drago
Sodálite
Director
General de Areté
viernes, 24 de julio de 2015
Humildad y confianza
Son dos
virtudes que ayudan eficientemente para avanzar en el proceso de reconciliación
personal. Se trata de reconocer que se necesita de Dios y su gracia para
avanzar y crecer en su santificación y en la apertura al don de la
reconciliación en las existencias.
Por ejemplo,
vivir la humildad es reconocer todo lo bueno que hay en la vida: las
cualidades, lo bien que puede llevarlas ponerlas al servicio de los demás, como
un don de Dios; de alegrarse del bien que está presente en la vida, pero sin
“bajar la guardia” ante lo que podría alimentar un orgullo más o menos
consciente. El humilde no se desanima porque tiene confianza en Dios y una sana
desconfianza en sí mismo. Otro aspecto importante de la humildad es la
aceptación honesta, tal y como es. Como dice Santa Teresa, “Humildad es andar
en verdad”, esto consiste en reconocer y
aceptar al Ser humano tal como es. Se trata de aceptar la historia personal, la
familia que Dios le regaló, la vocación que Dios le dio, la comunidad y la
espiritualidad a la que le llamó, los amigos que tiene, etc.
Lo
mencionado anteriormente se evidencia hoy en día, cuando no es raro que casi
sin darse cuenta la persona se cree “la víctima de las circunstancias”. Con
esto se quiere decir que lo más fácil es echarle la culpa a la familia, al
superior, al profesor, al amigo, al hermano, al padre ausente, a la madre
sobreprotectora, de las cosas que le suceden antes de asumir la responsabilidad
de los propios actos. Y es que hoy está muy difundida la victimización, el creerse y
hacerse las víctimas de los otros y de las circunstancias. En el fondo, no se
está aceptando que las cosas sucedieron, que se dieron así, que hay cosas que
no se pueden controlar. También son muchas las veces que no acepta que actué de
tal o cual manera y no se responsabiliza de los actos.
Se trata
también de aprender a confiar en Dios, sabiendo que existe un designo Divino y
que por alguna razón suceden las cosas; por alguna razón Dios permite que pasen
las cosas, porque hoy en día pareciera que no fuera tan fácil cultivar la
confianza en Dios, su plan y en su divina providencia. Por ejemplo, hace un
tiempo en un viaje a los Estados Unidos, tenía que llegar a tres ciudades
distintas a dar charlas y talleres. Cuando terminaba las cosas que tenía que
hacer en la primera ciudad sobrevino una tormenta de nieve que impidió que
llegara a la otra ciudad y, por tanto, no llegaría a una charla y a una
entrevista. Podía percibir en ese momento que el Señor me decía: “No es tu
Plan, es el mío”, “No es lo que tú quieres hacer, es lo que yo quiero”. Así que
permanecí asombrado de la providencia de Dios. Estuve muy alegre de percibir la
pedagogía de Dios, educándome en aprender a confiar cada día más en él y su
Plan. Percibí que Dios me invitaba a abrirme a su paternidad providente y es
que Dios siempre sale a nuestro
encuentro aunque muchas veces yo no me dé cuenta. Es importante descubrir y
abrirse a la paternidad de Dios en mi vida, para que de esa manera crezca en
amor y confianza en Él.
En este
momento, sería muy bueno que usted, lector, se cuestione y pregunte sobre su
relación con Dios Padre. A veces se acostumbra a establecer una relación con
Jesucristo y se deja de lado al Dios Padre y, en muchos casos, también al
Espíritu Santo vivificador. Dios es el Padre providente, amoroso, tierno,
dulce, el cual sale constantemente al encuentro, para amar una y otra vez.
Todos tienen
un padre y una madre. Está inscrito en el Plan de Dios que se tenga unos padres
determinados. No se eligen, sino que ellos son el medio por el cual se ha sido
engendrado, los padres son la imagen de Dios Padre para cada uno, quiera o no,
y la relación que se tiene con los padres ayuda a reflexionar sobre la relación
con Dios Padre. Cada uno sabe muy bien cómo es su padre y madre y cómo se ha relacionado con él o ella, no es
ajeno para ellos haber vivido relaciones difíciles con sus padres, donde ha
habido indiferencias, maltratos, faltas de atención: o bien una severidad y
dureza excesivas. Los padres biológicos también son hombres y mujeres frágiles
y heridos.
Humberto
Del Castillo Drago
Sodálite
Psicólogo
Director
General de Areté
viernes, 3 de julio de 2015
La recta valoración y afectividad
Los dinamismos complementarios de permanencia y despliegue se expresan, psicológicamente, en las necesidades de seguridad y significación que son constitutivas de la persona y complementarias entre sí.
La necesidad
psicológica de significación es la expresión de la aceptación de sí, valoración
personal y amor. Corresponde a la necesidad de otorgarle sentido a lo que se
hace cotidianamente para descubrir su proyección trascendente. Está vinculada
profundamente al despliegue y es su expresión psicológica más auténtica, porque
en ella se vive la aceptación de sí mismo que vuelca a desarrollar sus
potencialidades en el amor cristiano
hacia los demás. Sin embargo, cuando esta necesidad no se satisface, se suele
producir en la persona una experiencia
de sinsentido y, poco a poco, se percibe como alguien que no merece ser
amado, pensando erradamente o que nadie
ama a alguien que no vale. Esa es justamente la sensación que la persona
proyecta cuando no satisface esta necesidad.
De esta
manera, el hombre contemporáneo normalmente trata de satisfacer ambas
necesidades con cosas inferiores a su dignidad de persona, es como ponerse unos
zapatos dos tallas más pequeñas. Quien pretende encontrar seguridad y
significación en el placer o el mero bienestar de hacer siempre su gusto; en el
tener cosas y fama; en el dominio que pueda ejercer sobre los demás y realmente
cree que será feliz así; terminará negando su propia dignidad y la de los
demás. Sólo verá en ellos unos objetos capaces de darle placer, admiradores sin
rostro, ocasiones de ser alabado o seres inferiores a él. Quien vive así no se
conoce a sí mismo, no se acepta, no se ama, vive sometido a la tiranía de sus
pasiones desordenadas y se ha hecho literalmente esclavo de ellas; porque ha
dejado de verse a sí mismo como persona, mutilando su corazón y su mente.
Es
importante entender que el amor y la afectividad tienen mucho que ver con la
recta valoración de sí mismo, debido a que tanto la afectividad como la recta valoración de sí son procesos que
tienen que ver con el otro y con el mundo. Son dos caras de la misma moneda,
puesto que la afectividad mira más a las emociones y sentimientos, es decir, al
sentir, al experimentar, a la inmediatez; mientras que la valoración de sí mismo
se refiere a la identidad, a la integración, al sentido de la vida o
existencia, etc. Pero no se excluyen sino que se complementan, se integran, son
interdependientes y se explican mutuamente.
Ahora bien,
no puede existir positiva madurez afectiva sin una recta valoración de sí
mismo; como no puede existir un rector amor de sí mismo sin una positiva
madurez afectiva que haga sentir y percibir a la persona aceptada, amada y
segura. Por eso, es menester tener una valoración objetiva, real, espiritual y
auténtica de sí mismo; para que la persona no se quede encerrada en ella misma,
pudiéndose abrir al mundo, a los demás y a Dios. Inicialmente, ambos procesos
se entrelazan al final del primer año de vida, y en ambos tiene un papel
decisivo la relación de apego o vínculo a la “figura materna”.
Sodálite
Psicólogo
Director
General de Areté
viernes, 12 de junio de 2015
La recta valoración de sí mismo
Muchos
autores llaman a este concepto autoestima.
Izquierdo (2008), la entiende como la suma de la confianza y el respeto que se
debe sentir por sí mismo, que refleja el juicio de valor que cada uno hace de
su persona, para enfrentarse a los
desafíos que presenta la existencia. Pero, se considera que es más adecuado
hablar de recta valoración de sí mismo,
o incluso de recto amor a sí mismo o caridad con uno mismo, debido a que la
palabra “autoestima” puede reducir a una dimensión muy práctica y utilitaria,
algo que es muy importante para la felicidad del ser humano. Es decir, la recta valoración de uno mismo no pasa
solamente por sentirse bien o no, o porque le traten bien o no, tampoco por si
se tiene éxito o no. Incluso, muchas veces se ha tratado esta realidad de forma
superficial y/o demasiado artificial.
El
término autoestima es la traducción del término inglés self-esteem, que inicialmente se introdujo en el ámbito de la
psicología social y en el de la personalidad, el cual denota la íntima
valoración que una persona hace de sí misma. De ahí su estrecha vinculación con
otros términos afines como el auto
concepto (self-concept) o la auto
eficacia (self-efficacy), en los que apenas se ha logrado delimitar, con el
rigor necesario, lo que cada uno de ellos pretende significar (González &
Tourón, 1992).
Si
bien hay una connotación positiva al hablar de autoestima, autovaloración y
otros términos similares que hacen referencia al origen etimológico de la
palabra -donde ciertamente el hombre debe valorarse a sí mismo, para su
auténtica realización- resulta interesante analizar este concepto para saber de
qué se trata actualmente. Esta motivación surge porque trae detrás de sí una
fuerte carga que implica toda una opción de vida, opción por un camino que en
el fondo es irrealizable bajo dicha óptica actual. Ésta habla de la idea de un
hombre que en el fondo se cree autosuficiente para su propia realización, es
decir, cree poder lograr sólo por sus propios medios la felicidad anhelada
desde lo más hondo de su ser, no necesita de otro y, en últimas, no necesita de
Dios para ser feliz. Y he aquí apreciado lector, el corazón de la crisis del
hombre y de la crisis del mundo: la independencia del hombre de su Creador.
También
aquí se llega a una importante hipótesis, en donde el hombre vive desconectado
de sí mismo y de su creador. Por ello, en muchas ocasiones, no sabe quién es,
no se entiende, no se conoce y, por tanto, es infeliz. Resulta entonces válido
afirmar que la recta valoración de sí mismo parte de un hecho objetivo y es que
Dios lo creó por amor y, según su amor, es invitado a amarse y valorarse a sí mismo y a los demás. De esta
manera, se introduce el tema del “sentido” que tiene la vida y existencia, en
contraposición al hombre contemporáneo, que se esfuerza por construir la
felicidad de espaldas a Dios y a sí mismo y, por ende, va a construir una
valoración de sí mismo o autoestima no acorde a lo que es y a lo que está
llamado a ser.
En
este sentido, Polaino-Lorente (1997), ensaya tres definiciones que son
consideradas muy acertadas en este proceso. La primera definición habla de la
convicción de ser digno de ser amado por sí mismo -y por ese mismo motivo por
los demás-, con independencia de lo que se sea, tenga o parezca. Luego la
segunda, habla de la capacidad de la que está dotada la persona para
experimentar el propio valor intrínseco, con independencia de las
características, circunstancias y logros personales que, parcialmente, también
la definen e identifican. Por último, la tercera, el eje auto constitutivo
sobre el que componer, vertebrar y rectificar el yo que, en el camino
zigzagueante de la vida, puede deshacerse al tratar de hacerse a sí mismo; la
condición de posibilidad de rehacerse a partir de los deshechos fragmentarios,
grandes o pequeños, saludables o enfermizos, buenos o malos, que como huellas
vestigiales desvelan al propio yo.
Por tanto, la recta valoración de sí mismo se
define como la visión integral y adecuada que cada ser humano tiene de sí mismo;
es la aceptación positiva de la propia identidad y se sustenta en el concepto de su valía y capacidad
personal.
Dicha
valoración parte de la apertura a la verdad sobre sí mismo; se trata entonces de
abrirse al don único e irrepetible que es, mirarse integralmente y desde
arriba, como hijo de Dios, y mirar también sus fragilidades e inseguridades. Se
trata además de mirar objetivamente, teniendo una visión integral, real,
objetiva y positiva de sí mismo, debido a que no es raro que el hombre
contemporáneo viva desconectado de sí mismo y del Creador. Asimismo, podemos
decir que el recto amor o recta valoración de sí mismo es una conquista
personal en el sentido del esfuerzo cooperante con la gracia que está invitado
a hacer, para abrirse a su realidad de ser.
Para
terminar, Cencini (1985), dice que una adecuada estima o valoración de sí mismo
hace que la seguridad y confianza en sí mismo crezca, y esto se vuelve
fundamental para afrontar los compromisos de la vida y las relaciones con los
demás. De esta manera, sólo si se está seguro de sí, el hombre puede
verdaderamente darse y amar, o sea, abandonarse y donarse, sin necesidad de
defensas y de apoyos artificiales de la propia identidad.
Sodálite
Psicólogo
Director General de Areté
sábado, 30 de mayo de 2015
La Aceptación de los demás
Un tema importante y que está relacionado a la
aceptación de sí mismo es la aceptación de los demás. muchas veces es una
consecuencia. ¿Qué se quiere decir con esto? Que si el individuo no se acepta a
sí mismo, no es raro que no acepte al otro. Si vive peleado consigo, en ruptura
con su ser, vivirá en ruptura con los demás. Esta es una perspectiva importante
en lo que se refiere a la aceptación de los otros.
La idea es seguir avanzando en lo que es la
aceptación del otro como persona humana única e irrepetible, don para el mundo.
Como dice Edgardo Sosa (1983) en su libro El principito y su revolución psicológica,
que cada ser humano es una palabra de Dios que nunca se repite. Se puede
encontrar personas parecidas en lo físico, inclusive homónimos o personas
parecidas en cuanto a carácter o personalidad, pero en lo más íntimo, su
mismidad, no existe nadie igual. Esto sirve para abrirse a la realidad del otro
como ser único.
El Ser humano es distinto a otro y, claro está, se
aproxima a la realidad de manera distinta. El problema es que a veces no se
acepta que el otro sea distinto a sí. Se olvida de celebrar las diferencias, de
valorar que es distinto. Que sea diferente y distinto es una gran oportunidad
de enriquecer, de edificar y ayudar el uno al otro. ¿Por qué se quiere que el
otro sea igual a sí? ¿Por qué se quiere controlar al otro? ¿Por qué se quiere
que el amigo piense como él? Valga repetirlo: la diferencia, la heterogeneidad
es un valor, una oportunidad, un regalo de la vida para crecer y desarrollarse.
Philipe (2011) señala la necesidad de
educarse para aceptar a los demás como son, para comprender que la sensibilidad
y los valores que lo sustentan no son idénticos a los de todos; para ensanchar
y domar el corazón y el pensamiento en
consideración hacia ellos.
Se trata de aceptar al otro tal como es, con sus
virtudes y cualidades pero, también con sus defectos y debilidades. Ya se ha
leído que aceptar no significa estar de acuerdo. Y es que no se puede estar de
acuerdo con algo malo que hace el otro, o con algún defecto o pecado; pero se
trata de aceptarlo, respetarlo, amarlo y ayudarlo poniendo todo lo que está a
su alcance para que pueda mejorar. .
¿Qué pasaría si un día un hijo descubre que su
padre no era todo lo honesto y honrado que se pensaba y que más bien ha vivido
engañando a distintas personas? ¿Dejaría de ser su padre? ¿Lo aceptaría?
¿Estaría dispuesto a perdonarlo?
¿Qué pasa si se descubre que la madre no es todo lo
modélica que se pensaba sino que durante años ha vivido una doble vida y que
incluso tiene otro hijo con otro señor que no es el padre? ¿Qué es lo que no se acepta de ella o de
todo este hecho? ¿Qué estaría invitado a hacer el hijo?
En los no pocos años de vida consagrada y en el
contacto con distintos hermanos y hermanas de distintas comunidades, no ha sido raro encontrar algunos que están
desencantados de sus comunidades, de algunos hermanos mayores, inclusive de sus
superioras o fundadores. ¿Esto les quita la vocación? ¿Esto es un motivo
suficiente para abandonar el llamado que Dios les hizo desde la eternidad? Se
considera más bien que es un llamado a aceptar los límites de las personas y
comunidades, a mirar con misericordia los defectos de los demás, a entender que
es ser humano débil y perfectible y que todos pueden cambiar y mejorar. Pero,
claro está que es fundamental aceptar incondicionalmente al otro, se trata de
aceptarlo tal como es. Ese es el primer paso, que será completado con el
perdón, como podrá ver el lector más adelante.
Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Psicólogo
Director General de Areté
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