sábado, 30 de mayo de 2015

La Aceptación de los demás

 

Un tema importante y que está relacionado a la aceptación de sí mismo es la aceptación de los demás. muchas veces es una consecuencia. ¿Qué se quiere decir con esto? Que si el individuo no se acepta a sí mismo, no es raro que no acepte al otro. Si vive peleado consigo, en ruptura con su ser, vivirá en ruptura con los demás. Esta es una perspectiva importante en lo que se refiere a la aceptación de los otros.

La idea es seguir avanzando en lo que es la aceptación del otro como persona humana única e irrepetible, don para el mundo. Como dice Edgardo Sosa (1983) en su libro El principito y su revolución psicológica, que cada ser humano es una palabra de Dios que nunca se repite. Se puede encontrar personas parecidas en lo físico, inclusive homónimos o personas parecidas en cuanto a carácter o personalidad, pero en lo más íntimo, su mismidad, no existe nadie igual. Esto sirve para abrirse a la realidad del otro como ser único.

El Ser humano es distinto a otro y, claro está, se aproxima a la realidad de manera distinta. El problema es que a veces no se acepta que el otro sea distinto a sí. Se olvida de celebrar las diferencias, de valorar que es distinto. Que sea diferente y distinto es una gran oportunidad de enriquecer, de edificar y ayudar el uno al otro. ¿Por qué se quiere que el otro sea igual a sí? ¿Por qué se quiere controlar al otro? ¿Por qué se quiere que el amigo piense como él? Valga repetirlo: la diferencia, la heterogeneidad es un valor, una oportunidad, un regalo de la vida para crecer y desarrollarse. Philipe (2011)  señala la necesidad de educarse para aceptar a los demás como son, para comprender que la sensibilidad y los valores que lo sustentan no son idénticos a los de todos; para ensanchar y  domar el corazón y el pensamiento en consideración hacia ellos.

Se trata de aceptar al otro tal como es, con sus virtudes y cualidades pero, también con sus defectos y debilidades. Ya se ha leído que aceptar no significa estar de acuerdo. Y es que no se puede estar de acuerdo con algo malo que hace el otro, o con algún defecto o pecado; pero se trata de aceptarlo, respetarlo, amarlo y ayudarlo poniendo todo lo que está a su alcance para que pueda mejorar. .

¿Qué pasaría si un día un hijo descubre que su padre no era todo lo honesto y honrado que se pensaba y que más bien ha vivido engañando a distintas personas? ¿Dejaría de ser su padre? ¿Lo aceptaría? ¿Estaría dispuesto a perdonarlo?

¿Qué pasa si se descubre que la madre no es todo lo modélica que se pensaba sino que durante años ha vivido una doble vida y que incluso tiene otro hijo con otro señor que no es el padre?   ¿Qué es lo que no se acepta de ella o de todo este hecho? ¿Qué estaría invitado a hacer el hijo?

En los no pocos años de vida consagrada y en el contacto con distintos hermanos y hermanas de distintas comunidades,   no ha sido raro encontrar algunos que están desencantados de sus comunidades, de algunos hermanos mayores, inclusive de sus superioras o fundadores. ¿Esto les quita la vocación? ¿Esto es un motivo suficiente para abandonar el llamado que Dios les hizo desde la eternidad? Se considera más bien que es un llamado a aceptar los límites de las personas y comunidades, a mirar con misericordia los defectos de los demás, a entender que es ser humano débil y perfectible y que todos pueden cambiar y mejorar. Pero, claro está que es fundamental aceptar incondicionalmente al otro, se trata de aceptarlo tal como es. Ese es el primer paso, que será completado con el perdón, como podrá ver el lector más adelante.


Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Psicólogo

Director General de Areté

jueves, 21 de mayo de 2015

La aceptación personal


Es muy difícil y frustrante convivir con un sentido negativo de la propia identidad o recurrir a compensaciones ilusorias para “recuperar” tal positividad. No es extraño que se recurra a distintos procesos de evasión y compensación de la realidad, debido a que el ser humano no se acepta ni se valora tal y como es. Y no es raro que viva huyendo de sí mismo debido a que no se conoce y, en última instancia, porque no acepta lo que conoce de sí mismo, evita esto con el uso de máscaras, que lo  único que hacen es hundirlo y ahogarlo en su propia mentira existencial.

Cuando se pregunta ¿Quién soy yo? , no es raro que se confunda y que responda desde el  “quién no soy”, es decir desde sus problemas, pecados, heridas, desde su pesimismo y negativismo. De esta manera, la pregunta por la propia identidad es una pregunta honda y existencial que es necesario responder desde la mismidad, desde el ser llamado a participar de la naturaleza divina.

El ser humano sólo respondiendo auténticamente sobre su propio yo se hace posible una serena y adecuada aceptación de sí mismo y de los propios límites. Philippe (2011) afirma que el acto más elevado y fecundo de la libertad humana reside antes en la aceptación de sí mismo que en el dominio de sí. Cuando falta aquella, la persona está continuamente afligida por un sentido profundo de insatisfacción personal.

La aceptación personal conduce al ser humano a la valoración integral de sí mismo como persona, cristiano, llamado a una vocación particular. El proceso de aceptación y valoración personal puede tener distintas miradas, una de ellas parte de la propia historia tal como se verá más adelante, el recorrido en las distintas etapas de la vida en el que se incluye la revisión de temas importantes, tales como: los padres, el desarrollo psico-sexual, el colegio, los amigos, entre otros. Para efectos de este libro se le pide al lector que se concentre en el recorrido histórico y en lo que descubrirá a partir de éste (capítulo 4) y luego en algunos hechos que pueden haber generado heridas personales (capítulo 5).

La auto-aceptación consiste en admitir y reconocer todas las partes de sí mismo como un hecho, como la forma de ser, pensar, sentir y actuar de sí, aunque en un principio no  resulten agradables. Philippe (2011) menciona que la libertad no consiste  solamente  en elegir, sino aceptar lo que no hemos elegido. Se trata entonces de aceptar las propias habilidades, capacidades y reconocer las fallas o debilidades sin sentirse menos o devaluado. Este es un paso fundamental en la reconstrucción de la valoración de sí mismo, porque precisamente las situaciones o hechos que hacen crecer a la persona son aquellos que no domina, sino que acepta (Sagne, 1998). De este modo, si el Ser humano se acepta, valora y ama; va a aceptar, valorar y amar a los demás y, lo más importante, va a aceptar, valorar y amar a Dios, el Padre que le ha valorado cuando ha carecido interiormente de esa aceptación personal.

La aceptación personal es fundamental para avanzar en el proceso de desarrollo integral y en el crecimiento espiritual. En su libro La libertad interior, Philippe dice que lo que impide la acción de la gracia divina en la vida no son tanto los pecados y errores, sino esa falta de aceptación de la debilidad, todos esos rechazos más o menos conscientes de lo que es o de la situación concreta. Y es que en el fondo muchas veces la persona vive peleando contra sí misma, contra hechos de la historia personal que ocurrieron hace mucho tiempo o incluso, se lucha contra algunas partes del cuerpo. Si no se acepta a sí misma, no se acepta a Dios en la vida, la acción de la gracia y del Espíritu Santo.

Philippe (2011) habla de tres actitudes  posibles  frente a aquello de la vida, de la propia persona o de las circunstancias que le desagrada o que considera negativo:

a. La primera es la rebelión: es el caso de quien no se acepta a sí mismo y se rebela: contra Dios que lo ha hecho así; contra la vida que permite tal o cual acontecimiento; contra la sociedad; etc. Cabe aclarar aquí que la rebelión no es vista aquí como forma negativa, debido a que puede tratarse de una primera e inevitable reacción psicológica ante circunstancias dolorosas y desgarradoras. El problema de ésta es que con esta actitud no se resuelve nada, más bien se convierte en fuente de desesperación, de violencia y de resentimiento.

b. La segunda, es la resignación: como la persona se da cuenta de que es incapaz de cambiarse a sí misma o de cambiar tal situación, termina por resignarse y carecer de esperanza. Aunque esta etapa puede ser necesaria,  resulta estéril si se permanece en ella.

c. La tercera actitud (a la que conviene aspirar) es la aceptación: con respecto a la resignación, la aceptación implica una disposición muy diferente, pues lleva  a decir “sí” a una realidad  percibida como negativa, porque dentro de sí se alza la esperanza de que algo positivo saldrá de ella. Es una actitud, por tanto, esperanzadora. Cabe decir que cuando hay algo de fe, esperanza y caridad, automáticamente, hay también  disponibilidad a la gracia divina, hay acogida a esta gracia y más pronto o más tarde, hay efectos positivos.

En síntesis, se puede decir que la aceptación no es resignación, no es estar de acuerdo necesariamente con hechos dolorosos o traumáticos. Más bien la aceptación es asumir, reconciliar en la propia vida, valorar rectamente lo vivido y lo que ha dolido; integrar en la existencia lo acontecido como parte de la historia y parte de un plan mayor, que es el Plan de Dios.

Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Psicólogo

Director General de Areté