lunes, 27 de octubre de 2014

Liderazgo y Señorío de Si Mismo

Hoy escuchamos, en muchos lugares y en distintos ámbitos, la palabra “líder” o la necesidad de ejercer liderazgo o lo importante que es ser líder en el mundo actual.

Como siempre, se trata de dar una mirada integral y auténticamente humana a este concepto. Hace ya algunos días estuve revisando una conferencia de Alejandro Bermúdez, conocido Director de ACI Prensa, sobre el tema del liderazgo, donde él empieza recordando la definición del diccionario de dicha palabra: “Persona a la que un grupo sigue, reconociéndolo como jefe u orientador., Frente a dicha definición sabemos que hay distintos tipos de liderazgo y distintas personas que lideran, en distintos ámbitos de nuestra sociedad.

Bermúdez nos invita a reflexionar sobre aquellos que piensan que ser líder es ser un demagogo: aquel que domina la comunicación para convencer a la gente sin reparar en los medios; o un manipulador: aquél que logra que los demás  hagan lo que no desean;  o un dictador o tirano: aquel que fuerza a un grupo o nación a un comportamiento colectivo determinado.

Frente a todo esto, hay que ir a la raíz inglesa de la palabra líder, que es Lead que significa “mostrar el camino a recorrer marchando por delante”. Es decir no se trata de buscar el beneficio personal o un fin arbitrario. Se trata de buscar siempre el bien de aquellos a los que lidera, el bien objetivo del grupo, se trata de conducir con coherencia y constancia caminando por delante. En ese sentido, es fundamental entender que el líder se presenta como un modelo a seguir, un ejemplo de vida que nos alienta y anima a caminar buscando el bien común y la felicidad propia.



En este sentido hay que insistir en lo importante que es el testimonio de vida, el ser ejemplo para los demás. Se predica con el ejemplo, con el testimonio, y la coherencia de vida.

Toda persona que ejerce algún tipo de liderazgo, sea por el puesto o rol que desempeña, sea por las capacidades que tiene, esta invitado a vivir la virtud, el señorío de sí mismo, la maestría personal, de manera que proyecte realmente quién es en realidad, y no sus rupturas o máscaras.   

Todo ser humano está invitado a plenificar su existencia amando al creador y amándose a sí mismo. Dicha vivencia del amor implica también encuentro y conocimiento de sí y de Dios, que son importantes para el autodominio y maestría personal.

Es fundamental para nuestra vida abrirnos a un conocimiento hondo de nosotros mismos donde podamos responder a nuestra propia identidad y podamos ser líderes de nosotros mismos para ayudar a otros que viven alejados de sí o alienados en medio de máscaras para que encuentren el camino de la propia realización.



Humberto Del Castillo Drago

Sodálite, Psicólogo y Director General de Areté

viernes, 24 de octubre de 2014

La vocación a ser persona y la vocación a la vida cristiana


Hoy en día no es raro que el hombre viva negando su propia identidad, porque muchas veces se aliena y despersonaliza, reduciendo su vida a una sola dimensión de su ser.  Nos creemos nuestro cuerpo, endiosamos nuestros sentimientos y emociones, vivimos aferrados a nuestros pensamientos y proyectos con dogmatismo y cerrazón o huimos de todo cuestionamiento a través de nuestras máscaras y roles.

El ser humano se olvida que es persona, ser para el encuentro, creado por Dios, a su imagen y semejanza, para participar de la naturaleza divina.  Dios, el Ser y Amor por excelencia, nos creó para que seamos felices, plenificando nuestra vida, decodificando adecuadamente nuestros dinamismos fundamentales de permanencia y despliegue.



La persona se olvida que en lo mas profundo de su ser, de su  mismidad, Dios lo invita a ser su amigo, lo invita a participar de su misma vida, a participar de la vida del Señor Jesús.  “Con el Señor Jesús la vida humana adquiere su sentido más pleno, porque en Él, el ser humano puede alcanzar su máxima grandeza; en Él y por Él puede alcanzar todos los bienes anhelados y reservados para él; en Él, por Él y con Él puede alcanzar el pleno despliegue y total realización de su existencia. Y lo más importante es que este proceso y despliegue, que se inicia ya en el terreno peregrinar, verá su culminación en la vida eterna donde Dios ha preparado para aquellos que lo aman «lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó (1Cor 2,9)” [1]

Es importante recordar que estamos llamados a ser cristianos, que somos convocados a ser como el Señor Jesús, a vivir aquello que nos dice el apóstol san Pablo en su Carta a los Gálatas (2,20): “Vivo yo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí”. La vida cristiana no es ni aburrida, ni triste. Cuando es llevada auténticamente es todo lo contrario, es una vida llena de alegría, de amor, de fe y de esperanza.  La persona humana está invitada a responder a la pregunta fundamental por su propia identidad siguiendo al Señor, siendo como el Señor Jesús, hijo de María.

Jesucristo responde a todas las inquietudes y necesidades del ser humano. Sólo Él es el único capaz de responder a los anhelos más profundos de la persona porque “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22).

La clave de la vida de todo ser humano consiste en la centralidad de Cristo, abrirle la mente y el corazón, encontrarse con Él, conocerlo, descubrirlo, saber quién es, para seguir su ejemplo y su vida. Jesucristo responde integralmente al ser humano y en lo mas hondo de sus cuestionamientos. Sin la verdad que nos trae el Señor tendremos una visión reductiva del ser humano como la que nos ofrecen las ideologías, la sociología o la misma psicología.

Si quiero responder a mi propia identidad es clave preguntarme si conozco al Señor, si vivo como Él y además si conozco mi vocación particular, si he descubierto para qué he sido creado. Dios me ha hecho para algo, me creó con una misión particular dentro del gran llamado a la vida cristiana. En la medida que sea persona, cristiano y despliegue mi vocación particular voy a plenificar mi existencia y cooperando con la gracia podré ganar el Reino de los Cielos.


Humberto Del Castillo Drago
Sodálite, Psicólogo y Director General de Areté


[1] Camino Hacia Dios No. 122. 

miércoles, 15 de octubre de 2014

¿Quién no soy?


El hombre fue creado por Dios para ser feliz, para realizarse como ser humano, para responder desde lo hondo de su mismidad a la pregunta por su propia identidad: ¿Quién soy?

Sin embargo, constatamos que hoy en día el hombre vive muy solo, triste, a veces es pesimista y negativo. La depresión y otras enfermedades psicológicas e incluso trastornos psiquiátricos crecen por doquier. Llama la atención lo desorientado que vive el hombre actual.

El ser humano, creado por Dios e invitado por  Él a participar de su naturaleza divina, porta en lo mas profundo de su ser la huella del Creador, que es el sello que lo distingue y que se percibe claramente en la nostalgia de infinito, de reconciliación, que todo ser humano posee. Además, descubrimos en Él una capacidad para relacionarse con Dios, para ser amigo de Él, una capacidad para amar y comunicarse con él. El hombre está invitado a vivir según sus dinamismos de permanencia y despliegue, a trascender en la vida desde su ser más profundo, desde su mismidad, amando en la vida cotidiana.

Entonces, ¿qué es lo que sucede? Se vive desde el quién no soy, es decir, desde la miseria humana, desde sus defectos y problemas. El hombre, herido por el pecado, decodifica erradamente sus dinamismos y vive alejado de Dios y de sí mismo. Se olvida de su gran dignidad, se olvida de su naturaleza divina para encerrarse en el error y la mentira. Es por eso que hoy en día hay tantos hombres tristes, solos e infelices. El norte se ha perdido, la brújula se ha extraviado.

El pecado ha herido al ser humano en sus tres dimensiones: cuerpo, alma y espíritu. Dicha ruptura con el creador y consigo mismo tiene un fruto concreto que se llama  “escotosis”. Esta palabra del griego skotos se traduce como oscuridad, tinieblas. Por escotosis nos referimos a la oscuridad en la que se ve sumergida la razón humana como consecuencia del pecado. Es, por tanto, una ceguera mental y espiritual que nos impide ver la realidad con objetividad, tal y como es verdaderamente, tal y como Dios la ve, en particular la realidad de uno mismo.  Podemos decir que es la mentira existencial en la que vivimos como fruto del pecado.  Es la falsa ilusión, la negación de nuestro ser más profundo mediante las máscaras que nos ponemos para evadir la realidad y huir de nosotros mismos. Tengo una visión equivocada de mí mismo, de la realidad y de mi propia identidad. Vivo alejado del quien soy yo, angustiado y parapetado en el quién no soy.

Es fundamental entender que el actual drama del ser humano se entiende desde el profundo desencuentro que vive consigo mismo y con el Creador, haciendo una lectura distorsionada de sus dinamismos fundamentales creyendo que puede saciar su sed de infinito en el poseer-placer, en el poder o en el tener, de espaldas a Dios y a su propia identidad, cerrándose así a la comunión anhelada.



Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Psicólogo
Director General de Areté
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