miércoles, 25 de marzo de 2015

La Humildad en Familia

Ante un hombre contemporáneo que vive alejado de Dios y de sí mismo hoy en día es sumamente  necesario recordar la importancia de vivir las llamadas virtudes fundamentales, entre ellas la humildad.

¿Qué es la Humildad?

“La humildad no es otra cosa que andar en verdad, caminar según la realidad auténtica y objetiva. Por ello, no se trata de menospreciar o negar el valor de la persona humana como tampoco exaltarlo de manera ilusoria, falseando o distorsionando su dignidad. En este sentido, la soberbia y la vanidad se oponen a esta virtud. Se trata de reconocer y aceptar la condición humana con todo lo que lleva de fragilidad y grandeza, de miseria y dignidad, como misterio insondable cuya verdad nos trasciende”. (Camino Hacia Dios No. 49)

Se trata entonces de ser objetivos y realistas aceptándonos tal como somos, aceptando nuestra historia personal, los padres que tenemos, nuestro físico, nuestra realidad socio-económico, etc.  Es muy importante admitir que tenemos talentos y virtudes pero que también tenemos fragilidades y defectos. Se trata de tener una visión objetiva, integral y realista de cada uno de nosotros. Ser humilde entonces significa aceptarme tal como soy con mis cosas buenas pero también con mis limitaciones.



Esta virtud de la humildad resulta indispensable en nuestra vida cristiana, en el seguimiento fiel de Jesucristo. No se entiende como alcanzar la plena conformación con el Hijo de María si se prescinde del fundamento de la verdad. Sólo partiendo de una conciencia clara de nuestra propia realidad podemos acoger la gracia y orientar rectamente nuestros dinamismos fundamentales de permanencia y despliegue viviendo el amor a Dios y la caridad universal a los seres humanos.

“La humildad nos conduce por la senda de la verdad y de la paz auténtica, pues nos sitúa en las coordenadas correctas de nuestra propia identidad. Pero cuando decimos que la humildad es andar en Verdad estamos afirmando dos dimensiones que se complementan. Por un lado está esa dimensión de la verdad que brota del encuentro con uno mismo, por el que constatamos nuestra radical insuficiencia y nuestra apertura a lo trascendente. Pero, por otro lado, afirmamos también la verdad sobre el hombre que sólo el Señor Jesús, Verbo Encarnado, nos puede revelar. De esta manera, andar en Verdad no afirma simplemente la autoconciencia que brota de la experiencia vital, sino también el encuentro revelador con el Hijo de María que es "la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1, 9)”.  (Camino Hacia Dios No.49)



La humildad y la aceptación personal nos conducen también a la aceptación del otro, de los demás tal como son, como seres únicos e irrepetibles y distintos. “El otro” es un Hijo de Dios con muchas virtudes pero también con distintas fragilidades, se trata entonces de asumir que esa persona es así y que yo estoy invitado a quererlo y respetarlo.
En este contexto es importante recordar que aceptar no es lo mismo que estar de acuerdo. Yo estoy invitado a aceptar a mi hermano con tal o cuál defecto, a quererlo, amarlo y ayudarlo pero ello  no quiere decir que esté de acuerdo con dicho defecto o con esa manera de ser.

¿Cómo Vivir la Humildad en Familia?

1.Aceptando incondicionalmente a cada uno de los miembros de mi familia.

2.Valorando integralmente a cada integrante de la familia como un ser único, distinto e irrepetible.

3.Acogiendo y amando “al otro” como Hijo de Dios y miembro de mi familia. 

4.Respetando y valorando las diferencias entre los unos y los otros. Esto nos llevará a alegrarnos porque “el otro” es distinto a mí y enriquece a la familia.

5.Realizando primero un esfuerzo por escuchar al otro antes que pretender que me escuchen a mí.

6.Ayudando a mi familiar en sus labores cotidianas; saliendo al encuentro del otro en el día a día de manera que encuentre apoyo en su trabajo o estudio diario.

7.Cuándo veo algo mal en algún miembro de mi familia estoy invitado a hacerme el espacio para comentárselo y decírselo de manera adecuada y en el mejor momento.

 8.Cuándo me critican y me señalen cosas por mejorar; admitir y aceptar dichas correcciones con sencillez y transparencia.

Se trata entonces de avanzar en una existencia virtuosa y humilde, se trata de ayudarnos los unos a los otros, juntos es más fácil. La familia cristiana es una auténtica escuela de virtudes y de humildad, cada miembro de la familia es muy importante y  es para los otros un aliento de vida cristiana y de esfuerzo cotidiano por vivir la humildad en la vida cotidiana.


Humberto Del Castillo Drago 

Sodálite

Psicólogo

Director General de Areté

Hdelcastillod@centroarete.org

jueves, 5 de marzo de 2015

HERIDAS AFECTIVAS


1. Historia personal y Heridas:
En la vida e historia personal hay distintos hechos y acontecimientos que influyen en el desarrollo y vivencia de la afectividad. Son acontecimientos que no necesariamente se buscan, tal vez por la corta edad, la ingenuidad, impulsividad e inconsciencia. Simplemente se dieron.

En dichos acontecimientos juegan un papel fundamental los padres. Sarráis (2013) explica como la adecuada conjunción de cariño y normas estables crea el ambiente educativo más favorable para la educación de la madurez.

Como se ha entendido anteriormente, la familia es la primera escuela de amor y afectividad. Se reconoce el rol fundamental de los padres en la educación de la afectividad de los hijos. Son los padres los primeros invitados a educar integralmente a sus hijos, y, claro está que la educación de los sentimientos ocupa un lugar fundamental. Sin embargo, los padres no necesariamente están formados para educar la afectividad de sus hijos. Es más, hoy existe bastante ausencia emocional de parte de los padres, que están dedicados a trabajar y trabajar en busca de los recursos económicos necesarios para el sostenimiento del hogar, se constatan problemas de comunicación entre los padres o de los padres con los hijos, infidelidad conyugal, abuso emocional de padres a hijos, sobreprotección, más que todo materna, etc. Un punto importante aquí también  para la educación de la afectividad de cualquier persona es la relación con sus hermanos o familiares más cercarnos, después de los padres, los hermanos y primos cercanos son los primeros amigos.

Otro espacio de afectividad y amistad es la escuela o colegio, donde la relación con profesores y compañeros se convierte en otro espacio privilegiado para educar la afectividad.

Al revisar la propia historia personal, el ser humano descubre distintos hechos y acontecimientos que influyen en la vida actual, y claro está, marcaron la afectividad. Si quiere ser feliz, está invitado a madurar integralmente como unidad bio-psico-espiritual. Dicha madurez implica un conocimiento personal y una aceptación y reconciliación de la historia personal para vivir el instante presente con libertad interior. No puede cambiar el pasado, pero si puede aceptarlo y ponerlo en manos de Dios. Tampoco  puede dominar el futuro; puede planear y  prever; pero sabe que no necesariamente las cosas van a salir como las planifica. Lo único que le pertenece es el momento actual: sólo en el instante presente establece un auténtico contacto con la realidad.

Por todo ello es que resulta fundamental vivir una actitud de aceptación y de reconciliación frente al pasado; de esta manera, vive con libertad el instante presente. Rojas (2011) afirma que “El hombre maduro es aquel que ha sabido reconciliarse con su pasado. Ha podido superar, digerir e incluso cerrar las heridas del pasado. Y, a la vez, ensaya una mirada hacia el futuro prometedor e incierto”. (Pág. 203)

2. ¿Qué son las heridas afectivas?:
Para empezar como tal el camino de la reconciliación, se invita a mirar cuáles son aquellas heridas afectivas que han dejado huella en sí y que siguen teniendo manifestaciones actuales.

La palabra herida viene del griego “tráumatus”, traumatizar; en la terminología griega, era causar una herida física o psicológica. Hoy en día se utiliza también la palabra trauma para referirse al aspecto psíquico (mental, psicológico y emocional) y traumatismo para el aspecto físico (golpe fuerte o fractura). Por otra parte, según la Real Academia Española una herida es: “Aquello que aflige y atormenta el ánimo”.

En ese sentido, es importante explicar que una herida afectiva es un choque o golpe en la afectividad de la persona que produce un daño duradero en todas sus  dimensiones. Dicha herida o trauma aflige, duele y atormenta el ánimo o psique de la persona. En síntesis, se habla de un hecho o acontecimiento en la vida o historia de la persona que le produce dolor y sufrimiento.

El objetivo será entonces reconciliar, curar y sanar dicha herida. Se trata de enfrentar y cambiar las consecuencias que esta ha generado. Aunque pareciera esto imposible, se hace posible si se tiene una mirada esperanzada y confiada en Dios, en su gracia y también en sí mismo. Por tanto, se hace posible un proceso de reconocimiento y curación que incluso puede durar toda la vida. Lo importante es enfrentar dichas heridas o acontecimientos que, normalmente, tienen consecuencias en la vida.

¿Por qué se deben sanar las heridas? ¿Cómo se obtiene conocimiento sobre las heridas? o  ¿qué consecuencias de esas heridas habitan en la vida cotidiana? Para ello, Cabarrús (2006) afirma que el desconocimiento de las heridas juega en contra del ser humano muchas veces, porque le hace daño a sí mismo y hace daño a las demás personas, pero sobre todo, y es quizá esto lo más importante,  por no haberse topado conscientemente con ellas, por no haberse percatado de su existencia, por no haberlas desentrañado y sanado, están ahí enturbiando la vida, oscureciendo las potencialidades e impidiendo  realizar los deseos más profundos.

De eso golpeado o herido se puede dar cuenta con facilidad si la persona analiza su vida, debido a que lo vulnerado brota más claramente cuando hay excesivo cansancio o presiones externas, pero también, las sensaciones negativas surgen por sí mismas, como si tuvieran vida propia. La experiencia es, en ese momento, como si lo negativo te habitara, te dominara (Cabarrús, 2006). Es importante tener en cuenta que las heridas pueden darse por falta o por exceso, por la no satisfacción de la necesidad afectiva, o por la satisfacción exagerada de ésta; por la falta de atención o por la sobreprotección. De esta forma, puede ser un golpe muy fuerte, muy intenso, o se puede dar por una repetición de hechos de la misma naturaleza. Por ejemplo, una sensación constante de no ser querido durante la infancia, o de tener que hacer cosas para ganar cariño o sobresalir.

Estas heridas, al producir miedo en el niño o niña, hacen que surjan en ellos unos miedos básicos: a ser condenado, a no ser querido, a fracasar, a ser comparado, a quedarse vacío, a ser abandonado, a sufrir, a mostrarse débil, al conflicto (Cabarrús, 2006). Estos miedos son producidos también por traumas o hechos concretos sucedidos durante el transcurso de la vida que dejan secuelas en la vida psicológica de la persona.

Frente a las heridas afectivas, se aconseja irlas trabajando poco a poco, pero antes, es necesario hacer un esfuerzo consciente por conocerlas e identificarlas, más adelante se describe varios tipos de heridas que pueden llevar a una mejor comprensión del tema.

Resulta entonces necesario e indispensable empezar con un proceso de reconciliación y sanación interior, parte de este libro quiere abordar, en pequeños trazos, el inicio de ese proceso, con el objetivo de tener una mirada sobre sí mismo y lo que le rodea, de una forma completa e integral.

Un medio fundamental para la reconciliación y para vivir el sentido de vida es la conquista de la virtud y el señorío de sí mismo. Esto quiere decir que el ser humano está invitado al dominio de sí mismo y a avanzar en esta maestría personal, para aceptar y amar tal como es, como Dios le creó, con todo lo que Dios le regaló y con todo lo que permite que ocurra en la vida e historia personal.

No es raro que ciertas heridas o problemas por reconciliar, sean un obstáculo para la vivencia de la virtud y de la maestría personal, por ello la importancia de comenzar dicho proceso de aceptación, perdón y reconciliación.

3. ¿Por dónde empezamos?:
En primer lugar, hay que reconocer que si bien el ser humano no se reduce sus heridas afectivas, dichas heridas sí influyen en los distintos comportamientos o conductas, e incluso, como ya se ha dicho, en los estados de ánimo, en la afectividad y pensamientos. Cabarrús (2006) habla de ciertos síntomas que delatan, éstos son las compulsiones, las reacciones desproporcionadas, el sentimiento malsano de culpa, la baja estima personal, las voces negativas que nos repetimos y con las que nos hacemos daño, la postura corporal y, en general, un patrón negativo de conducta.

Entonces, resulta fundamental identificar cuáles son esas heridas, esos acontecimientos, ausencias, vacíos o carencias que han causado un dolor psíquico y que por supuesto se puede sanar, aceptar y reconciliar para dejar de estar peleando con los acontecimientos, consigo mismo y con los demás. De lo contrario, si  no se sanan las heridas, ellas, inconscientemente, actúan en la vida del ser humano, sin que dé cuenta, e incluso, puede ocurrir, como se ha dicho muchas veces, que se pelee con dichos hechos y eso le haga infeliz, triste, amargado, sin sentido de la vida, etc.


Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Psicólogo
Director General de Areté