miércoles, 27 de agosto de 2014

El Ser humano: Cuerpo, alma y espíritu


Al aproximarnos al ser humano para responder a su propia identidad no podemos sino mirarlo como una unidad: cuerpo, alma y espíritu. La persona humana es, “por su propia naturaleza, una unidad bio-psico-espiritual. Existe por lo tanto una íntima relación entre lo exterior y lo interior, de manera que lo exterior repercute en lo interior, y viceversa”[1].

La palabra “unidad” nos hace entender que el ser humano no es un compuesto, una suma de partes o elementos. No son tres naturalezas. Son tres dimensiones de una misma persona. Para comprender mejor esta unidad trial propia del ser humano, recordemos las palabras de San Pablo: «Que Él, el Dios de la  paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma, y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo» (1Tes 5,23). 

El hombre es, por su propia naturaleza, una unidad bio-psico-espiritual. Unidad integral de cuerpo, alma y espíritu en la que lo que sucede con cada una de las dimensiones repercute en las otras.

El hombre es un ser corporal, ésta es una realidad que se constata inmediatamente. Nuestro cuerpo tiene requerimientos físicos, necesidades vinculadas a esta dimensión, que no pueden ser desatendidas: respiración, alimento, bebida, abrigo y otras necesidades vinculadas al bienestar. La persona además de necesitar lo básico para sobrevivir requiere que su organismo mismo se desarrolle y viva en un ambiente adecuado para su expansión adecuada.

Es claro que lo biológico no explica todo lo que somos. Si seguimos avanzando en nuestra propia experiencia como personas, advertimos que nuestra relación con el mundo trasciende este nivel, así llegamos a descubrir que poseemos una dimensión psicológica. Esta dimensión tiene también sus propios requerimientos o necesidades, que el hombre experimenta como necesidades intelectuales (de saber, comprender, abarcar la realidad, etc.) y necesidades afectivas. 

En ese sentido, podemos decir que en la dimensión del alma, o psico-afectiva, el hombre experimenta también una serie de necesidades que deben ser saciadas y que preceden, en orden de dignidad a las necesidades físicas.

Ninguna de estas dos dimensiones agota la realidad del ser humano sino que descubrimos algo más profundo e íntimo. Dicha realidad es la espiritual, que permanece como referencia continua de mi vida. Esta dimensión se expresa como huella de Dios en el ser humano, lo que se llama mismidad que consiste en el núcleo mismo del hombre. En dicha dimensión se encuentra la conciencia y la libertad humana, así como la apertura al encuentro, la capacidad de relacionarse con Dios, y la apertura al sentido de la existencia.

Un gran problema en la actualidad es el reduccionismo; esto significa que al tratar de entendernos a nosotros mismos tendemos a tomar una parte de lo que vemos y convertirla en la explicación global. De manera que podemos decir que el hombre no es solamente sus sentimientos o emociones, como tampoco es solamente su cuerpo, o sus roles o personajes, o pensamientos.

El ser humano es unidad y la dimensión espiritual es la más importante, pero no anula a las demás áreas sino que debe haber una jerarquía, de manera que sea lo espiritual lo que dirija y nutra la realidad corporal y psicológica.

Quien pretenda la realización humana solo saciando las necesidades físicas o buscando el equilibrio psicológico sin la vida espiritual, permanecerá frustrado, incluso en el ámbito físico y psicológico.

Hoy en día el hombre contemporáneo es invitado a plenificar su existencia como unidad: cuerpo, alma y espíritu. Se trata de vivir el señorío de sí mismo, trabajando porque sus tres dimensiones apunten armónicamente a la santidad en la vida cotidiana.



Humberto Del Castillo Drago
Sodalicio de Vida Cristiana
Psicólogo







[1] Camino hacia Dios, El silencio de cuerpo, Tomo I, p.160.

miércoles, 20 de agosto de 2014

EL CAPRICHO O ENGREIMIENTO.-



1.            ¿Qué es el capricho?:

Es el mal hábito que nos conduce “hacer siempre lo que nos provoca y nos gusta”, nos rige nuestro subjetivismo y sentimentalismo; por tanto, nos convertimos en el centro del mundo y la medida de todas las cosas.

¿Qué quiero decir con esto?

Que el engreído o caprichoso mira la realidad desde sus emociones y sentimientos, desde lo que le gusta y desde lo que le provoca. Es decir se olvida de la verdad y objetividad. Se olvida que de pronto no posee toda la verdad. Se olvida que existen otras personas, otras opiniones, otros gustos, otras emociones y sentimientos tan válidos e importantes  que los propios.

El engreído o caprichoso no solo mira la realidad desde su perspectiva, sino que se aferra a ella. Por ello decimos que es subjetiva o subjetivista.

Enrique Rojas afirma que el caprichoso  “no está dispuesto a renunciar a los deseos inmediatos, no tiene hábito para los esfuerzos concretos y frecuentes, lo quiere todo en el momento... No sabe negarse nada”.

Vemos entonces claramente que el engreído vive apegado  a sus proyectos, gustos, mimos, planes. Le cuesta mucho obedecer, le cuesta mucho cambiar de opinión o hacer lo que otros dicen y opinan. En ese sentido hay que decir que reduce  su vida a sus mimos y caprichos. Se erige como la norma para los demás.

El engreído se siente mal, se indispone cuándo las cosas no salen como él quiere, incluso le da mucha rabia, se pone furioso o furiosa.  No soporta renunciar a sus gustos, no es capaz de renunciar a “sus planes” entre comillas.

El engreído sufre porque la realidad no es como él pensaba. Le duele demasiado cuándo ve que los demás no hacen lo que él quiere.

Y claro cuándo no se hace lo que yo digo o no piensan lo que yo pienso entonces pongo “mala cara” o “hago caritas”, me quedo callado, me recluyo en mi cuarto, cancelo una reunión, no voy a una cita, no quiero estudiar, dejo de participar normalmente del grupo en el que estoy. Es decir me dejo llevar por mis caprichos. Me dejo llevar por mi actitud engreída.  

Y no solo eso, sino que voy a estar susceptible o especialmente sensible con todo el mundo por esa razón: “No se hizo lo que yo quería”. “No me dan la atención que yo merezco”. “No me dan el cariño que yo necesito”. “No me dan el lugar que yo merezco”. Y claro todos lo que  están a mi alrededor son los que pagan los platos rotos. Porque son los que tienen que soportar mis maltratos, malgenio, rabia, insultos, mala cara, etc.

2.            ¿De dónde surge el engreimiento o capricho?:

Esto no se hace de golpe; uno se vuelve caprichoso poco a poco, no de forma momentánea, de hoy para mañana. Existen distintos factores o causas.
Errores en la educación por parte de los padres, sobre todo si ha existido una sobreprotección excesiva.

El consentimiento de absolutamente todo cuando se es pequeño; la falta de motivación para tener pequeños objetivos de lucha y muchas veces, el mal ejemplo de los padres, que actúa como un potente deseducador.

Otro factor es seguir la ley del mínimo esfuerzo para las tareas escolares, la falta de generosidad en el día a día en la familia, la inapetencia, la pereza, la indolencia para tener orden en las cosas que se utilizan habitualmente y un largo etcétera.

En este sentido, es fundamental lo que aprendemos de niños y preadolescentes.  Si no hemos tenido límites claros, si hemos hecho siempre lo que nos gusta o provoca, o si se ha hecho siempre lo que nosotros queríamos a punto de manipulación, pues ahí tenemos  un Engreimiento y Capricho Galopante.

El caprichoso no sabe bien qué es lo que quiere y no está educado en el valor de la renuncia.

Enrique Rojas dice: “El sujeto caprichoso es inmaduro, débil y posee una base deficitaria para cualquier trabajo serio que signifique fortaleza para poder vencer la resistencia de su desidia, apatía y dejadez. Esta persona no sabe que todo lo que tiene valor cuesta conseguirlo. Todo lo grande que el hombre alcanza es fruto de una tenacidad valiente”.

Es importante anotar que el engreído y caprichoso vive según la ya famosa ley del gusto-disgusto. Es decir hago lo que me da la gana, no importa si hay valores, principios, normas. La norma soy yo. Esté gusto-disgusto está relacionado con la ley del mínimo esfuerzo.

3.            ¿Qué podemos hacer?:

Ante una tendencia fuerte y arraigada al engreimiento o capricho:

En primer lugar recomendamos no dejarnos llevar por nuestras emociones o sentimientos. Se trata de evitar que dichas emociones gobiernen nuestras vidas.

Por ejemplo: Yo mañana puedo sentir que Juan me cae mal entonces lo miro feo, no lo saludo, etc. El tema ahí es que esa emoción o sentimiento no necesariamente están bien. Si Juan me cae mal entonces ¿puedo agredirlo?, ¿simplemente porque me cae mal?

Se trata entonces de descubrir: ¿Cuáles son las emociones o sentimientos que priman en mi vida cotidiana? Es decir ¿Cuáles son las que rigen mi vida ordinaria? Incluso podríamos decir que son las que nos gobiernan, nos mandan.

Fundamental entonces descubrir esas emociones, entenderlas, y sobretodo manejarlas desde nuestros criterios, desde nuestra razón, usando adecuadamente nuestra inteligencia.

Se trata de no absolutizar o endiosar nuestras emociones, ni tampoco nuestros gustos o caprichos.

¿Qué pasa si una mañana decido no ir a trabajar? ¿Cuántos días puedo no ir a estudiar simplemente porque no me provoca?
Importantísimo conocer nuestro mundo emocional, pero también aprender a renunciar y dominar dichas emociones.

Otra recomendación es pensar y re-pensar cuál es la idea nuclear de mi comportamiento caprichoso o engreído. ¿Qué es lo que pienso? ¿Cuál es la Creencia central que me hace pensar que yo soy la medida de todas las cosas?

Es importante observar ¿Qué pienso sobre mí? ¿Qué pienso sobre los demás? ¿Qué tanto me creo mis pensamientos y mis proyectos?

Es clave aprender a renunciar a dichos planes, a  ser capaz de desapegarme, desaferrarme. En este sentido son importantes la humildad y la sencillez. Esa sería una tercera recomendación aprender a renunciar a mí mismo desde la vivencia de la humildad.

Una última recomendación para vencer el mimo o capricho es el trabajo en la fuerza de voluntad. Y es que el engreído tiene normalmente la voluntad partida, tiene muy poca voluntad, puesto que está acostumbrado “hacerlo que le da la gana”, o a no hacer nada, hacer lo que se le antoja. Él se ha erigido como la medida suprema entonces cuando se le da la contra, crisis total. Hay entonces que fortalecer la voluntad renunciando a pequeñas cosas, pequeños gustos. Se trata de avanzar en las pequeñas cosas.

Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite - Psicólogo.
Director General del Centro Areté.

martes, 12 de agosto de 2014

LA INESTABILIDAD AFECTIVA

 

  
¿Qué es la Afectividad?:

El psiquiatra español Enrique Rojas define la afectividad  “Como el  universo emotivo formado por un sistema complejo de sentimientos, emociones, pasiones, motivaciones, ilusiones y deseos…

Se caracteriza por su diversidad, como un océano, desde sus colores a sus apariencias, pasando por la profundidad de todo lo que habita en su interior.

Todos sabemos de su existencia, pero dar una definición cabal es una tarea bien ardua, sobre todo ahora que estamos en la era del desamor”. 

La afectividad es el modo en que somos afectados interiormente por las circunstancias que se producen a nuestro alrededor.

Desde los primeros años de existencia, el niño capta los estímulos y expresa sus vivencias por el sistema emocional. Su clave de conocimiento es afectiva.

El mundo afectivo del ser humano comienza antes del nacimiento con el vínculo emocional que genera la madre con su hijo. Los padres y la familia son fundamentales en la educación de la afectividad y de la recta valoración de sí mismo de los hijos.

¿Qué es la inestabilidad afectiva?:

Es la variación frecuente de  emociones y sentimientos sin razones de peso señala Miguel Ángel Fuentes en su libro “Educación de la afectividad”.

No nos estamos refiriendo a la “ciclotimia” ni tampoco al  trastorno bipolar, ni a la personalidad borderline o trastorno “límite”.  Nos referimos a la inestabilidad de nuestras emociones. Es decir, cuando nuestro ánimo varía muy rápido, nuestro humor es muy cambiante e inestable.

En este sentido hay que mencionar que no es raro que hoy en día vivamos bajo el imperio de lo emocional. Estamos muy acostumbrados a responder desde lo que sentimos, desde nuestras emociones. Un rasgo del hombre contemporáneo es la inestabilidad afectivo-emocional. Él está poco acostumbrado a regirse por sus criterios, por su razón. Es más, podemos hablar incluso del endiosamiento de lo emocional. Hoy en día importa solo lo emocional o sentimental, sin reflexionar si está bien o mal. Se plantea que lo importante es sentirse bien más allá del bien o del mal, es decir, más allá de lo moral.

Distintos enfoques psicológicos o psicoterapias intentan hacer sentir bien a la persona más allá de lo bueno o malo. No es raro que se recurra a sucedáneos o drogas que nos conducen a una respuesta falsa y reductiva.

Pongamos el ejemplo del dolor.  A ninguna persona le gusta sufrir o sentir dolor. Esto es claro. Sin embargo hay que decir que el dolor no es malo. Por otro lado el dolor y sufrimiento es parte de la vida humana. Sería muy bueno que todos aprendamos a asumir y aceptar en nuestras vidas cotidianas los dolores y sufrimientos como parte de nuestra existencia e incluso como una pedagogía para crecer en amor, entrega y donación. No está mal sufrir. No está mal sentir dolor. El dolor es un sentimiento que se da, es real, existe en el mundo y en personas concretas. Lo mismo que el miedo o cualquier otra emoción o sentimiento.

Es un tema de falta de conocimiento personal; es decir, de no entendernos a nosotros mismos, de no saber qué estamos sintiendo o qué estamos pensando e incluso el vivir huyendo del dolor o también el ser presa de nuestras emociones. Y es que no es raro que nuestras emociones nos manejen y manipulen.

Ese es el inestable. Estamos ante una personalidad fluctuante. Pasa con relativa facilidad del entusiasmo al desaliento, de las “cumbres” a los “pozos”, de las euforias a los enojos. Ésta es una personalidad altamente emotiva, pues, precisamente, las emociones son las que controlan sus estados anímicos. Y, como los afectos son cambiantes, todo es arrastrado con sus cambios. Es un hombre cuyo hilo histórico se llama capricho, engreimiento, mimo.

Los cambios en las emociones o sentimientos suelen darse, incluso, en forma explosiva, súbita; no gradual. En poco tiempo, o, a veces, a raíz de un simple episodio (por ejemplo, la negación de un capricho, una noticia contradictoria, etc.), pasan de la euforia al abatimiento.

En esto actúan de modo semejante a los niños que brincan con un regalo y en cuestión de minutos patalean ante un reto. Lo cual muestra que es un problema de inmadurez e infantilismo.

Se trata entonces de madurar y crecer en nuestro manejo emocional y afectivo.
Se trata de entender que la afectividad humana es normalmente cambiante ya que aquí no estamos hablando de una estabilidad absoluta.

Se trata de enfrentar y asumir nuestras emociones y sentimientos cotidianamente. Que el miedo o la tristeza no nos venza, por ejemplo, y nos lleve a pelearnos con nuestros seres queridos o que nos marginemos de nuestros amigos, que afecte mi trabajo, mis estudios e incluso mi vida espiritual.

Cuando la franja de los altibajos se hace más amplia, pasando de alegrías “desproporcionadas” a “bajones” igualmente exagerados, columpiándose entre el arrebato y el desaliento, estamos ante un problema que puede ser serio.

Causas de la inestabilidad afectiva:

Es importante afirmar que “algunas personas están más predispuestas que otras a experimentar con frecuencia emociones positivas o negativas”. Es decir hay personas más emotivas que otras, incluso podríamos decir que hay quienes tienden más a las emociones positivas u otros que tienden más a las emociones negativas.   

La familia es uno de los factores más influyentes en el desarrollo del  mundo afectivo de la persona. Y las carencias afectivas, por exceso o por defecto, afectan a la conducta humana. 

Los padres, educan (o maleducan) en la afectividad a través de las interacciones entre sí mismos y a través de las interacciones con sus hijos.

Recomendaciones:

La estabilidad afectiva requiere de una armonía entre la emoción o sentimiento y la razón. Cuando existe un predominio de lo racional, en detrimento de la parte afectiva, el resultado puede ser una personalidad fría, calculadora, incapaz de darle cabida a los lazos afectivos. Por el contrario, cuando predomina la parte afectiva y no interviene la razón, se desarrolla una personalidad extremadamente sensible que dificulta al individuo ver los acontecimientos de  su  vida de una manera objetiva.

Son tres las recomendaciones para trabajar la inestabilidad afectiva:

-Conocimiento personal: Esto implica reconocer quienes somos realmente. Se trata de evitar mi reducción a una lista de defectos o virtudes o a lo corporal, placer, al dinero o mi personaje. Se trata de un conocimiento integral de mí mismo como unidad bio-psico-espiritual.

-Aceptación: Saberme creatura, hijo de Dios, don único e irrepetible. Ser contingente y necesitado. Se trata de asumir en mi vida a mis padres, todos los hechos de mi historia personal; buenos  y malos.

-Señorío de sí: Es lo que algunos lo explican cómo autocontrol. En efecto es el dominio de sí, el manejo o maestría personal. Aquí es importante insistir en el manejo y gobierno de mis emociones y sentimientos por medio de la razón. Si me siento mal es importante entender ¿por qué me siento mal?, enfrentar esa emoción y sentimiento, preguntarme ¿por qué me estoy sintiendo mal?, ¿Qué es lo que estoy pensando? En éste contexto es adecuado trabajar nuestras creencias nucleares o también las distorsiones cognitivas o falacias lógicas.

Cuando hablamos de controlar nuestros sentimientos no estamos hablando de reprimirlos. Se  trata de conocerlos, de reconocerlos, aceptarlos, asumirlos, canalizarlos y encausarlos.




HUMBERTO DEL CASTILLO DRAGO
Sodálite
Psicólogo.
Director General - Centro Areté

lunes, 4 de agosto de 2014

LA MADUREZ AFECTIVA


1.    Aproximándonos al tema

¿Qué significa ser maduros afectivos? ¿Cómo podemos avanzar en nuestra propia madurez afectiva? Son dos de las muchas  preguntas que nos hacemos cuándo escuchamos la palabra afectividad o cuándo se nos dice que vamos a desarrollar el amplio tema de la madurez afectiva.

Lo primero que tenemos que hacer es definir o acercarnos al concepto de afectividad. ¿Qué es la afectividad?.

El psiquiatra español en su libro los lenguajes del deseo dice lo siguiente:

“Es el modo en que somos impactados internamente por las circunstancias que se producen a nuestro alrededor. Es en la intimidad de la persona donde esto resuena, en la sacralidad de cada uno. La afectividad es un universo emotivo formado por un sistema complejo de sentimientos, emociones, pasiones, motivaciones, ilusiones y deseos. Cada uno tiene una geografía particular, pero su contenido se entrecruza, se combina, mezclándose, formando uniones lógicas y caprichosas que requieren ser estudiadas con rigor para adentrarnos en la selva espesa de la semántica afectiva”.

Rojas afirma que la afectividad está constituida por cinco vertientes.

En primer lugar lo físico; todas las manifestaciones afectivas tienen una resonancia somática, física, fisiológica aunque la diversidad en cantidad y calidad es muy variada. La máxima intensidad se da en las emociones y la mínima en los estados de ánimo y los sentimientos.

La  segunda vertiente es la  psicológica se refiere a las vivencias y experiencias interiores que dejan huella en nuestras existencias y  en nuestras historias personales.

Nuestra afectividad se manifiesta en nuestro exterior a través de nuestras conductas y comportamientos; es la tercera vertiente.

La cuarta vertiente es la cognitiva, puesto que normalmente tras las emociones o sentimientos existen pensamientos, cogniciones, ideas y conceptos.

Rojas afirma que la quinta vertiente es la asertiva refiriéndose a las habilidades sociales, es decir, a la capacidad de relacionarnos con los otros. El ser  humano vuelca sus afectos, emociones y sentimientos a los demás. También es posible que bloquee o no exprese adecuadamente dichos afectos y emociones.

Desde la mirada integral del ser humano no podemos olvidarnos de la dimensión espiritual que tiene también la afectividad.

La persona humana posee una dimensión espiritual. No es solo cuerpo y alma. El hombre es capaz de buscar y relacionarse con el ser supremo y con los valores trascendentales. El ser humano posee la capacidad de amar y ser amado. En lo más profundo de su ser tiene la capacidad de entregarse y servir a los demás, de amarse a sí mismo y de relacionarse con la naturaleza.

2.    ¿Qué es la madurez afectiva?

Con lo dicho anteriormente vemos entonces que la afectividad no es solamente algo psicológico sino que implica a todo ser humano como ser integral que posee tres dimensiones; la corporal, la psicológica y la espiritual. El ser humano es unidad inseparable bio-psico-espiritual. Cuando hablamos de madurez afectiva estamos hablando de la armonía y maestría personal que existen en las 6 vertientes o dimensiones anteriormente mencionadas: física, psicológica, conductual, cognitivo, asertivo y espiritual. En este contexto estamos hablando de la armonía entre la inteligencia (mente), afectividad (corazón) y voluntad (acción).

La Madurez afectiva implica que la persona  despliegue  sus dones y capacidades, amando a Dios, a sí mismo y a los demás.

Este tema hoy en día es muy importante; vemos mucha gente deprimida, triste, sin un sentido en su vida. Hoy en día se ven muchas distorsiones afectivas o desordenes emocionales o incluso desviaciones sexuales que como sabemos pueden tener su raíz en lo afectivo.

El maduro afectivo es el que se conoce a sí mismo; el que puede responder la pregunta sobre la propia identidad en el día a día.

Por otro lado es  el que vive la libertad y la autenticidad, es decir, el que no es esclavo de nada ni de nadie. A veces somos esclavos de nuestras emociones o sentimientos o del que dirán, de la opinión de otros.  Vivimos muy pendientes de la valoración de otros. No es raro que haya quienes son esclavos del juego, sexo, alcohol o drogas. Estas adicciones se generan muchas veces en medio de carencias y vacios afectivos.

El maduro afectivo es el que decodifica adecuadamente sus dinamismos y necesidades fundamentales, ama a Dios teniendo una vida espiritual intensa y cotidiana, vive en presencia de Dios, piensa como el Señor, se acepta, valora y ama a sí mismo, ama a los demás comunicándose con ellos, teniendo amigos, es el que se realiza en el apostolado de la vida cotidiana. Importante comprender el apostolado como “Sobreabundancia de amor”.

La madurez afectiva me lleva a vivir y desplegar adecuadamente mis emociones y mis sentimientos: “Yo no soy solo mis emociones y sentimientos”.

Hoy en día vivimos muchas veces esclavos de lo sentimental o emocional, olvidándonos que la mente o razón es la llamada a regir nuestros sentimientos y emociones.

Vivimos también muchas veces esclavos del capricho, mimo o engreimiento, haciendo lo que nos provoca, solamente lo que nos gusta y nos olvidamos que es importante regirse por valores o principios.

La madurez afectiva me conduce a vivir con un amor centrado en el Señor, viviendo mi sexualidad y genitalidad según el Plan de Dios de acuerdo a  la vocación a la que he sido convocado.

El sexo no es un instinto ciego, ni algo incontrolable, es una tendencia que yo puedo manejar, controlar, encausar y encaminar. No somos animales que no pueden controlar sus instintos ciegos. La sexualidad y la genitalidad son posibles ordenarlas y adecuarlas al Plan de Dios. Es un tema de madurez, de armonía, de señorío de sí mismo, de control, de fuerza de voluntad, en última instancia de amor a Dios y a uno mismo.

3.    Factores determinantes para una madurez afectiva:

Es preciso reconocer que,  aunque distintos factores biológicos y psicológicos juegan un papel importante,  la familia es el factor más determinante en el desarrollo del mundo afectivo de la persona. Podemos afirmar que las carencias afectivas, por exceso o por defecto, afectan a la conducta humana. 

Uno lo ve en la práctica profesional como psicólogo. Cuando uno atiende a una persona, rápidamente se da cuenta si viene o no de una familia disfuncional.

Los padres educan (o maleducan) en la afectividad a través de  las interacciones entre sí mismos y a través de las interacciones con sus hijos.

Los  sentimientos básicos de cada persona tienen mucho que ver con lo que ha percibido en los sentimientos de sus padres. Ahora bien: ¿los padres educan sentimentalmente? Sí, aunque no con nuevas estrategias o nuevas habilidades, sino con el modo en el que expresan y acogen los sentimientos propios y ajenos.[1]

El mundo afectivo está inmerso en cada persona desde el momento de su nacimiento. Se establece progresivamente a partir de un “clima afectivo “aportado por los padres inicialmente en el seno de la familia y complementado o ampliado por las relaciones educativas, sociales, laborales, del medio cultural en que se desarrolla la actividad personal[2].

La estabilidad o madurez afectiva requiere de una armonía entre el sentimiento y la razón.

Cuando existe un predominio de lo racional, en detrimento de la parte afectiva, el resultado puede ser una personalidad fría, calculadora, incapaz de darle cabida a los lazos afectivos. Por el contrario, cuando predomina la parte afectiva y no interviene la razón, se desarrolla una personalidad extremadamente sensible que dificulta al individuo ver los acontecimientos de  su  vida de una manera objetiva.

Para alcanzar la madurez afectiva es necesario tener autoconocimiento, auto aceptación y  autocontrol.  Si uno no se conoce a sí mismo, no se está en disposición de conocer a los demás. Si no se aceptan las propias limitaciones y cualidades, tampoco se puede aceptar la de los otros, y  si no se tiene la capacidad de autodominio, no se pueden desarrollar relaciones afectivas sanas.

Una  persona no  necesariamente “nace” inseguro. La inseguridad se “aprende”  en el  ambiente social de la persona. La seguridad es una consecuencia del nivel de recta valoración de sí mismo o recto amor a uno mismo. Esta se  construye desde la infancia a partir de las comparaciones con los demás y de las reacciones de los demás hacia uno mismo.

Quienes tienen un mayor impacto en el desarrollo de seguridad en el niño son  las personas afectivamente más cercanas; los padres, hermanos, los familiares,  profesores y los compañeros de escuela. Éstos pueden “potenciar o disminuir el sentimiento de seguridad”.  Por ejemplo, un niño que experimenta la ruptura conyugal  de sus padres tendrá mayores posibilidades de crecer con falta de seguridad.

La persona que tiene problemas de apego o vínculo  es comúnmente insegura.

Cuando encuentra una relación que le ofrece un sentido de valía personal, el inseguro tiende a desarrollar una relación de dependencia excesiva. A menudo, el inseguro se siente atraído por personas tan inseguras como él o ella misma.

El resultado es una relación frágil,  inestable, y por lo general, de corta duración.

Para poder alcanzar una estabilidad afectiva es esencial que exista una  permanencia en los lazos afectivos.

El ser humano necesita crecer en un hogar donde existan un padre y una madre que lo amen y que se amen entre sí. La estabilidad en el matrimonio es esencial  para el bienestar del hijo y de la pareja.

4.    Conclusión: 

El amor es el motor de la existencia humana y es el primer “sentimiento” que conoce el niño después de nacer.

Somos creados para amar sin límites, sin embargo por diversas causas muchas veces vivimos en medio de la inmadurez y desequilibrio afectivo y emocional.

Se trata de volver sobre nosotros mismos, de conocernos, entendernos, de descubrirnos y aceptarnos. En la medida que me conozca y acepte me voy a valorar y en la medida que me valore me voy amar, de esa manera me iré disponiendo para amar adecuadamente a los que me rodean.  

Se trata entonces de madurar integralmente  como personas humanas, como cristianos y en nuestra vocación particular. 
La madurez humana y cristiana es integral y parte de nuestra opción radical por el Señor Jesús, surge de nuestro amor al Único maestro.


Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite 
Psicólogo.
Director General del Centro Areté





[2] Alvaro Sierra Londoño  Educación en la Afectividad, Universidad de la Sabana, Pág. 98