lunes, 25 de abril de 2016

¿Qué es la afectividad?

 

El psiquiatra español Enrique Rojas (2004) en su libro Los lenguajes del deseo dice lo siguiente sobre la afectividad:

Es el modo en que somos impactados internamente por las circunstancias que se producen a nuestro alrededor. Es en la intimidad de la persona donde esto resuena, en la sacralidad de cada uno. La afectividad es un universo emotivo formado por un sistema complejo de sentimientos, emociones, pasiones, motivaciones, ilusiones y deseos. Cada uno tiene una geografía particular, pero su contenido se entrecruza, se combina, mezclándose, formando uniones lógicas y caprichosas que requieren ser estudiadas con rigor para adentrarnos en la selva espesa de la semántica afectiva. (Pág. 45)

Rojas también afirma que la afectividad está constituida por cinco vertientes:

En primer lugar, lo físico: todas las manifestaciones afectivas tienen una resonancia somática, física, fisiológica, aunque la diversidad en cantidad y calidad es muy variada. La máxima intensidad se da en las emociones y la mínima en los estados de ánimo y los sentimientos. La segunda es la  psicológica: se refiere a las vivencias y experiencias interiores que dejan huella en las propias existencias y  en las historias personales. La afectividad se manifiesta en el exterior a través de conductas y comportamientos; es la tercera vertiente. La cuarta es la cognitiva, puesto que normalmente tras las emociones o sentimientos existen pensamientos, cogniciones, ideas y conceptos. Rojas afirma que la quinta vertiente es la asertiva, refiriéndose a las habilidades sociales, es decir, a la capacidad de relacionarse con los otros. El ser  humano vuelca sus afectos, emociones y sentimientos a los demás. También es posible que bloquee o no exprese adecuadamente dichos afectos y emociones.

Desde la mirada integral del ser humano, no se puede olvidar la dimensión espiritual que tiene también la afectividad. La persona humana posee una dimensión espiritual, el hombre es capaz de buscar y relacionarse con Dios comunión de amor y con los valores trascendentales. El ser humano posee la capacidad de amar y ser amado. En lo más profundo de su ser tiene la capacidad de entregarse y servir a los demás, de amarse a sí mismo y de relacionarse con la naturaleza.



Psi. Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite
Director General de Areté.


miércoles, 13 de abril de 2016

La adolescencia - De los 13 a los 17 años


En esta etapa se ha entrado a la adolescencia y surgen preguntas claves que quieren consolidar la identidad: ¿Quién soy?, ¿Qué estoy haciendo aquí?, ¿Qué llegaré a ser?, pero éstas cuestiones no necesariamente se resuelven o si lo hacen, resulta ser de manera inadecuada. De manera que la primera  tarea a realizar  por el adolescente es la de asimilar la nueva percepción de su propio cuerpo, porque la imagen de su cuerpo se desarrolla a partir de diversas percepciones, como la de sus amigos, familia y, por supuesto, su principal aliado, el espejo, donde visualiza sus propios cambios (Tierno, 2004).

Esta es una etapa de “baja tolerancia” en la que se puede sentir vergüenza de los padres, encontrando alguna forma de rebelión, ya sea escapándose de la casa, alejándose de la Iglesia teniendo pensamientos negativos, pesimistas e incluso ideaciones suicidas. (Tierno, 2004). Es en este momento donde se cuestionan los valores familiares e institucionales y la rebelión frente a los padres incluye la rebelión frente al Dios de los padres, que puede traer como consecuencia, una crisis de fe.

Dicha crisis puede ser provechosa, ya que el adolescente puede comprometerse con un Dios que actúa diferente a sus padres falibles y que ama mucho más de lo que pueden amarle los padres. Es importante tener en cuenta que cuanto más cercanos sean los lazos con los padres, mayor podría ser la vivencia de la fe en el adolescente. La crisis es necesaria para que el adolescente dé forma a sus propios valores, por tanto, en el adolescente la crisis y el conflicto son normales, pues será difícil que sea tolerante si en su interior no está seguro de quién es y del rol que ocupa entre los otros (Erikson, 1985).

En consecuencia, el adolescente deberá aprender a escoger aquellas formas sanas de vivir que definan su personalidad, dándoles sentido a sí mismo y a los demás. Durante esta etapa el hombre y la mujer buscan su identidad de diversas maneras. En el caso de las  mujeres se origina en la infancia, en la que el principal nutriente es la madre. Las niñas experimentan su identidad sexual como algo continuo o en conexión con sus madres. En cuanto los hombres, su identidad sexual se define al verse diferentes o separados de sus madres. Por esta razón, la identidad masculina tiende a definirse por la separación, mientras que la femenina lo hace a través de la conexión.


Ahora bien, la primera causa de perturbación en los adolescentes, además de su cuerpo y sus relaciones amorosas, es la inhabilidad para decidir una identidad ocupacional o profesional, incluso para definir su propia vocación, que desde siempre ha tenido inscrita en el corazón. Se empieza también la difícil tarea de la aceptación personal, pues hay muchas cosas que no le gustan de sí mismo ni de su relación con los otros. Junto con esto va el hecho de descubrir y experimentar a un Dios que ama al joven tal como es, incluyendo la peor parte de sí mismo; que acepta lo que no acepta de sí mismo, para darle armonía y estabilidad a esta imagen personal, porque la aceptación es la principal fuente de un crecimiento sano, virtuoso y feliz.

En síntesis, las áreas más importantes durante la adolescencia son el desarrollo sexual en que el niño y la niña se identifican con el padre del mismo sexo; la pertenencia a un grupo o núcleo social donde hay afirmación de las mismas experiencias, conflictos y dudas de los adolescentes; y la formación de los propios valores morales, decisiones de creer o no creer en Dios.

Por último, hay que tener en cuenta que pueden existir daños en el desarrollo sexual, por ejemplo, el abuso sexual, cuyos efectos de éste pueden variar de persona a persona. Sin embargo, pueden tener obvias consecuencias a futuro. A esto le añadimos las heridas más comunes en la adolescencia: daños sexuales, pérdida de un amigo, malos resultados académicos, angustia por enfermedad, tristeza por las discusiones de los padres o la enfermedad grave de algún familiar y diferencias con la autoridad. Es posible que el adolescente pretenda calmar el dolor que le originan dichas heridas recurriendo al sexo o a las drogas, rompiendo noviazgos, refugiándose en el alcohol, el internet o distintas formas de ludopatías.

Psi. Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite.
Director General de Areté.