sábado, 4 de marzo de 2017

¿Qué es la Virtud?



En griego significa Areté. Es una palabra cargada de sentido y de distintos sinónimos, porque el término original griego no tiene una traducción exacta al castellano. Es decir, es un término plulivalente, debido a que posee muchos significados.

En una primera aproximación que parte de la cultura griega, parece importante recordar el significado de Areté como maestría o excelencia, señorío de sí mismo, el cual se relaciona con un horizonte caballeresco y noble de alguien que en pleno dominio de sus facultades, tanto espirituales como psíquicas y físicas, es capaz de vivir coherentemente según un ideal. De esta manera, la persona logrará la unificación de sus capacidades para orientarse en la vida cotidiana hacia una determinada meta, y superar las adversidades.

Se puede decir que la Areté es la cooperación humana con la gracia que conduce a la reconciliación de las facultades del ser humano. ¿Qué quiere decir esto? Que la virtud -unida a la gracia de Dios y a la fuerza del Espíritu Santo- nos conduce a la unión, a la reconciliación personal.

Por otro lado, Pieper (2010), en su libro Las virtudes fundamentales, afirma algo muy interesante para ser traído a colación:

La virtud significa que el hombre es verdadero, tanto en el sentido natural como el sobrenatural. Afirma que la virtud es la elevación del ser en la persona humana, es lo máximo a que puede aspirar el hombre, o sea, la realización de las posibilidades humanas en el aspecto natural y sobrenatural (p.15).

Asimismo, para seguir profundizando en el concepto de virtud, es necesario comprender la definición del Catecismo de la Iglesia Católica, el cual afirma que:

La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas. El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios (No.1803).

La virtud es una cualidad, un hábito operativo bueno de la persona, pero también tiene un opuesto en el vicio. Revisando alguna de las definiciones de la RAE, se encuentra que vicio es “hábito de obrar mal” o “defecto o exceso que como propiedad o costumbre tienen algunas personas, o que es común a una colectividad”. Así, la virtud es además la respuesta de cooperación con la gracia de Dios que realiza el hombre para madurar en el camino de la fe. Así que el ser humano va madurando por este camino de la fe hasta la plenitud del amor, núcleo interior de la virtud, para conquistar una calidad humana, abriendo las facultades y potencias a los impulsos de la gracia, para permitir que el Señor Jesús viva en cada uno de nosotros.

Además, algunos rasgos que cualifican la virtud y que implican la cooperación con la gracia de Dios, son los siguientes:

®  Un dinamismo reconciliador que unifica todas las potencias y facultades del ser humano, otorgándole armonía e integración.

®  El señorío de sí, el cual habla de autodominio y autocontrol, para mantener una recta jerarquía y orden de las fuerzas interiores.

®   Una grandeza de espíritu referida a la magnanimidad y generosidad del hombre que rige su conducta por ideales y valores elevados.

®   El sentido del deber entendido como una conciencia de responsabilidad frente a las metas e ideales que lo lleva más allá de sus propios caprichos o gustos.

®  La libertad que lo hace disponible, pues el virtuoso no se ve atado por ideales rastreros y mezquinos; se descubre libre de lo contingente, de lo circunstancial.

®    La virtud implica también una lucha heroica en la que se prueba la capacidad de sacrificio, de entrega y de abnegación.

®  Nos conduce a la semejanza divina, pues lleva al ser humano a transcender el plano meramente natural y contingente para situarlo, al responder a la gracia, en un horizonte de plenitud sobrenatural.



Psi. Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Areté

martes, 7 de febrero de 2017

Identidad personal, afectiva y sexualidad

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La identidad personal está conformada por distintos elementos y aspectos que la persona va descubriendo, madurando y desplegando. Está conformada por tres aspectos: ser persona, ser cristiano y la vocación particular de cada quien. Así que la identidad es aquello que otorga continuidad a la persona en el tiempo, es lo que hace que siga siendo ella misma, a pesar de los cambios que pueden ir afectándola con el pasar del tiempo. La mismidad, por su parte, es el núcleo, el sello más íntimo, más profundo de la identidad, es la que lo define como persona única e irrepetible y que si bien es cierto, comparte con otros distintas características, su mismidad no es igual a la de nadie más. Ha sido creado como un ser distinto, insustituible e irrepetible.

Hay que entender como dice Polaino (2010) que la persona es, pero no está hecha. Los seres humanos tienen una naturaleza, pero al inicio de sus vidas no están hechos ni acabados, por lo que a lo largo de sus vidas tienen que hacerse,  pero siempre desde sus respectivos seres. Por lo que el devenir y vida de la persona tiene que ver con el cambio que ella experimenta a lo largo y ancho de su propio desarrollo. Lo que resiste a los diversos cambios biográficos es su identidad personal. Dicha identidad no se reduce sólo a lo hecho o no hecho por la persona. También configuran la identidad de la persona su pensamiento, su vocación, sus sentimientos, las relaciones personales que establece, sus amores, es decir, las relaciones con las personas a las que ama, etc.

No se puede dejar de mencionar la importancia de la familia en la configuración y desarrollo de la identidad de cada quien. Ella es el humus donde la identidad hunde sus raíces. Es en ese contexto donde emerge la identidad de la persona. La familia constituye el ámbito donde el hombre puede encontrarse consigo mismo y aprehenderse como la persona que es. Los factores familiares no son meros accidentes, dado que constituyen una nota distintiva de la singularidad personal.

Es conocida la relación y el vínculo afectivo singular que existe entre los padres y cada uno de sus hijos. En este vínculo o relación es donde se acuñan y generan los primeros sentimientos y emociones del niño. La familia es la primera escuela de afectividad y valoración personal para cada ser humano. “Dicho vínculo es natural, espontaneo e innato en el niño y, además, necesario, no renunciable, y algo conforme a la naturaleza de su condición, sin cuya presencia el niño no puede crecer” (p. 35).

No podemos hablar de afectividad si al mismo tiempo no se aborda el tema de la sexualidad. Afectividad y sexualidad están íntimamente relacionadas, unidas entre sí. Es importante tomar consciencia de un error frecuente de la actual sociedad; el cual es separar la afectividad de la sexualidad; y reducir la sexualidad a mera genitalidad o placer por placer.

Ante todo esto, es importante resolver la siguiente pregunta:

¿Qué es la identidad sexual?

Para responder a este gran interrogante, el mismo puede tener varios significados y hoy en día hay bastante confusión sobre la identidad sexual, incluso sobre lo que es identidad y sexualidad. Polaino (1998) dice que “la identidad sexual forma parte-y parte importante-de la identidad personal, dada la condición necesariamente sexuada de la naturaleza humana” (p. 20).

Así que la persona humana es una realidad sexuada, es sexualmente encarnado. Y esto no es solamente porque el cuerpo sea sexuado, lo cual se denomina “sexo biológico”.  Ya se ha dicho que la persona humana es unidad inseparable: bio-psico-espiritual, esto quiere decir que no existe acción material, por elemental que sea, que no implique a las dimensiones psicológicas y espirituales de la persona. La persona es sexuada no simplemente por su genitalidad, sino por su sexualidad que es una condición fundamental de la vida personal. Ella configura el ser, estar y obrar como personas humanas. El pensar, querer, sentir, el mismo creer, amar y esperar, se expresan según una forma de individualización sexuada.

Al respecto, Olivera (2007) afirma que:

La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, al deseo, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otros (p. 22).

El hecho de distinguir claramente entre persona humana masculina y persona humana femenina sugiere que la diferencia varón-mujer se encuentra en lo más íntimo del ser humano, en la persona, en su identidad y mismidad. Se es hombre o mujer como unidad bio-psico-espiritual. También es cierto que, como expresa Castilla de Cortázar (2004) “cada vez son más las voces que apuntan a que la condición sexuada está relacionada con lo más íntimo del ser humano, con su espíritu, con su persona” (p. 26).

Psi. Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite.
Director General de Areté.