Según Monge (2004), en esta etapa
hay una adquisición del lenguaje que permite
que aparezca un impulso o necesidad constante para desarrollar la
comunicación y, junto con esto, el deseo de conocer el ambiente. Aquí la tarea
primordial es la de alcanzar un cierto grado de autonomía, aun conservando un
toque de vergüenza y duda (Erikson, 1985).
La
autonomía se desarrolla mientras el niño
trata de manifestar su voluntad propia para conseguir lo que busca. Por el contrario, la vergüenza se establece cuando el niño
escoge su propia voluntad y experimenta la contrariedad de su madre y de otros,
por el hecho de no cumplir con sus expectativas. Pero, no hay que
olvidar que al seguir su propia
voluntad, el niño está buscando desarrollar un sentido aparte de sí mismo para
relacionarse con su madre de una forma nueva.
También, a
la edad de dos años, el niño capta la diferencia entre lo bueno y lo malo, por
ello, para formar esa autonomía, el niño necesita ser afirmado en aquellas
formas en que se desarrolle su voluntad sanamente. Siempre que tome decisiones
adecuadas, debe ser aprobado (empatía) o tratado con firmeza (decir “no”)
cuando tome decisiones equivocadas, para que entienda que hay cosas que no se
pueden hacer.
Esta
etapa, asumida correctamente, otorga un fundamento a la flexibilidad interna o
interior porque surge cuando se logra un correcto balance entre amor y firmeza,
para consolidar el yo y hacer frente a situaciones que puedan paralizar: decir
sí o no; crecer al ir escogiendo lo más conveniente; asumir una actitud activa
y no pasiva. En última instancia, es un hecho importante, es el proceso de
consolidar la voluntad, porque una voluntad fuerte afianza la salud física y
mental posterior.
Psi.Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite
Director General de Areté.
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