Fuentes
(2008), dice que
perdonar es más que aceptar lo que sucedió, se puede aceptar una ofensa con el fin de
seguir adelante pero en el fondo vivir una “fría indiferencia” frente al que ha
ofendido. Es más que cesar en el enojo, eso sería sólo una parte del proceso.
Con el tiempo, el perdonador tendría que tener un cambio real de actitud hacia
el ofensor, porque es más que tener una actitud neutral hacia el otro.
Desafortunadamente, algunos creen que el perdón se reduce a no guardar
resentimiento, o que sólo hay que procurar hacer algo para sentirse bien. Todo
esto no es suficiente, aunque objetivamente no sea malo, porque el propósito
del proceso del perdón es que el perdonador experimente pensamientos y
sentimientos positivos hacia el ofensor, por supuesto, esto puede llevar
tiempo. La neutralidad, en este sentido, puede ser un gran paso en el proceso,
pero nunca el desenlace definitivo.
Por una
parte, el perdón aumentará la salud emocional y el bienestar del perdonador.
Por ejemplo, mucha gente comienza el proceso del perdón justamente porque está
cansada de sentirse mal y quiere sentirse mejor. Sin embargo, esto sólo no
alcanza y a menudo resulta contra-producente el haber centrado las esperanzas
en un estado puramente sentimental.
Por otra
parte, es importante tener en cuenta que perdonar no es excusar al ofensor o agresor.
La esposa injustamente golpeada puede excusar la violencia de su marido,
echándose ella misma la culpa de haberlo provocado con sus palabras o acciones,
aun cuando esto no sea verdad o no sea toda la verdad (como sucede en las
personas co-dependientes). Sin embargo, esta actitud desvirtúa el verdadero
perdón, haciendo pensar que perdonar significa conformarse con ser una persona
golpeada, usada o abusada y permitiendo que estas situaciones continúen sin
solución. Pero no es así, perdonar
significa admitir que lo que sucedió estuvo mal, y que no debería repetirse.
Perdonar
tampoco equivale a olvidar los malos recuerdos, el perdón no produce amnesia. Por el contrario, hay
veces en que es necesario recordar particularidades muy concretas de eventos
que nos han herido con el fin de sanar nuestra memoria. Si esto se hace bien,
el perdón cambiará el modo en que recordamos el pasado, éste dejará de estar
signado por la angustia, el temor, y la ansiedad.
Tampoco es
cuestión de calmar los nervios, porque sencillamente alguien puede serenar el
nerviosismo que le causan determinadas situaciones ingratas o injustas, sin
perdonar a los causantes de las mismas. Además, se puede aprender a dominar los
nervios que provoca el compañero que día a día humilla con sus burlas, sin
perdonarlo. Este dominio del carácter, o la capacidad de relajarse, es un paso
importante para poder perdonar, pero no es el perdón.
Decir “te
perdono” cuando las palabras de perdón suenan como desprecio, como hace el
personaje de Alberto Blest Gana, en Martín
Rivas: “¡Cobarde! te tengo lástima y te perdono” no es muestra de perdón
sincero, pues este se convierte en un estoque tan hiriente como el desdén. Finalmente, tampoco se
identifica, aunque se relaciona estrechamente, con la reconciliación.
La opción
por el perdón es un paso en el proceso
de la reconciliación, ya que ésta, sin el perdón, se convertiría en una simple
tregua donde cada parte está buscando la oportunidad para reiniciar las
hostilidades. La reconciliación real requerirá el perdón de ambas partes, ya
que en muchos casos habrá daños en ambos lados; requiere una confianza
renovada, y a veces esto no es posible. La reconciliación requiere que ambas
partes estén preparadas para retomar la relación (en algunos casos), y a veces
sólo una de las partes está preparada para hacer este esfuerzo. De aquí que
pueda suceder que alguien perdone sin reconciliarse (a veces porque la otra
parte no quiere dar este paso), pero nunca podría reconciliarse de verdad sin
perdonar.
Según
Fuentes (2008), el perdón es:
1º El
abandono del resentimiento que tenemos hacia quien nos ha ofendido o herido
injustamente.
2º La
renuncia a la revancha a la que, siendo objetiva la injusticia de la herida,
tenemos derecho según la justicia humana.
3º El
esfuerzo en responder con benevolencia al agresor, es decir, con compasión,
generosidad y amor.
4°El
perdón es un acto de misericordia que nos regala Dios para toda nuestra vida y
existencia.
5° El
perdón es gratuito, no ligado al pedido del otro y tampoco a su arrepentimiento.
6° El
perdón es un gesto de humildad que no humilla.
Quien
perdona no se detiene a esperar al otro o a escrutar los signos de
arrepentimiento, está dispuesto a dar el primer paso y en todo caso, no pone
condiciones a quien le ha ofendido ni espera eterno reconocimiento. El perdón
es tan discreto y silencioso que el perdonado podría incluso haberlo dado por
descontado o no saber cuánto ha costado.
El
verdadero perdón, también es sincero, expresa una voluntad real de acogida y
comunión, un deseo eficaz de pasar por encima de lo que ha sucedido para reconstruir la
relación sobre bases nuevas. El perdón es un estilo de vida humilde y sencilla,
es un modo de ponerse frente al otro y a su debilidad. La persona
misericordiosa no puede olvidar que ella también ha caído tantas veces sin
sufrir condena pues quien perdona, no reprocha al otro el pasado; quizás es
posible que olvide, mientras que reconoce en el presente su necesidad de un tú.
O, por lo menos, es tan realista que prefiere humillarse y no hacerlo pagar,
antes que aislarse y privarse del bien de la relación, para así poder construir un
futuro nuevo.
Juan
Pablo II (2001),
enuncia que el perdón es una de las formas más nobles del ejercicio de la
caridad, y
siguiendo con Philippe (2011) si no entendemos la importancia del perdón y no
lo integramos a nuestra convivencia con los demás, nunca alcanzaremos la
libertad interior, la felicidad y la reconciliación, permaneceremos entonces
prisioneros de nuestros rencores. Cuando nos negamos a perdonar algo de lo que
hemos sido víctimas, no hacemos más que añadir mal sobre el mal, no seamos pues
cómplices de la propagación del mal. En relación a esto último, entendemos que
cuando perdonamos a alguien le hacemos un bien a esa persona (liberándola de
una deuda), pero ante todo, como hemos dicho, nos hacemos un bien a nosotros,
pues recobramos la libertad que el
rencor y el resentimiento estuvieron a punto de hacernos perder.
Ps. Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite
Muy bueno. ojala muchos pudiesen leerlo.
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