La familia es el primer núcleo social y el que más
impronta deja en la persona. Es dentro de la familia donde el ser humano
alcanza la plenitud personal, que consiste en tener la capacidad de pensar
(inteligencia), la capacidad de actuar (voluntad), la capacidad de decidir
(libertad) y la capacidad de darse (amar). San Juan Pablo II (1980) señala que:
El hombre no tiene otro camino hacia la humanidad
más que a través de la familia. Y la familia debe ser puesta como el fundamento
mismo de toda solicitud para el bien del hombre y de todo esfuerzo para que
nuestro mundo humano sea cada vez más humano”. De esta manera, la familia está llamada a ser una comunidad de vida
y amor.
Ser amado y poder amar son necesidades primordiales
de todo ser humano. Con esto se ve la importancia de los padres como agentes
socializadores y propiciadores de estas necesidades en los infantes. En la
familia se aprenden normas de convivencia y se construyen vínculos afectivos
entre cada uno de sus miembros. Este proceso de socialización comienza desde el
momento del embarazo y continúa en la infancia, la adolescencia y la juventud,
es decir, en la mayor parte de su ciclo vital.
Y es con esto que se comprende que el amor de los dos padres es
indispensable para el desarrollo físico espiritual, social y emocional de los
hijos. A partir de esta premisa, es deber de los padres amar incondicionalmente
a los hijos, es decir, amarlos con sus capacidades y limitaciones. La presencia segura y el amor de las
primeras figuras de afecto producen un impacto significativo en la vida actual
y futura de los niños.
Pasando a otro punto, existe una base fundamental
para la construcción propia de la persona dentro de la familia y es el tipo de
apego (vínculo) que se establece desde edad temprana con los padres, de allí la
necesidad de la familia y la enorme importancia de éste. El concepto de apego
infantil es propuesto originalmente por Freud (1938), pero es John Bowlby
(1940), quien lo
reformula para señalar que todo niño nace con la tendencia a buscar una
proximidad con una persona y que la calidad del apego va a tener un impacto
significativo en el resto de su vida. Según la teoría, la madre representa el
vínculo primario más importante en la vida de un niño, debido a que ella es
quien en gran parte se ocupa de cuidarlo en sus primeros años de vida.
Siguiendo a Polaino (2008) definimos el apego como una vinculación
afectiva, estable y consistente que se establece entre un niño y su madre, como
el resultado de la interacción entre ambos. Dicha vinculación es promovida no
sólo por el repertorio de conductas innatas con las que el niño viene al nacer
(conductas de apego: llanto, risa, succión, etc.), sino también por la
sensibilidad y actuación materna. Se puede ver aquí la importancia de la
acogida de la madre hacia el hijo y del padre hacia el hijo. Siguiendo a dicho
autor, hay una característica propia del apego, y es la necesidad del niño de
buscar y mantener proximidad y contacto físico con sus figuras vinculares. Es
decir, dependiendo de la calidad de esta interacción será la futura forma y
manera de vinculación del niño con otros.
Existen entonces algunos tipos de apego que
corresponden a esas formas particulares de interacción del niño con sus padres
y viceversa. Pero antes de abordar esta situación, hay que revisar las
diferentes etapas de la vida y tomar criterio frente a los tipos de apegos que
se establecen en
esos primeros años vinculares con los padres o cuidadores.
Uno de estos tipos es el apego seguro, según
Polaino (2008), que se da cuando el niño posee una percepción de la madre como
una base segura y mantiene una actitud de búsqueda activa de contacto corporal
y proximidad con la madre. El niño en presencia de su madre maneja una conducta
de toma de iniciativas y de saludo activo en la interacción. Sroufe (1985), sintetiza, en breves
trazos, las conductas características de este grupo de niños: exploración de
los juguetes que hay en su entorno, manifestaciones de afecto compartido
durante el juego y aceptación de los extraños en presencia de la madre. Esto
se manifiesta, por ejemplo, cuando el niño está estresado y busca con prontitud
el contacto materno para eliminar dicho estrés. De esta forma,
independientemente que la madre sea así o no, el hecho es que -por su forma de
comportarse- el niño la percibe y «se construye» como una persona disponible y
respondiente, que en situaciones adversas es sensible, accesible y colaboradora
(Ainsworth, 1989). Gracias a esta seguridad, el niño se atreve a explorar el
mundo y a mostrarse más cooperativo.
El apego inseguro-evitativo o ansioso-evitativo se
manifiesta cuando el infante posee una percepción de la madre como una base que
no es segura; desempeña un juego exploratorio con independencia de ella;
presenta una actitud negativa ante el contacto corporal con la madre; llora muy rara vez cuando se separa
de ella; evita a la madre cuando se reúne con el resto de la familia; alterna
sus conductas de búsqueda, proximidad y evitación. Sroufe (1985) estudió pormenorizadamente las
conductas de los niños de este grupo, encontrando otras características, como
las siguientes: distanciamiento de la madre y evitación de la mirada;
aceptación de la persona extraña con independencia de que esté presente o no la
madre y disminución del afecto compartido entre ellos. Pero, independientemente
de que la madre sea así o no, el hecho es que -por su modo de comportarse- el
niño la percibe y «construye a la madre» como una persona evitativa y, en
consecuencia, se conduce como si se defendiera del rechazo, supuesto o real, de
su madre.
El apego inseguro-resistente o ansioso-ambivalente
posee la percepción de la madre como una base inconsistente. Las
manifestaciones de este tipo de apego, son: ansiedad de separación;
dificultades para el juego exploratorio;
actitud similar a encontrarse a la espera de nuevas situaciones y en presencia
de extraños; se presenta una actitud negativa ante la separación (angustia) que
no desaparece al reunirse con la madre, sino que se prolonga en conductas de
enfado o pasividad. Por esas razones, la llegada de la madre no les proporciona
confort ni estimula el juego exploratorio, sino que continúan ansiosos por la
anterior separación (Cassidy y Berlín, 1994). Es probable que la autoestima o recta
valoración de este grupo de niños sea baja o tienda a la subestimación, es
decir, que les cueste tomar la iniciativa y se muestren relativamente
desconfiados respecto a cualquier futuro proyecto, porque dependen de algún
modo de la aprobación de los demás y de la forma en que les estiman y,
generalmente, son muy vulnerables ante el temor a ser rechazados o abandonados
(Polaino, 2008).
El apego ansioso-desorientado-desorganizado, posee
comportamientos que se diferencian por las siguientes particularidades:
percepción de la madre como una base ambivalente y desorganizada; ansiedad de
separación; confusión o aprensión ante el juego exploratorio; evitación del
contacto ocular;
comportamiento ambivalente ante la separación/reunión con la madre y
desorganización del comportamiento de apego. Se puede observar que en el
proceso de estructuración de los apegos anteriormente mencionados, la madre no
les proporciona la necesaria seguridad desde la cual poner en marcha el juego
exploratorio, sino que en su presencia, los niños continúan desorganizados y
ansiosos, sin que puedan acabar de estructurar su comportamiento.
Siguiendo a Polaino (2008), es válido aclarar que
el apego no es determinante en la recta valoración de sí mismo, aunque tal vez
sí es condicionante en la medida en que las relaciones futuras y vínculos
afectivos son la prolongación del tipo de apego llevado en la infancia. Es
importante plantear que nada determina a la persona y a su vinculación futura,
todo es posible de reestablecer y cambiar; siempre y cuando se haga un trabajo
continuo y constante de reconciliación y sanación de esos vínculos primarios,
teniendo en cuenta la apertura a sí mismo y a la gracia de Dios.
Continuemos ahora con la revisión de las distintas
etapas de la vida, basándonos en la aproximación que hace Erikson sobre el
desarrollo psicosocial, pero alejándonos de su base teórica y conceptual,
realizando pinceladas desde una visión más holística de la persona. Esto
llevará a la evaluación de la historia personal y a tener una mirada integral
del desarrollo de la dimensión psíquica en las distintas etapas. Cabe mencionar que el desarrollo psíquico
va a depender de dos factores: la herencia y el ambiente. En relación a lo que
se hereda son las disposiciones y rasgos potenciales que la persona va
desarrollando a lo largo de su vida y esto dependerá, en gran medida, del
ambiente en el cual la persona humana se desenvuelve (Monge, 2004).
Esto nos lleva a pensar
que si en alguna etapa hubo una interrupción o se presentó alguna herida es
preciso revisar la etapa en la que ocurrió y ver ese ambiente en el que vivió
la persona. Posteriormente, teniendo consciente y aceptada la herida en la
etapa específica, la persona pueda elaborar un proceso de perdón y
reconciliación con Dios, consigo mismo, con los demás y con lo creado.
Psi. Humberto Del
Castillo Drago
Sodálite
Director General de
Areté
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