Muchos
autores llaman a este concepto autoestima.
Izquierdo (2008), la entiende como la suma de la confianza y el respeto que se
debe sentir por sí mismo, que refleja el juicio de valor que cada uno hace de
su persona, para enfrentarse a los
desafíos que presenta la existencia. Pero, se considera que es más adecuado
hablar de recta valoración de sí mismo,
o incluso de recto amor a sí mismo o caridad con uno mismo, debido a que la
palabra “autoestima” puede reducir a una dimensión muy práctica y utilitaria,
algo que es muy importante para la felicidad del ser humano. Es decir, la recta valoración de uno mismo no pasa
solamente por sentirse bien o no, o porque le traten bien o no, tampoco por si
se tiene éxito o no. Incluso, muchas veces se ha tratado esta realidad de forma
superficial y/o demasiado artificial.
El
término autoestima es la traducción del término inglés self-esteem, que inicialmente se introdujo en el ámbito de la
psicología social y en el de la personalidad, el cual denota la íntima
valoración que una persona hace de sí misma. De ahí su estrecha vinculación con
otros términos afines como el auto
concepto (self-concept) o la auto
eficacia (self-efficacy), en los que apenas se ha logrado delimitar, con el
rigor necesario, lo que cada uno de ellos pretende significar (González &
Tourón, 1992).
Si
bien hay una connotación positiva al hablar de autoestima, autovaloración y
otros términos similares que hacen referencia al origen etimológico de la
palabra -donde ciertamente el hombre debe valorarse a sí mismo, para su
auténtica realización- resulta interesante analizar este concepto para saber de
qué se trata actualmente. Esta motivación surge porque trae detrás de sí una
fuerte carga que implica toda una opción de vida, opción por un camino que en
el fondo es irrealizable bajo dicha óptica actual. Ésta habla de la idea de un
hombre que en el fondo se cree autosuficiente para su propia realización, es
decir, cree poder lograr sólo por sus propios medios la felicidad anhelada
desde lo más hondo de su ser, no necesita de otro y, en últimas, no necesita de
Dios para ser feliz. Y he aquí apreciado lector, el corazón de la crisis del
hombre y de la crisis del mundo: la independencia del hombre de su Creador.
También
aquí se llega a una importante hipótesis, en donde el hombre vive desconectado
de sí mismo y de su creador. Por ello, en muchas ocasiones, no sabe quién es,
no se entiende, no se conoce y, por tanto, es infeliz. Resulta entonces válido
afirmar que la recta valoración de sí mismo parte de un hecho objetivo y es que
Dios lo creó por amor y, según su amor, es invitado a amarse y valorarse a sí mismo y a los demás. De esta
manera, se introduce el tema del “sentido” que tiene la vida y existencia, en
contraposición al hombre contemporáneo, que se esfuerza por construir la
felicidad de espaldas a Dios y a sí mismo y, por ende, va a construir una
valoración de sí mismo o autoestima no acorde a lo que es y a lo que está
llamado a ser.
En
este sentido, Polaino-Lorente (1997), ensaya tres definiciones que son
consideradas muy acertadas en este proceso. La primera definición habla de la
convicción de ser digno de ser amado por sí mismo -y por ese mismo motivo por
los demás-, con independencia de lo que se sea, tenga o parezca. Luego la
segunda, habla de la capacidad de la que está dotada la persona para
experimentar el propio valor intrínseco, con independencia de las
características, circunstancias y logros personales que, parcialmente, también
la definen e identifican. Por último, la tercera, el eje auto constitutivo
sobre el que componer, vertebrar y rectificar el yo que, en el camino
zigzagueante de la vida, puede deshacerse al tratar de hacerse a sí mismo; la
condición de posibilidad de rehacerse a partir de los deshechos fragmentarios,
grandes o pequeños, saludables o enfermizos, buenos o malos, que como huellas
vestigiales desvelan al propio yo.
Por tanto, la recta valoración de sí mismo se
define como la visión integral y adecuada que cada ser humano tiene de sí mismo;
es la aceptación positiva de la propia identidad y se sustenta en el concepto de su valía y capacidad
personal.
Dicha
valoración parte de la apertura a la verdad sobre sí mismo; se trata entonces de
abrirse al don único e irrepetible que es, mirarse integralmente y desde
arriba, como hijo de Dios, y mirar también sus fragilidades e inseguridades. Se
trata además de mirar objetivamente, teniendo una visión integral, real,
objetiva y positiva de sí mismo, debido a que no es raro que el hombre
contemporáneo viva desconectado de sí mismo y del Creador. Asimismo, podemos
decir que el recto amor o recta valoración de sí mismo es una conquista
personal en el sentido del esfuerzo cooperante con la gracia que está invitado
a hacer, para abrirse a su realidad de ser.
Para
terminar, Cencini (1985), dice que una adecuada estima o valoración de sí mismo
hace que la seguridad y confianza en sí mismo crezca, y esto se vuelve
fundamental para afrontar los compromisos de la vida y las relaciones con los
demás. De esta manera, sólo si se está seguro de sí, el hombre puede
verdaderamente darse y amar, o sea, abandonarse y donarse, sin necesidad de
defensas y de apoyos artificiales de la propia identidad.
Sodálite
Psicólogo
Director General de Areté
no
ResponderEliminarwtf,mono simpatico,a donde ira?
Eliminar