Es muy
difícil y frustrante convivir con un sentido negativo de la propia identidad o
recurrir a compensaciones ilusorias para “recuperar” tal positividad. No es
extraño que se recurra a distintos procesos de evasión y compensación de la
realidad, debido a que el ser humano no se acepta ni se valora tal y como es. Y
no es raro que viva huyendo de sí mismo debido a que no se conoce y, en última
instancia, porque no acepta lo que conoce de sí mismo, evita esto con el uso de
máscaras, que lo único que hacen es
hundirlo y ahogarlo en su propia mentira existencial.
Cuando se
pregunta ¿Quién soy yo? , no es raro que se confunda y que responda desde
el “quién no soy”, es decir desde sus
problemas, pecados, heridas, desde su pesimismo y negativismo. De esta manera,
la pregunta por la propia identidad es una pregunta honda y existencial que es
necesario responder desde la mismidad, desde el ser llamado a participar de la
naturaleza divina.
El ser
humano sólo respondiendo auténticamente sobre su propio yo se hace posible una
serena y adecuada aceptación de sí mismo y de los propios límites. Philippe
(2011) afirma que el acto más elevado y fecundo de la libertad humana reside
antes en la aceptación de sí mismo que en el dominio de sí. Cuando falta
aquella, la persona está continuamente afligida por un sentido profundo de
insatisfacción personal.
La
aceptación personal conduce al ser humano a la valoración integral de sí mismo
como persona, cristiano, llamado a una vocación particular. El proceso de
aceptación y valoración personal puede tener distintas miradas, una de ellas
parte de la propia historia tal como se verá más adelante, el recorrido en las
distintas etapas de la vida en el que se incluye la revisión de temas
importantes, tales como: los padres, el desarrollo psico-sexual, el colegio,
los amigos, entre otros. Para efectos de este libro se le pide al lector que se
concentre en el recorrido histórico y en lo que descubrirá a partir de éste
(capítulo 4) y luego en algunos hechos que pueden haber generado heridas
personales (capítulo 5).
La
auto-aceptación consiste en admitir y reconocer todas las partes de sí mismo
como un hecho, como la forma de ser, pensar, sentir y actuar de sí, aunque en
un principio no resulten agradables.
Philippe (2011) menciona que la libertad no consiste solamente
en elegir, sino aceptar lo que no hemos elegido. Se trata entonces de
aceptar las propias habilidades, capacidades y reconocer las fallas o
debilidades sin sentirse menos o devaluado. Este es un paso fundamental en la
reconstrucción de la valoración de sí mismo, porque precisamente las
situaciones o hechos que hacen crecer a la persona son aquellos que no domina,
sino que acepta (Sagne, 1998). De este modo, si el Ser humano se acepta, valora
y ama; va a aceptar, valorar y amar a los demás y, lo más importante, va a
aceptar, valorar y amar a Dios, el Padre que le ha valorado cuando ha carecido
interiormente de esa aceptación personal.
La
aceptación personal es fundamental para avanzar en el proceso de desarrollo
integral y en el crecimiento espiritual. En su libro La libertad interior,
Philippe dice que lo que impide la acción de la gracia divina en la vida no son
tanto los pecados y errores, sino esa falta de aceptación de la debilidad, todos
esos rechazos más o menos conscientes de lo que es o de la situación concreta.
Y es que en el fondo muchas veces la persona vive peleando contra sí misma,
contra hechos de la historia personal que ocurrieron hace mucho tiempo o
incluso, se lucha contra algunas partes del cuerpo. Si no se acepta a sí misma,
no se acepta a Dios en la vida, la acción de la gracia y del Espíritu Santo.
Philippe
(2011) habla de tres actitudes
posibles frente a aquello de la
vida, de la propia persona o de las circunstancias que le desagrada o que
considera negativo:
a. La
primera es la rebelión: es el caso de quien no se acepta a sí mismo y se
rebela: contra Dios que lo ha hecho así; contra la vida que permite tal o cual
acontecimiento; contra la sociedad; etc. Cabe aclarar aquí que la rebelión no
es vista aquí como forma negativa, debido a que puede tratarse de una primera e
inevitable reacción psicológica ante circunstancias dolorosas y desgarradoras.
El problema de ésta es que con esta actitud no se resuelve nada, más bien se
convierte en fuente de desesperación, de violencia y de resentimiento.
b. La
segunda, es la resignación: como la persona se da cuenta de que es incapaz de
cambiarse a sí misma o de cambiar tal situación, termina por resignarse y
carecer de esperanza. Aunque esta etapa puede ser necesaria, resulta estéril si se permanece en ella.
c. La
tercera actitud (a la que conviene aspirar) es la aceptación: con respecto a la
resignación, la aceptación implica una disposición muy diferente, pues
lleva a decir “sí” a una realidad percibida como negativa, porque dentro de sí
se alza la esperanza de que algo positivo saldrá de ella. Es una actitud, por
tanto, esperanzadora. Cabe decir que cuando hay algo de fe, esperanza y caridad,
automáticamente, hay también disponibilidad
a la gracia divina, hay acogida a esta gracia y más pronto o más tarde, hay
efectos positivos.
En síntesis,
se puede decir que la aceptación no es resignación, no es estar de acuerdo
necesariamente con hechos dolorosos o traumáticos. Más bien la aceptación es
asumir, reconciliar en la propia vida, valorar rectamente lo vivido y lo que ha
dolido; integrar en la existencia lo acontecido como parte de la historia y
parte de un plan mayor, que es el Plan de Dios.
Humberto
Del Castillo Drago
Sodálite
Psicólogo
Director
General de Areté
Me encantó este tema y que yo no me aceptó tal como soy es frustrante estar así porque siempre ves en ti un negativismo
ResponderEliminarAgradezco su gentileza de compartir este tema tan importante que a todos nos compete. Muchas bendiciones.
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