1. Historia personal y Heridas:
En la vida e
historia personal hay distintos hechos y acontecimientos que influyen en el
desarrollo y vivencia de la afectividad. Son acontecimientos que no
necesariamente se buscan, tal vez por la corta edad, la ingenuidad,
impulsividad e inconsciencia. Simplemente se dieron.
En dichos
acontecimientos juegan un papel fundamental los padres. Sarráis (2013) explica
como la adecuada conjunción de cariño y normas estables crea el ambiente
educativo más favorable para la educación de la madurez.
Como se ha entendido
anteriormente, la familia es la primera escuela de amor y afectividad. Se
reconoce el rol fundamental de los padres en la educación de la afectividad de
los hijos. Son los padres los primeros invitados a educar integralmente a sus
hijos, y, claro está que la educación de los sentimientos ocupa un lugar
fundamental. Sin embargo, los padres no necesariamente están formados para
educar la afectividad de sus hijos. Es más, hoy existe bastante ausencia
emocional de parte de los padres, que están dedicados a trabajar y trabajar en
busca de los recursos económicos necesarios para el sostenimiento del hogar, se
constatan problemas de comunicación entre los padres o de los padres con los
hijos, infidelidad conyugal, abuso emocional de padres a hijos, sobreprotección,
más que todo materna, etc. Un punto importante aquí también para la educación de la afectividad de
cualquier persona es la relación con sus hermanos o familiares más cercarnos,
después de los padres, los hermanos y primos cercanos son los primeros amigos.
Otro espacio de
afectividad y amistad es la escuela o colegio, donde la relación con profesores
y compañeros se convierte en otro espacio privilegiado para educar la
afectividad.
Al revisar la
propia historia personal, el ser humano descubre distintos hechos y
acontecimientos que influyen en la vida actual, y claro está, marcaron la
afectividad. Si quiere ser feliz, está invitado a madurar integralmente como
unidad bio-psico-espiritual. Dicha madurez implica un conocimiento personal y
una aceptación y reconciliación de la historia personal para vivir el instante
presente con libertad interior. No puede cambiar el pasado, pero si puede
aceptarlo y ponerlo en manos de Dios. Tampoco
puede dominar el futuro; puede planear y
prever; pero sabe que no necesariamente las cosas van a salir como las
planifica. Lo único que le pertenece es el momento actual: sólo en el instante
presente establece un auténtico contacto con la realidad.
Por todo ello es
que resulta fundamental vivir una actitud de aceptación y de reconciliación
frente al pasado; de esta manera, vive con libertad el instante presente. Rojas
(2011) afirma que “El hombre maduro es aquel que ha sabido reconciliarse con su
pasado. Ha podido superar, digerir e incluso cerrar las heridas del pasado. Y,
a la vez, ensaya una mirada hacia el futuro prometedor e incierto”. (Pág. 203)
2. ¿Qué son las heridas afectivas?:
Para empezar como
tal el camino de la reconciliación, se invita a mirar cuáles son aquellas
heridas afectivas que han dejado huella en sí y que siguen teniendo
manifestaciones actuales.
La palabra herida
viene del griego “tráumatus”, traumatizar; en la terminología griega, era
causar una herida física o psicológica. Hoy en día se utiliza también la
palabra trauma para referirse al aspecto psíquico (mental, psicológico y
emocional) y traumatismo para el aspecto físico (golpe fuerte o fractura). Por
otra parte, según la Real Academia Española una herida es: “Aquello que aflige
y atormenta el ánimo”.
En ese sentido, es
importante explicar que una herida afectiva es un choque o golpe en la
afectividad de la persona que produce un daño duradero en todas sus dimensiones. Dicha herida o trauma aflige,
duele y atormenta el ánimo o psique de la persona. En síntesis, se habla de un
hecho o acontecimiento en la vida o historia de la persona que le produce dolor
y sufrimiento.
El objetivo será
entonces reconciliar, curar y sanar dicha herida. Se trata de enfrentar y
cambiar las consecuencias que esta ha generado. Aunque pareciera esto
imposible, se hace posible si se tiene una mirada esperanzada y confiada en
Dios, en su gracia y también en sí mismo. Por tanto, se hace posible un proceso
de reconocimiento y curación que incluso puede durar toda la vida. Lo
importante es enfrentar dichas heridas o acontecimientos que, normalmente,
tienen consecuencias en la vida.
¿Por qué se deben
sanar las heridas? ¿Cómo se obtiene conocimiento sobre las heridas? o ¿qué consecuencias de esas heridas habitan en
la vida cotidiana? Para ello, Cabarrús (2006) afirma que el desconocimiento de
las heridas juega en contra del ser humano muchas veces, porque le hace daño a
sí mismo y hace daño a las demás personas, pero sobre todo, y es quizá esto lo
más importante, por no haberse topado conscientemente
con ellas, por no haberse percatado de su existencia, por no haberlas
desentrañado y sanado, están ahí enturbiando la vida, oscureciendo las
potencialidades e impidiendo realizar
los deseos más profundos.
De eso golpeado o
herido se puede dar cuenta con facilidad si la persona analiza su vida, debido
a que lo vulnerado brota más claramente cuando hay excesivo cansancio o
presiones externas, pero también, las sensaciones negativas surgen por sí
mismas, como si tuvieran vida propia. La experiencia es, en ese momento, como
si lo negativo te habitara, te dominara (Cabarrús, 2006). Es importante tener
en cuenta que las heridas pueden darse por falta o por exceso, por la no
satisfacción de la necesidad afectiva, o por la satisfacción exagerada de ésta;
por la falta de atención o por la sobreprotección. De esta forma, puede ser un
golpe muy fuerte, muy intenso, o se puede dar por una repetición de hechos de
la misma naturaleza. Por ejemplo, una sensación constante de no ser querido
durante la infancia, o de tener que hacer cosas para ganar cariño o sobresalir.
Estas heridas, al
producir miedo en el niño o niña, hacen que surjan en ellos unos miedos
básicos: a ser condenado, a no ser querido, a fracasar, a ser comparado, a
quedarse vacío, a ser abandonado, a sufrir, a mostrarse débil, al conflicto
(Cabarrús, 2006). Estos miedos son producidos también por traumas o hechos
concretos sucedidos durante el transcurso de la vida que dejan secuelas en la
vida psicológica de la persona.
Frente a las
heridas afectivas, se aconseja irlas trabajando poco a poco, pero antes, es
necesario hacer un esfuerzo consciente por conocerlas e identificarlas, más
adelante se describe varios tipos de heridas que pueden llevar a una mejor
comprensión del tema.
Resulta entonces
necesario e indispensable empezar con un proceso de reconciliación y sanación
interior, parte de este libro quiere abordar, en pequeños trazos, el inicio de
ese proceso, con el objetivo de tener una mirada sobre sí mismo y lo que le
rodea, de una forma completa e integral.
Un medio
fundamental para la reconciliación y para vivir el sentido de vida es la
conquista de la virtud y el señorío de sí mismo. Esto quiere decir que el ser
humano está invitado al dominio de sí mismo y a avanzar en esta maestría
personal, para aceptar y amar tal como es, como Dios le creó, con todo lo que
Dios le regaló y con todo lo que permite que ocurra en la vida e historia
personal.
No es raro que
ciertas heridas o problemas por reconciliar, sean un obstáculo para la vivencia
de la virtud y de la maestría personal, por ello la importancia de comenzar
dicho proceso de aceptación, perdón y reconciliación.
3. ¿Por dónde empezamos?:
En primer lugar,
hay que reconocer que si bien el ser humano no se reduce sus heridas afectivas,
dichas heridas sí influyen en los distintos comportamientos o conductas, e
incluso, como ya se ha dicho, en los estados de ánimo, en la afectividad y
pensamientos. Cabarrús (2006) habla de ciertos síntomas que delatan, éstos son
las compulsiones, las reacciones desproporcionadas, el sentimiento malsano de
culpa, la baja estima personal, las voces negativas que nos repetimos y con las
que nos hacemos daño, la postura corporal y, en general, un patrón negativo de
conducta.
Entonces, resulta
fundamental identificar cuáles son esas heridas, esos acontecimientos,
ausencias, vacíos o carencias que han causado un dolor psíquico y que por
supuesto se puede sanar, aceptar y reconciliar para dejar de estar peleando con
los acontecimientos, consigo mismo y con los demás. De lo contrario, si no se sanan las heridas, ellas,
inconscientemente, actúan en la vida del ser humano, sin que dé cuenta, e
incluso, puede ocurrir, como se ha dicho muchas veces, que se pelee con dichos
hechos y eso le haga infeliz, triste, amargado, sin sentido de la vida, etc.
Humberto Del
Castillo Drago
Sodálite
Psicólogo
Director
General de Areté
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