En la vida e
historia personal hay distintos hechos y acontecimientos que influyen en el
desarrollo y vivencia de la afectividad que no necesariamente se buscan, tal
vez por la corta edad, la ingenuidad, impulsividad e inconsciencia. Simplemente
se dieron. En dichos acontecimientos juegan un papel fundamental los padres.
Sarráis (2013) explica cómo la adecuada conjunción de cariño y normas estables
crea el ambiente educativo más favorable para la educación de la madurez.
Como se
entiende la familia es la primera escuela de amor y afectividad. Se reconoce el
rol fundamental de los padres en la educación de la afectividad de los hijos.
Son los padres los primeros invitados a educar integralmente a sus hijos, y
claro está que la educación de los sentimientos ocupa un lugar fundamental. Sin
embargo, los padres no necesariamente están formados para educar la afectividad
de sus hijos. Es más, hoy existe bastante ausencia emocional por parte de los
padres, que están dedicados a trabajar y trabajar en busca de los recursos
económicos necesarios para el sostenimiento del hogar; se constatan problemas
de comunicación entre los padres o de los padres con los hijos; infidelidad
conyugal; abuso emocional de padres a hijos; sobreprotección, más que todo
materna, etc.
Hay otros dos
puntos importantes para la educación de la afectividad de cualquier persona: la
relación con sus hermanos o familiares más cercanos, después de los padres, los
hermanos y primos cercanos son los primeros amigos; y el espacio de afectividad
y amistad en la escuela o colegio, donde la relación con profesores y
compañeros se convierte en otro espacio privilegiado para educar la
afectividad.
Al revisar
la propia historia personal, el ser humano descubre distintos hechos y
acontecimientos que influyen en la vida actual y, claro está, marcaron la
afectividad. Si quiere ser feliz, está invitado a madurar integralmente como
unidad Bio-Psico-Espiritual. Dicha madurez implica un conocimiento personal,
una aceptación y reconciliación de la historia personal para vivir el instante
presente con libertad interior. No puede cambiar el pasado, pero sí puede
aceptarlo y ponerlo en manos de Dios. Tampoco puede dominar el futuro: aunque
puede planear y prever, sabe que no necesariamente las cosas van a salir como
las planifica. Lo único que le pertenece es el momento actual: sólo en el
instante presente establece un auténtico contacto con la realidad.
Por todo
ello es que resulta fundamental vivir una actitud de aceptación y de
reconciliación frente al pasado; de esta manera, vive con libertad el instante
presente. Rojas (2011) afirma que el hombre maduro es aquel que ha sabido
reconciliarse con su pasado. Ha podido superar, digerir e incluso cerrar las
heridas del pasado. Y, a la vez, ensaya una mirada hacia el futuro prometedor e
incierto. (Pág. 203)
Psi. Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Areté
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