En primer
lugar a uno mismo, después a los miembros de la familia, a los conocidos y a
los amigos, a los extraños, a las instituciones, y, finalmente a Dios.
Desarrollemos un poco los distintos sujetos de perdón en diálogo con el libro Cómo Perdonar de Jean Monbourquette:
Perdonar a los miembros de la familia
Es el más
importante; por el vínculo afectivo entre las partes y también por el tipo de
conflictos que se dan en la convivencia diaria y cotidiana:
A esos
padres que te decepcionaron cuando fuiste consciente de sus defectos.
A esa madre
sobreprotectora que no te deja crecer.
A ese padre
ausente emocional y silencioso.
A ese padre
o madre alcohólica que te avergonzaba.
A ese padre
o madre que te abandonó y conformó otra familia.
A ese
hermano o hermana que ha ocupado tu lugar en la familia.
A ese
hermano que se niega a ayudarte en un momento de apuro.
A ese
hermano o hermana que fue indiferente o que te pegó, aprovechando que es más
grande y fuerte.
A ese esposo
ebrio que te pegaba.
A ese esposo
o esposa que te fue infiel.
A tu cónyuge
por sus observaciones humillantes y que siempre intenta dominarte.
A esa suegra
celosa y entrometida.
A ese hijo
que exige más dedicación de la que puedes darle.
A ese hijo
adolescente cuya conducta delictiva te avergüenza.
A ese hijo o
esa hija que se niega a plegarse a tu disciplina e incluso es violento contigo.
Perdonar a los amigos y allegados
Es frecuente
esperar mucho de los amigos y conocidos, lo que suele resultar en una inmensa
fuente de decepciones:
A los amigos
que te han herido injustamente.
A ese amigo
que te abandonó cuando lo necesitabas o al que no estuvo.
Al amigo que
fue indiscreto y chismoso al revelar tu secreto.
A ese ser
querido que te ha abandonado, cambiando de casa o muriéndose.
Al amigo que
olvida sus promesas.
A la amiga
que nunca confía en ti.
Al profesor
que fue injusto y rígido.
Al rector o
director que necesitaba afirmarse humillándote.
Al compañero
de trabajo que te desacredita ante el jefe.
Al jefe que
te hace observaciones desagradables en público.
Al superior
o superiora que te dio una orden ilógica e injusta.
Perdonar a los extraños y desconocidos
Que te
encuentras con ellos en la cotidianidad y te traen daños y dolores imprevistos
e imprevisibles:
A ese
conductor ebrio que mató a un ser querido.
A ese médico
cuyo diagnóstico equivocado te ha hecho perder tu tiempo, tu dinero y tu salud.
A ese ladrón
que ha violado la intimidad de tu domicilio o el que te arrebató, en un
descuido, un bien tuyo.
A ese
conductor que rayó o golpeó tu carro y se fue.
Perdonar a las instituciones
Resulta más
difícil perdonar a una institución o asociación por su anonimato; en todo caso,
tienes representantes a los cuales puedes dirigir tu perdón:
A esa
empresa que te despide después de muchos años de servicio fieles.
A la Iglesia
que tiene sacerdotes incoherentes.
A la
comunidad religiosa, que no se preocupa por uno.
También
existe el “perdón a los enemigos”
que un país ha conocido en el curso de su historia, y quizá se quiera
justificar la negativa pretextando la imposibilidad de ponerse en el lugar de
las víctimas. Y aunque suene un poco extraño hay quienes culpan a Dios de
distintos hechos de su vida. No cabe duda de que es por una teología personal
negativa y por falta de conocimiento de la realidad de Dios como un ser
misericordioso y justo que nos ama sin límites.
Hemos dejado
para el final el perdón de uno mismo,
no porque sea el menos importante o porque sea el último que debamos abordar.
Hay que considerar que siempre que hay un rencor o resentimiento con alguien,
normalmente también los hay con nosotros mismos. Hay algo de eso que nos pasó o
nos hicieron, de lo cual yo me siento culpable o responsable. Por ello es que
es importante hacerme siempre la pregunta: ¿Hay algo de esto de lo que soy
culpable? ¿Me tengo que perdonar algo? ¿Qué tan responsable soy? ¿De qué me
echo la culpa? ¿Qué tan objetivo es? Es clave perdonarse a uno mismo. Si Dios
ya perdonó, si Dios ya dio la vida por mí, ¿Por qué yo no me perdono?
Este es un
tema fundamental, debido a que no es extraño que viva según perfeccionismos y,
por tanto, no admita o no acepte haber hecho algo mal. Por ejemplo, cuando una
persona ve el hecho de perdonar como un fracaso, no entiende por qué falló o
por qué no actuó de tal o cuál manera. También, cuando me cuesta mucho
perdonarme, quiere decir que en el fondo no quiero aceptar que soy un ser
humano limitado y frágil como cualquier otro. Monbourquette (1995) afirma que
el perdón de sí mismo es el momento decisivo del proceso del perdón como tal,
pues el perdón a Dios y al prójimo habrá de pasar por el perdón que tú mismo te
concedas.
Te puede
ayudar el preguntarte: ¿Por qué no te
perdonas? O ¿Qué es lo que no te
perdonas? Trata de resolver esas preguntas con sencillez y humildad, de
manera que te puedas reconocer como un hijo de Dios con muchos dones y
capacidades, pero también con debilidades y fragilidades. De igual manera, se
trata de mirar y enfrentar la realidad con la mirada de Dios, con los ojos de
Dios, que son ojos de amor y misericordia. Dios perdona absolutamente todo, no
hay pecado que Él no perdone, no hay falta o defecto que Él no perdone, para
Dios no hay nada imposible. Entonces, si Dios perdona absolutamente todo, ¿Por
qué yo no me voy a perdonar?
Psi. Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Areté
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