La
persona es un ser único e irrepetible; por tanto un don para el mundo, porque
fue creado a Imagen y Semejanza de Dios, quien es el Ser por excelencia, es el
Ser supremo. Es un Ser de amor, de entrega, donación, y amistad; que comparte
su “ser de amor” con el Ser humano. Éste es invitado a vivir el amor y la
comunión como la Santísima Trinidad, al ser creada persona humana, participa de
la naturaleza divina.
Así
mismo, la persona permanece y se despliega porque ama, sirve y se dona. Es lo
más perfecto que existe en la naturaleza y, como tal, debe tratarse a sí misma
y a los demás. Por lo que, cada persona posee una identidad propia y
particular, en donde no hay dos hombres iguales en cuanto a su mismidad, es
decir, a su ser más profundo.
Un
tema fundamental dentro del destino y sentido de la existencia humana, es que
el hombre se realiza como ser humano en la medida en que ama y es capaz de
donarse y entregarse. Así que,
la persona existe para amar y comunicarse, es feliz en la medida en que
plenifique su existencia amando a Dios y a sus semejantes, porque ha sido
creado para vivir el amor y, con una vocación particular, está invitado a vivir
la libertad siendo capaz de optar, de elegir entre lo bueno y lo mejor, entre lo
bueno y lo perfecto. De acuerdo a esto, Polaino (2007), comparte que:
“La persona necesita del diálogo interpersonal. La
persona no se basta a sí misma, sino que su interioridad está abocada a
compartirla con los demás”. (pág. 46)
Así
que en la mismidad del ser humano existen dos dinamismos complementarios, la permanencia
y el despliegue. El primero hace referencia a la “propiedad” por la cual la
identidad del ser humano “sigue existiendo” a pesar de los cambios, porque cada
ser humano tiende a permanecer, y en su mismidad sigue siendo el mismo, aunque
con el tiempo engorde, pierda perlo, envejezca, le salgan arrugas, etc.
Mientras la persona sea auténtica, libre y funde su vida en Dios, podrá
permanecer. El segundo término hace referencia a la capacidad de amar, entrega,
donación y servicio que todo ser humano posee en lo más íntimo de su persona y
que está invitado a vivirlo cotidianamente. Asimismo, la experiencia de
permanencia y despliegue se expresa en términos psicológicos en las necesidades
de seguridad y significación.
También hay que tener en cuenta la existencia del pecado, que conduce al
hombre a decodificar erradamente los dinamismos fundamentales; esa herida
fundamental es la causante de que el ser humano lleve consigo lo que la
tradición católica llama “la concupiscencia”, entendida como la tendencia a
pecar, a olvidarse del Creador y su Designio. Existen tres manifestaciones de
ella: el poder, el tener y el poseer-placer. A causa del pecado original se
oscurece la imagen y se pierde la semejanza. Cuando desaparece la semejanza, se
pierde la capacidad de amar correctamente; valorar con objetividad; desplegarse
en el amor; relacionarse desde la mismidad en la entrega sincera de amor y
valoración. Esto conlleva a la inseguridad existencial, al miedo a no saber en
qué afirmar la existencia. El ser humano actual experimenta todo eso: ha
perdido contacto con su mismidad, perdiendo su semejanza y la capacidad de reconocer en su
interior la imagen de Dios. Lo anterior genera que el hombre busque permanecer
en otras realidades que no corresponden a lo auténtico de su ser y desde allí
se da un despliegue errado y enfermo.
Psi.Humberto Del Castillo Drago
Sodálite
Director General de Areté
No hay comentarios:
Publicar un comentario