La identidad personal
está conformada por distintos elementos y aspectos que la persona va
descubriendo, madurando y desplegando. Está conformada por tres aspectos: ser
persona, ser cristiano y la vocación particular de cada quien. Así que la
identidad es aquello que otorga continuidad a la persona en el tiempo, es lo
que hace que siga siendo ella misma, a pesar de los cambios que pueden ir
afectándola con el pasar del tiempo. La mismidad, por su parte, es el núcleo,
el sello más íntimo, más profundo de la identidad, es la que lo define como
persona única e irrepetible y que si bien es cierto, comparte con otros
distintas características, su mismidad no es igual a la de nadie más. Ha sido
creado como un ser distinto, insustituible e irrepetible.
Hay que entender como
dice Polaino (2010) que la persona es, pero no está hecha. Los seres humanos
tienen una naturaleza, pero al inicio de sus vidas no están hechos ni acabados,
por lo que a lo largo de sus vidas tienen que hacerse, pero siempre desde sus respectivos seres. Por
lo que el devenir y vida de la persona tiene que ver con el cambio que ella
experimenta a lo largo y ancho de su propio desarrollo. Lo que resiste a los diversos
cambios biográficos es su identidad personal. Dicha identidad no se reduce sólo
a lo hecho o no hecho por la persona. También configuran la identidad de la
persona su pensamiento, su vocación, sus sentimientos, las relaciones
personales que establece, sus amores, es decir, las relaciones con las personas
a las que ama, etc.
No se puede dejar de
mencionar la importancia de la familia en la configuración y desarrollo de la
identidad de cada quien. Ella es el humus
donde la identidad hunde sus raíces. Es en ese contexto donde emerge la identidad
de la persona. La familia constituye el ámbito donde el hombre puede
encontrarse consigo mismo y aprehenderse como la persona que es. Los factores
familiares no son meros accidentes, dado que constituyen una nota distintiva de
la singularidad personal.
Es conocida la relación
y el vínculo afectivo singular que existe entre los padres y cada uno de sus
hijos. En este vínculo o relación es donde se acuñan y generan los primeros
sentimientos y emociones del niño. La familia es la primera escuela de afectividad
y valoración personal para cada ser humano. “Dicho vínculo es natural,
espontaneo e innato en el niño y, además, necesario, no renunciable, y algo
conforme a la naturaleza de su condición, sin cuya presencia el niño no puede
crecer” (p. 35).
No podemos hablar de
afectividad si al mismo tiempo no se aborda el tema de la sexualidad.
Afectividad y sexualidad están íntimamente relacionadas, unidas entre sí. Es
importante tomar consciencia de un error frecuente de la actual sociedad; el
cual es separar la afectividad de la sexualidad; y reducir la sexualidad a mera
genitalidad o placer por placer.
Ante todo esto, es
importante resolver la siguiente pregunta:
¿Qué es la identidad sexual?
Para responder a este
gran interrogante, el mismo puede tener varios significados y hoy en día hay
bastante confusión sobre la identidad sexual, incluso sobre lo que es identidad
y sexualidad. Polaino (1998) dice que “la identidad sexual forma parte-y parte
importante-de la identidad personal, dada la condición necesariamente sexuada
de la naturaleza humana” (p. 20).
Así que la persona
humana es una realidad sexuada, es sexualmente encarnado. Y esto no es
solamente porque el cuerpo sea sexuado, lo cual se denomina “sexo
biológico”. Ya se ha dicho que la
persona humana es unidad inseparable: bio-psico-espiritual, esto quiere decir
que no existe acción material, por elemental que sea, que no implique a las
dimensiones psicológicas y espirituales de la persona. La persona es sexuada no
simplemente por su genitalidad, sino por su sexualidad que es una condición
fundamental de la vida personal. Ella configura el ser, estar y obrar como
personas humanas. El pensar, querer, sentir, el mismo creer, amar y esperar, se
expresan según una forma de individualización sexuada.
Al respecto, Olivera
(2007) afirma que:
La sexualidad abraza
todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su
alma. Concierne particularmente a la afectividad, al deseo, a la capacidad de
amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer
vínculos de comunión con otros (p. 22).
El hecho de distinguir
claramente entre persona humana masculina y persona humana femenina sugiere que
la diferencia varón-mujer se encuentra en lo más íntimo del ser humano, en la
persona, en su identidad y mismidad. Se es hombre o mujer como unidad bio-psico-espiritual.
También es cierto que, como expresa Castilla de Cortázar (2004) “cada vez son
más las voces que apuntan a que la condición sexuada está relacionada con lo
más íntimo del ser humano, con su espíritu, con su persona” (p. 26).
Psi. Humberto Del
Castillo Drago.
Sodálite.
Director General de
Areté.
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