La persona
humana es, por su propia naturaleza, una unidad bio (cuerpo), psiche (alma),
espiritual (espíritu). El ser humano constituye una Unidad inseparable. Es por
eso que la mirada objetiva y adecuada de la persona es la mirada integral,
considerándola como unidad; reflexionando sobre la integración de sus tres
dimensiones fundamentales y considerando que la palabra unidad hace entender
que el ser humano no es un compuesto, una suma de partes o elementos. No son
tres naturalezas ni tres personas, sino una. Esta visión trial es presentada ya
en el Nuevo Testamento por San Pablo: «Que Él, el Dios de la paz, os santifique
plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma, y el cuerpo, se
conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes. 5,
23). Entonces, al entender la unidad integral de cuerpo, alma y espíritu, que
se afectan entre sí, la persona comprende que tiene tres dimensiones: la
dimensión corporal, la dimensión psicológica y la dimensión espiritual.
Comprendiendo
esto y al explorar cada una de las dimensiones, se puede notar que, gracias a
la corporalidad (dimensión corporal), la persona puede manifestarse,
representarse y expresarse. Es el cuerpo la instancia que media la relación
entre el yo y el mundo (Polaino, 1975). De modo que, sin el cuerpo sería
imposible estar en el mundo y establecer relaciones con él. En lo que se
refiere a la dimensión psicológica, se encuentra la vivencia interior de la
persona; ideas, criterios, emociones, sentimientos, pasiones, motivaciones,
deseos, sensibilidad y percepción, entre otros. Es en esta dimensión donde se
estructura la aproximación a la realidad, debido a que le permite a la persona
entrar en contacto con el mundo que le rodea.
Por último,
la dimensión espiritual es la que le permite al hombre transcender su
naturaleza y es por ella capaz de abrirse a Dios. El espíritu (pneuma) es el
núcleo, la dimensión más profunda del ser del hombre que San Pablo describe con
propiedad como “el interior” o el “hombre interior” (II Cor. 4,16). Es el punto
de contacto con Dios y con los valores trascendentales. La persona posee una
realidad espiritual que permanece en su interior a pesar de los cambios físicos
o psicológicos que pueda experimentar, y es lo que subsiste después de la
muerte. Es importante no confundir la dimensión espiritual con lo religioso,
pues no son equivalentes, sin embargo, lo religioso se constituye un ámbito de
despliegue de ese mismo espíritu.
Al abordar
la inteligencia, afectividad y voluntad es importante entender que toda acción
humana trae detrás una emoción o sentimiento y esto, a su vez, depende de un
criterio, creencia, idea o pensamiento. Salvo las reacciones reflejas, como el
dolor físico, todo acto humano contiene los elementos mencionados.
¿Qué
significa esto?
Que un
hecho, situación o acontecimiento en la vida de una persona genera un diálogo
interior, una emoción o sentimiento y un comportamiento o conducta. Estamos
frente a lo que la espiritualidad cristiana ha llamado mente, corazón y acción.
Leyendo a Burgos (2009) se encuentra que el conocimiento, la afectividad y el
dinamismo son elementos, dimensiones o facultades de la persona humana que son
unificadas, armonizadas e integradas por el yo o mismidad con lo que el
mencionado autor menciona como tres niveles de perfección: cuerpo, psique y
espíritu. “El cuerpo se identifica con cada uno de ellos. La psique comprende
la sensibilidad, las tendencias y parte de la afectividad. Y el espíritu
comprende parte de la afectividad, el conocimiento intelectual, la libertad y
el yo”. (p. 64).
Domínguez
(2011), afirma: “Las capacidades de la persona no son autónomas, no son meras
facultades operativas, sino capacidades-de-esta-persona. Estas capacidades son
o naturales (fortaleza física, temperamento) o adquiridas (conocimientos,
virtudes, carácter) En todo caso, como estas capacidades le han sido donadas
desde el nacimiento o bien se le ha dado la posibilidad para adquirir las que
son sobrevenidas, podemos llamar a estas capacidades de la persona sus dones,
su dote”.
Esta dote,
este conjunto de capacidades, está estructurada formando un sistema, una
estructura, de modo que cada capacidad y característica afecta a todas las
demás. Cada elemento en la persona está vinculado a todo el sistema y le
afecta. La psique lo es de este cuerpo y el cuerpo lo es de nuestra psique.
Así, la
persona no tiene cuerpo, sino que es corporal. Y las características del cuerpo
afectan a la totalidad. Todo el pensamiento es sexuado, y también la
afectividad. Asimismo, la inteligencia es afectuosa y mediada corporalmente. Es
decir, cada nota característica de la persona es nota de todas las demás,
afectando a todas las demás y definiéndonos físicamente en función de todas las
demás. Del mismo modo, diremos que la inteligencia es afectuosa o que la
voluntad es inteligente. (p. 54-55)
Olivera
(2007) nos introduce al tema de la madurez humana que es proceso, desarrollo y
crecimiento. Este proceso nunca es rectilíneo. La vida humana avanza como un
barco, algunas veces con viento a favor y otras contra viento y marea. Y no
faltan olas para remontar y escollos para sortear. El hombre está invitado a
lograr la madurez en sus tres dimensiones y en sus tres facultades. Estamos
hablando de una madurez integral como persona humana, como ser para el encuentro.
La maduración de la persona conoce diferentes niveles y dimensiones y puede ser
considerada en forma global o parcial. En el primer caso hablaremos de una
persona madura, en el segundo caso hablaremos de madurez intelectual, madurez
espiritual, madurez psicológica, madurez afectiva y madurez social entre otros.
“El proceso
de maduración es algo relativo; muchas veces sucede que un nivel puede haber
madurado más que otro, alguien puede ser intelectualmente maduro y ser al mismo
tiempo afectivamente inmaduro. También puede suceder que la madurez personal no
sea correlativa con la edad cronológica; todos conocemos algún adulto
totalmente infantil. La madurez no es algo absoluto, depende de muchas
variables, tales como la edad, los estudios, el tipo de vida, el nivel social y
económico, la pertenencia social y cultural.” (p. 35).
En este
contexto es importante hablar del lugar central y de enlace que ocupa la
madurez afectiva, es fundamental. La madurez afectiva permite simultáneamente
la madurez psicológica y social. Una persona afectivamente inmadura es
probablemente una persona con dificultades en sus relaciones sociales,
asertividad, etc. La madurez afectiva implica armonía y estabilidad emocional,
implica señorío de si, maestría personal, auto posesión y equilibrio interior.
“Una
persona madura se distingue por un cierto equilibrio y estabilidad afectiva.
Esto implica que la racionalidad, con sus fuerzas intelectivas y volitivas, y
la afectividad, con su tensión estimulante, están bien integradas y cooperan
armónicamente al servicio de la realización personal”. (p. 36-37)
Psi.Humberto
Del Castillo Drago
Sodálite
Director
General de Areté
no es lo que busco es muy larga
ResponderEliminarexcelente información
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